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CONRADO NALÉ ROXLO: SE HA DESPERTADO GRILLO ESTA MAÑANA

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 Como en la mayoría de los escritores de ese período, la mística del barrio jugó en Conrado Nalé Roxlo (1898-1971) un rol significativo. Acaso la nostalgia por el recuerdo de los primeros pasos o el revivir momentos donde la imaginación y el asombro formaban parte de una fantasía descontrolada, fueron la clave para que el escritor despertara en versos tristes y melancólicos, hasta que el humor cambiara el escenario y el personaje se transformara en grillo. El barrio era el mundo, el sencillo y humilde lugar donde la fiesta comenzaba en la calle, al aire libre, desafiando cualquier peligro y esperando el reto de los mayores cuando la travesura pasaba el límite de lo adecuado. El barrio era trabajo, dignidad, solidaridad, acompañamiento e historias mínimas que rescataban la realidad de la gente sencilla.  Así también lo internalizaron otros autores como Arlt, Fernández Moreno, Costantini o el propio Borges y Cortázar en el Palermo añorado que ya forma parte del recuerdo. Claro está que ese barrio sigue teniendo la aureola del circuito borgeano y esta maca permanente ensombreció la historia de otros autores. Así, aquel solar de Serrano 2147-hoy Borges, aunque su protagonista nunca quiso que su apellido se convirtiera en nombre de calle-, donde el niño Jorge Luis vivió desde 1901 hasta su adolescencia, ofrece la mística deseada. "Era una construcción de planta baja y un piso, con azotea. Tenía un pequeño jardín; un muro con la verja labrada en la parte superior la protegía de la calle. La cancel era de hierro forjado", escribe Álvaro Abós en el capítulo dedicado a Palermo de su completa guía literaria. Allí también recuerda que los Borges volvieron a la casa de Serrano en 1921, asu regreso de Europa.

 Y a medida que vamos transitando sus calles y recodos, nos viene a la memoria el cuento Simulacros de Julio Cortázar donde el autor nos presenta esa casa de Palermo: La casa tiene jardín delantero, cosa rara en la calle Humboldt. No es más grande que un patio, pero está tres escalones más altos que la vereda, lo que le da un vistoso aspecto de plataforma, emplazamiento ideal para un patíbulo. Como la verja es de mampostería y de fierro, se puede trabajar sin que los transeúntes estén por así decirlo metidos en casa; pueden apostarse en la verja y quedarse horas, pero eso no nos molesta. «Empezaremos con la luna llena», mandó mi padre. De día íbamos a buscar maderas y fierros a los corralones de la avenida Juan B. Justo, pero mis hermanas se quedaban en la sala practicando el aullido de los lobos, después que mi tía la menor sostuvo que los patíbulos atraen a los lobos y los incitan a aullar a la luna. Por cuenta de mis primos corría la provisión de clavos y herramientas; mi tío el mayor dibujaba los planos, discutía con mi madre y mi tío segundo la variedad y calidad de los instrumentos de suplicio. Recuerdo el final de la discusión: se decidieron adustamente por una plataforma bastante alta, sobre la cual se alzarían una horca y una rueda, con un espacio libre destinado a dar tormento o decapitar según los casos. A mi tío el mayor le parecía mucho más pobre y mezquino que su idea original, pero las dimensiones del jardín delantero y el costo de los materiales restringen siempre las ambiciones de la familia.

Al decir de Nalé Roxlo aparece El llamado.

El niño jugaba ensimismado en la alta terraza iluminada por la suave luz del sur, más azul que dorada. De pronto interrumpió sus juegos y escuchó. De lo más profundo de la casa, de más allá de las frescas cuevas en que los vinos sepultados desde hacía muchos años esperaban revivir en un brindis fugaz y una canción ligera; de más allá de los antiguos calabozos que aún guardaban olvidados instrumentos de tortura, de un último subterráneo que la casa ignoraba por dignidad y miedo, le llegó un lento grito, que nadie más que él oyó porque sólo a él estaba dirigido. Debió subir disimulándose entre los ruidos habituales; atravesando de un salto las espaciosas salas vacías: simulando ser el aullido de un perro lejano al cruzarse con alguien. No importa saberlo. Cosas más graves quisiéramos dilucidar y tampoco podremos.

El niño levantó la cabeza, y más que sorprendido parecía triste. Antes de iniciar el descenso, eso sí, paseó la mirada a su alrededor buscando un signo propicio. Pero de los árboles del parque, que ya comenzaban a cerrarse sobre sus pájaros para el gran recogimiento nocturno, no salieron más que los píos habituales y ningún trino más alto; ninguna manzana cayó inesperadamente sobre la hierba oscurecida ya; la nube gris, en que fijó la mirada largamente, no cambió de forma, y la brisa que movía las flores amarillas de la terraza ni se detuvo ni aceleró el vuelo. El niño entonces echó a andar hacia la escalera, y el perro no lo siguió.

Lo único que pudo hacer el Ángel de su Guarda fue taparse los ojos con el ala.
Al pasar frente a la puerta entreabierta de la biblioteca vio a su padre, noblemente envejecido, inclinado sobre un libro por cuyas páginas transcurrían los pensamientos de Marco Aurelio, graves, serenos, resignados como ríos sin pasión.

El niño pudo entrar como otras veces y, sentándose a sus pies, jugar con las pesadas borlas de oro de su bata, pero siguió bajando la antigua escalera, que aquella tarde no crujía, como si en lugar del niño bajara su pequeño fantasma.
Al pasar por otro piso, frente a otra puerta, oyó las voces de sus hermanas. De entrar, lo habrían envuelto en una alocada de puntillas y de risas, y los polvos de arroz que se ponían exageradamente lo habrían hecho estornudar y reírse a él también. Pero no tendió la mano al pomo azul de la puerta.

Las bajas cocinas lo envolvieron en una vaharada de aire cálido y sabroso, y oyó el chisporrotear de aceite dorado de una estrepitosa fritura.

Descendió más. Ya estaba en la cuadra. Tropezó con un cubo olvidado, pero ninguno de los caballos, todos mayores que él, volvió la cabeza. Pasó antes las cuevas del vino; ante los calabozos, cuyas puertas nunca moviera el viento. Ahora los peldaños de la escalera eran de piedra resbaladiza. Estaba en la parte eternamente tenebrosa y aborrecida de la casa, adonde no bajan las ratas. Una puerta estrecha cedió a la leve presión de la mano y, con los ojos arrasados en lágrimas de amor, fue al encuentro del grito trémulo, bajo, lleno de horrorosa ternura.

Nunca volvió a subir la escalera, aunque los habitantes de la casa y las visitas lo siguieron viendo durante todos los años de su vida, un poco distante, pero por lo demás, de apariencia normal y hasta saludable.




 Nalé Roxlo nace en Buenos Aires, el 15 de febrero de 1898. Es el segundo de los tres hijos varones de Carlos Ricardo Nalé y Consuelo Roxlo, uruguayos con ascendientes entre los que prevalecen los de origen español. Pasa los primeros años de vida en el barrio de Flores. En 1904 muere repentinamente su padre de  41 años y obliga a los Nalé a mudarse a una vivienda más humilde en la calle Triunvirato, cerca del cementerio de la Chacarita. El verano lo pasa en la casa de la abuela materna en San Fernando. Finalmente establecen allí la residencia. La muerte tan cercana por su olor y peaje lo subraya: sobrenada como una hoja verde sobre las oscuras aguas en que todo se hunde al fin y a cuya orilla he pasado largas horas de inquieta meditación, quizá la más de mi vida. En San Fernando, por diferencia, pasa los años más felices de su niñez y adolescencia, respirando la naturaleza virgen de las quintas y esa vecindad cercana al ferrocarril. Sin embargo, como dice Luis Alberto Murrray, Nalé es uno de los poetas argentinos más hondamente tristes.

 Luis Emilio Soto afirma que la obra de Nalé Roxlo está apoyada en la estética que Ramón del Valle Inclán expone en La lámpara maravillosa y en verdad a juicio de Luis de Paola esto se debe al hecho que Nalé es un constante admirador del escritor gallego.

 La muerte de su abuelo y de Armando su querido tío lo golpea seriamente. La situación económica obliga a la familia a dejar la casa de San Fernando y mudarse a una humilde casita en Flores. En 1913 se instala en La Plata y ayuda a su tío, el poeta Carlos Roxlo, en la preparación del libro Historia de la Literatura Uruguaya. Un año después trabaja temporáneamente en la casa Portalis y Cía y más tarde pasa al establecimiento de su tío Manuel Nalé, en el barrio de Once. En 1916 conoce a Roberto Arlt, en las frecuentes reuniones de  La Idea, un periódico vecinal del barrio de Flores. En 1919 es exceptuado de servicio militar por falta de peso y una lesión pulmonar. Por esta razón viaja a la ciudad de Encarnación, en el Paraguay, buscando mejor salud. De allí pasa a Posadas donde trabaja en un negocio de ramos generales y se enfrenta a una realidad cruel, violenta e inhumana, desarrollada por los peones de las plantaciones de yerba mate. No soporta esa vida y regresa a Buenos Aires. Ya por entonces comienza a concurrir a las tertulias literarias del café La Cosechera de Avenida de Mayo y Perú. Se las arregla haciendo traducciones del francés para la Revista del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras. En uno de esos días escribe el soneto El Grillo que será su poema más reconocido. En 1923 recibe el Segundo Premio Municipal de Literatura por El Grillo.  Se casa en 1925 con Teresa de la Fuente y tiene una hija. En 1927 dirige ya la revista Don Goyo.
  



 Tal vez la mejor semblanza escrita sobre Nalé Roxlo sea la expuesta por Abel Posse, a través de la cual nos transporta a ese mundo onírico de un poeta con todas las letras. Dice Posse:

Personalidad de Nalé

En sus últimos tiempos Nalé solía recibir a sus amigos de madrugada en su departamento del quinto piso sobre el parque Lezica, en Caballito. Le resultaba imposible dormirse antes del amanecer y entonces hablaba y fumaba incansablemente poniéndose más lúcido y brillante a medida que el día se acercaba. Así es como lo recuerdo: en el escritorio de su biblioteca, entretenido en repasar las mil anécdotas de su vida y haciendo reflexiones sobre la poesía con esa frescura, ingenuidad y fervor de la que son sólo capaces los poetas. Aquel escritorio sobre el: par que me parecía un taller habitado por un artesano de rarezas, por un creador de materia noble: un tallista o un bruñidor. No era hombre de insistencia sino más bien de poco trabajo, pero de mucha atención y mucha mirada. En la noche tarde siempre se veía, en lo alto, la luz atenta en su torre de vigía, de lector.

Su imagen es la de un duende nocturno, cáustico, hipersensible, despiadado con el tonto y comprensivo con el tímido. Poco amigo de los silencios diplomáticos o de las expansiones vulgares.

Se maravillaba que a los setenta años no hubiese podido aprender nada del misterio de la poesía. "Mire: es realmente un misterio total. Es la esencia más fugitiva; cuando uno cree comprender algo es justamente cuando menos se sabe. Uno cree que va hacia la poesía, pero en realidad es ella que viene hacia algunos". Y contaba una anécdota de Valery que le gustaba repetir. Una vez se le preguntó al maestro qué era la poesía, en última instancia, y Valery se limitó a hacer un gesto con las puntas de los dedos, como si pretendiese tocar, apresar algo invisible, impalpable. Creía Nalé que quien pretendiese construir poesía desde la razón, la teoría o un exceso de voluntad expresiva, estaba perdido. Pensaba que el creador debía dejarse acometer por el momento poético y que el poema era más producto de la inacción que de la actividad sistemática. Con su habitual humor decía que los antiguos grandes poemas no eran más que una gigantesca estantería para sostener los buenos versos, esos capaces de hacer levantar en vuelo a toda la estantería.

Decía que así como el prosista debe aprender a desconfiar de su ocio, el poeta debe temer escribir todos los días. El mismo tenía una natural y aristocrática tendencia a no hacer trabajos superfluos ni "carrera". Estaba convencido de que el único trabajo posible para el poeta era el de posibilitar el momento poético y que éstos eran más producto de las sorpresas de la vida que de las decisiones que podamos tomar sobre ella. Criticaba en Lugones el exceso de trabajo y en su amigo Francisco Luis Bernárdez, el método.

Nalé creía, sin impulsos políticos ni de moda, en la funcionalidad de la poesía, como él decía. Afirmaba que hay una poesía que actúa en el fondo de nosotros y que está compuesta por pasajes, escenas y versos de los más diversos creadores. Este magma poético es una especie de sensibilidad colectiva que nos conforma y que también nos socorre. Es una especie de sabiduría poética, que va desde la poesía popular de las canciones hasta la alta lírica. Aseguraba que en momentos muy graves de su vida, cuando meditaba asediado, siempre, habían surgido versos o fragmentos poéticos, que como una voz interior lo habían ayudado positivamente.

Sentía Nalé que la poesía no es un elemento periférico  aunque sublime  de la cultura, sino un episodio esencial del conocimiento y de la sensibilidad humana.

Para Nalé la poesía era una guía delicadísima, extrema, del árbol espiritual. Allá donde las razones y las "intuiciones intelectuales" se detienen, donde la lógica fracasa y el orden verbal se enfrenta con el silencio, todavía era posible un paso más en el misterio y ese paso era algún verso o, en último caso, esa tensión espiritual y sensitiva del poeta, que es posible que fracase en el verso escrito. Sabía que hay fracasos capaces de dejar viva y por eso contagiar una inquietud espiritual. "Lo importante es la sugerencia última", decía.

En una noche de larga conversación le pregunté por el nacimiento de su famoso "Grillo". Me dijo: "Estaba yo desesperado, enfermo, era un poeta desconocido en una gran ciudad y al mismo tiempo estaba tontamente empeñado en ser poeta famoso. Era una situación desastrosa. Pensé que escribiría un poema románticamente dramático, como tenía pensado, tal vez abusando de la cargazón de dramatismo que me abrumaba, y fue entonces cuando, ante mi sorpresa, surgió ese poema casi infantil, esos versos que parecían no decir nada en concreto, pero que en realidad me recordaban a mí, el poeta, la fuerza pura de la vida, la alegría de la existencia en su mayor simplicidad, en la simplicidad desprotegida de un insecto que canta: un grillo..."

Y a continuación, después de carraspear y de espantar el animal de humo de su cigarrillo infinito, se puso a recitar con esa expresión de niño duende que nunca se desdibujó de su rostro, aquellos versos casi infantiles, sí, pero que encierran un intenso llamado a la alegría de la vida:

Música porque sí, música vana como la vana música del grillo; mi corazón eglógico y sencillo se ha despertado grillo esta mañana.

¿Es este cielo azul de porcelana? ¿Es una copa de oro el espinillo? ¿0 es que en mi nueva condición de grillo veo todo a lo grillo esta mañana?

Teatro, prosa, crítica, humorismo

El éxito y la fama que alcanzó Nalé con su comedia "La cola de la sirena", que hubiera sido impulso para cualquier creador para una producción mayor, no le llevó a la vasta obra que podía haber esperado. Sobre esta pieza, la más famosa de las suyas, se puede decir que ella misma es una metáfora (teatral) de toda su imaginación poética y de su fina sensibilidad.

En todas sus piezas, el elemento poético es decisivo, las anima. Ya sea mediante personajes míticos o por la atmósfera en la cual la acción crece poéticamente determinada: en el "Pacto de Cristina" será el medioevo, en "La viuda difícil", el clima del Buenos Aires colonial.

Decía Nalé que el teatro es la forma más legitima que tiene el poeta a mano para no tener que escribir siempre versos. Siempre se sorprendía, en cada representación, de ver a sus personajes vivos actuando como una proyección de su yo, de sus sueños.

En cambio, se lamentaba de no tener mucha paciencia para la prosa y solía echarle la culpa a su enorme máquina de escribir de los años 20 (cuando le regalaron una nueva me dijo que no se atrevía a trabajar en un aparato tan moderno). Sin embargo, escribió cuentos de gran perfección y profundidad, con una prosa clara y neta, sin barroquismo involuntario o manierismo sintetizador. Algunos de ellos como "La pulga de Dios", "El cuervo del Arca" y "El origen del árbol de Navidad" son de la mejor antología. Hay en ellos expresión de experiencia y conocimiento seguro y un clima de vida difícil de crear con tan pocas palabras. Palabras de castellano puro, universal, sin localismos ni forzoso academicismo, equidistante del hispanismo limitado, como de las lunfardias limitadoras. Tuvo un gran don para manifestarse en un idioma personal, pero no artificioso. Siendo que los problemas del subconsciente y del mundo onírico eran muchas veces sus más firmes impulsos para la creación, jamás permitió que el subconsciente se apoderarse de su idioma inclinándolo a la fácil confusión expresiva.

Se mantenía firme en este punto y le gustaba repetir una frase, que creo atribuía a Valery: "Un clásico no es más que un romántico que aprendió a escribir".

Su incursión por la novela fue breve, se concretó en "Extraño accidente", obra típica de su imaginería poética. Aquí el tema de la muerte lo ocupa como en algunos de sus mejores poemas de otro cielo y Claro desvelo. La muerte, el amor, la opresión del misterio sobre nuestras conciencias meramente humanas fueron sus principales preocupaciones. Sus respuestas religiosas eran parciales y no asoman en su obra. Se declaraba creyente y le gustaban las disquisiciones teológicas. Una vez oí decirle, dirigiéndose a un pesado ateo pontificador: "La religión es una sugerencia del Absoluto. Quien la entienda como un tratado de lógica o un reglamento es un tonto".

La magia de la realidad no dejó de fascinarlo en cada uno de sus días, tal vez sólo por eso mereció el casi inaccesible titulo de poeta.

Mucho se conoce y se ha escrito sobre "Chamico", su "alter ego" criollo que supo expresar tantas cosas simples y verdaderas. En ese corto trabajo yo preferiría recordar al crítico literario finísimo que fue Nalé, capaz de dar con el arma de la caricatura una profunda interpretación de textos y autores. Es el Nalé de la famosísima Antología apócrifa, que deberían leer con humildad esos complicados ingenieros literarios que hoy proliferan, solemnes expositores de una seudoestética de la tecniquería literaria.

Nalé afirmaba que escribir "pastiches" era su forma de querer la literatura y de comprender las obras. Pocas palabras claves o algunas actitudes cómicas de los personajes le servían para situar lo esencial de un estilo. Recordemos las inolvidables imitaciones dedicadas a Borges, D´Annunzio, Unamuno y Tolstoi.

Su humanismo es uno de los mejores aportes a nuestra "civitas literariae". Fue capaz de la sonrisa en un país más bien proclive a la carcajada o a la solemnidad patibularia. El  almidonamiento nacional tuvo en él un sólido enemigo.

Necesidad de una justa aproximación critica a Nalé Roxlo

El tremendismo literario y la banalidad política sabemos que confundieron en grado extremo el juicio litera río del público lector, al punto que hoy en Argentina y América hispana casi no tenemos críticos literarios, sino más bien comisarios de las letras o agentes de la moda. Prolifera la crítica política ética más que estética  y una sociología de la literatura que, cuando más, explica las circunstancias, pero no el objeto.

El desgano profesional (con el critico que "ya lo tiene sabido") y el terrorismo excluyente de los parricidas literarios terminaron por confundir la verdadera posición de Nalé Roxlo en las letras latinoamericanas (salvo honrosas excepciones como la de María Hortensia Lacau). Nalé cometió el pecado de no escribir obras largas o verticalidades cósmicas, para algunos, por esto, fue un poeta "menor".

Una de las funciones de esa critica será la de valorizar la obra de Conrado Nalé Roxlo. Me atrevo a sugerir algunas hipótesis de trabajo: la necesidad de destacar a este autor como uno de los pocos poetas "puros" de la literatura argentina. Esto es, en el sentido de que fue capaz de abordar la realidad desde una dimensión puramente poética, sin infecciones ideológicas o racionalistas que se yuxtapusieron a su poética. Por este difícil logro y por la perfección, o mejor por el "punto exacto" de su lenguaje, sólo se puede parangonar con Banchs. Ambos lograron lo más difícil para un poeta: eludir el naufragio de la mentalización de sus poéticas y, al mismo tiempo, los limites del formalismo manierista.

Por otra parte, y con la misma intención revisionista, pienso que debe decirse con toda claridad que Nalé Roxlo fue uno de los pocos poetas de la existencia de su gene ración.

La motivación central de su poética fue el asedio de esos "problemas permanentes de la condición humana". Este le confirió gravedad a su poética dentro de la fragilidad finisecular de sus temas y la claridad de su estilo. Nalé, tal vez sin saberlo, con la ingenuidad típica del poeta, fue un poeta existencial, pero nunca padeció existencialismo literario.

Sus críticos sólo le dedicaron (o cometieron) erudición, elogios y olvido. Nadie se atrevió a negarle el titulo mayor, el de Poeta, y esto es mucho en los tiempos que corren.





María Esther Vázquez lo define así: Menudo, de rostro delicado y gesto firme, observó, con mirada festiva no exenta de ironía, el mundo a través de los cristales de sus anteojos y del humo del cigarrillo que nunca abandonaba. Gozó de una infancia y de una adolescencia libre al lado de una madre imaginativa, un hermano cómplice y una abuela fuerte y alegre. A los quince años, en la Avenida de Mayo, se encontró frente a frente con su ídolo, Rubén Darío, pero no se atrevió a saludarlo. La temprana muerte del padre lo obligó a trabajar desde muy joven y así a los diecisiete años vio de cerca los diferentes tipos de la picaresca criolla que luego llevaría a la narrativa.

En aquel tiempo empieza a frecuentar las tertulias literarias y conoce a Roberto Arlt, del que será amigo fraterno. Tanto, que cuando Nalé, llevado por su destino, se emplea en Posadas como cajero de un almacén de ramos generales, son las extensas cartas de Arlt (treinta y ocho carillas escritas en papel de envolver con letra apretadísima) las que lo mantienen en contacto con la civilización y la literatura. En Posadas enfrenta un mundo cruel: el de la pobre gente explotada, despojada y reducida a la esclavitud por patrones brutales y despiadados. Por compensación, conoce a Julio Sanders, entonces desconocido y más tarde famoso autor del tango Adiós, muchachos.


El exilio misionero dura poco y Nalé vuelve a Buenos Aires. En la Facultad de Filosofía y Letras asiste a las clases de los maestros de la época: Ricardo Rojas, Alejandro Korn. Esto ocurre en 1921. Nalé vive con su madre y su hermano menor, se gana la vida como traductor del francés y escribiendo poemas por encargo. Una mañana, después de una noche agotadora en cuyo transcurso compuso para la revista Insurrexit una larga composición que no ha quedado para los goces de la fama, "Canto a Rusia", escribió de un tirón un soneto, casi en seguida famoso, "El grillo". Este poema junto con otros de igual calidad y frescura integró un libro ganador en 1923 del premio de la editorial Babel. (El jurado estaba formado por Lugones, Capdevila y Arrieta.) La primera y segunda ediciones de El grillo se agotaron rápidamente. Según Luis Emilio Soto, "fue un libro de afirmación vital, un deslumbramiento espontáneo y jubiloso". Y Horacio Armani escribió: "El recuerdo de Heine flota sobre esta poesía a veces clara y luminosa y otras veces traspasada de una sombra dramática, pero siempre musical y de límpida interpretación".

Los años de El grillo son aquellos en que Nalé, hombre fino, encantador, ingenioso y querido, se reúne con los jóvenes intelectuales de la ciudad en El Almacén de la Cueva, fondín rebautizado por ellos "El Puchero Miserioso", ya que por 50 centavos se podía comer un suculento puchero con pan, vino y café. Un año después, en La Rioja, conoció y se enamoró de Teresa de la Fuente. Se casaron en 1925. Empezó a trabajar en el diario El Mundo y fue asiduo colaborador de Crítica. Bajo el seudónimo de Chamico produjo una profusa obra de cuentos de carácter humorístico. Trabajó en el periodismo y en la literatura incansablemente y fue uno de los escasos escritores argentinos que logró vivir de sus escritos.

Su novela Extraño accidente trata la historia de un hombre que debe morir pero que no puede hacerlo porque ha perdido el alma, y su ángel de la guarda llega a la tierra para ayudarlo a encontrarla. Escribió la biografía de Alfonsina Storni y una deliciosa Antología apócrifa donde se codean Góngora con Alejandro Dumas, Charles Dickens con Victor Hugo, Kipling con Borges; en fin, son treinta y tres fragmentos titulados "A la manera de...", en los cuales desfilan grandes escritores con sus temas preferidos y sus tics usuales. Varias veces obtuvo el Premio Nacional de Teatro por piezas inolvidables: Una viuda difícil, La cola de la sirena, El pacto de Cristina.

Entre las treinta y tantas obras que publicó, las deliciosas memorias de infancia, juventud y edad viril aparecidas originalmente en forma de folletín semanal en el diario El Mundo , bajo el título de Borrador de memorias , además de ser encantadoras, evocan un mundo y un país desconocidos para nosotros.

Su obra poética comprende sólo tres libros: El grillo, Claro desvelo y De otro cielo. Y, sin embargo, hoy que la poesía sufre el vacío de un tiempo aparentemente sin destino, los versos de Nalé Roxlo vuelven a la memoria como un resplandor en el crepúsculo:

"Va la sirena muerta por el río / con una flecha al corazón clavada, / y desde la ribera desolada / mis lágrimas la siguen por el río. / Mía no fue, pero fue un sueño mío. / ¿Quién la devuelve al mar asesinada? / ¿Por qué pasa ante mí, muerta y dorada? / ¿Dónde perdió su corazón y el mío? / ¿En qué arrecife de coral distante / irá a encallar su frágil hermosura? / Con ella encallará mi sueño amante. / Y del dardo mortal la pluma oscura / indicará en la tarde al navegante / que allí tiene la mar más amargura".





 El 20 de mayo de 1941 estrena en el teatro Marconi de Buenos Aires su primera obra teatral,  La cola de la sirena, comedia en tres actos y siete cuadros que fue galardonada con el Primer Premio Nacional de Teatro. Publica Cuentos de Chamico, seudónimo con el que se identifica como humorista. En 1942 reedita El Grilloy Claro desvelo en un solo volumen. 

 Ha escrito guiones cinematográficos, como Loco lindo(1936) Una novia en apuros (1942) Delirio (1944), Madame Sans Gene (1945) Historia de una carta (1957) Una viuda difícil(1957). En 1960 presenta Extraño accidente, primera y única novela. En 1961 recibe el Gran Premio de Honor que le confiere la Sociedad Argentina de Escritores.

Cultivó la literatura infantil, donde logró obras maestras como La escuela de las hadas. También dirigió el suplemento literario del diario Crítica. Junto con M. Mármol escribió las biografías de Amadeo Villar (1963) y Alfonsina Storni (1965).


Yo quisiera una sombra

Yo quisiera una sombra que no fuera la mía,
la de una antigua espada, la de un fino cristal,
la del pájaro en vuelo o la nube borrosa.
Una sombra, otra sombra, para verla pasar.

Otra voz que no fuera esta voz que traduce
hace más de treinta años el rumor de mi mar,
una voz de campanas o de ríos llorosos…
Otra voz de otro acento para oírla cantar.

Y quisiera los sueños que no soñaré nunca,
la angustia que mi alma no sentirá jamás,
el terror de las fieras en la selva sombría,
la alegría radiosa de la alondra solar.

De ese desconocido que ha cruzado la plaza
los recuerdos más tristes quisiera recordar.
Llenarme de otras vidas, otra luz, otras muertes…
¡No ser este hombre solo frente a la eternidad!


Epitafio para un poeta

No le faltaron excusas
para ser pobre y valiente.
Supo vivir claramente.
Amó a su amor y a la Musas.

Yace aquí como ha vivido,
en soledad decorosa.
Su gloria cabe en la rosa
que ninguno le ha traído.


Búsqueda

Aquí perdió el caballo la herradura.
Aquí el camino de la muerte empieza.
Pocos árboles grises. Y la hondura
de la tarde, y el viento, y la tristeza.

Después hallaron el puñal caído
en el polvo amarillo, el cabo roto.
Después leguas sin nada. Y el remoto
viento moviendo el pajonal sin ruido.

Por fin el cuerpo helado
- pobre relieve gris en verde suelo -,
el renegrido pelo
a la frente pegado.

Y sobre el campo la quietud del cielo.
Y el viento que pasaba… y el pasado.

Estela

No pongáis en mi estela funeraria
mi nombre ni las fechas de mi vida,
ni la piadosa frase dirigida
a salvar mi memoria literaria.

Que en la palabra ajena no se agrave
la confusión creada por la mía,
que el mundo incierto que en mi voz vivía
el tiempo borre y el silencio lave.

Si hay un Dios que me quiere como espero,
yo que por no saber tanto he mentido
quiero aguardar mi eternidad dormido
bajo un mármol por mudo verdadero.


El árbol de la ciencia

Yo vivía en el vago
país de la leyenda,
entre dorados héroes
y diáfanas doncellas.

De una verdad celeste
mi alma estaba llena,
como un prado de aromas
cuando es la primavera.

Pero una mala noche
traspuse las fronteras,
buscando las oscuras
verdades de la tierra.

Al ángel de la guarda
que me siguió en la senda,
lo ahuyenté con mis dudas
como a un perro con piedras.

Las ramas sin aromas
del árbol de la ciencia
hoy en mi frente triste
ponen su sombra negra.

Y fatigo mis manos
Partiendo nueces huecas.

Del otro cielo

Ésta es mi copa y la rompo.
Éste mi caballo y lo suelto.

Decid a mis amigos que he muerto.

Que el vino derramado de mi copa
lo beban mi enemigo y mi perro,
y sobre las cenizas de mi casa
dancen ebrios.

Yo con mi propia sed quiero embriagarme
hasta ser una estatua de fuego

Decid a mis amigos que he muerto.

Que mi caballo pase
bajo el arco de rosas y laureles
con otro caballero.

Decid a mis amigos que he muerto,
que he muerto y soy dichoso
de otra dicha que baja de otro cielo.


Tú que has visto las lunas literarias

Tú que has visto las lunas literarias
que por las hojas de los libros ruedan,
ven a ver esta luna. Es una simple
luna de la naturaleza.
No digas "se parece", no hagas una
metáfora, aunque sea
la justa, la inhallable, la que nunca
visitó el corazón de los poetas.
No cuelgues de su disco claro y puro
ningún cintajo literario. Sueña
que por primera vez abres los ojos
a una noche de luna y la contemplas.


Lo imprevisto

Señor, nunca me des lo que te pida.
Me encanta lo imprevisto, lo que baja
de tus rubias estrellas, que la vida
me presente de golpe la baraja
contra la que he de jugar.

Quiero el asombro
de ir silencioso por mi calle oscura,
sentir que me golpean en el hombro,

volverme, y ver la faz de la aventura.

Quiero ignorar en dónde y de qué modo
encontraré la muerte. Sorprendida,
sepa el alma, a la vuelta de un recodo,
que un paso atrás se le quedo la vida.


Balada del jinete muerto

Ay, alazán, alazán
si llegaremos a tiempo.
Rojas traigo las espuelas
de tu sangre, compañero,
y mi blusa azul manchada
de sangre en el lado izquierdo.
¡Cómo resuena el camino
bajo tus cascos ligeros!
¡Si llegaremos a tiempo!...
Sólo tu sombra se alarga
por el suelo ceniciento.
Ay, que mi sombra no va
con la tuya, compañero.
Alazán, alazán mío,
no corras, que ya no es tiempo.

Cuando llegues a la casa
-¡Cómo me duele el recuerdo!-
oirás cantar la roldana,
te darán un cubo fresco,
y ella, de brazos desnudos,
irá a abrazarte gimiendo;
sus lágrimas correrán
con el sudor de tu cuerpo,
y oirás cantar a mis hijos
la canción del padre muerto.

Ay, alazán, alazán,
no corras, que ya no es tiempo.



Balada de Doña Rata

Doña Rata salió de paseo
por los prados que esmalta el estío,
son sus ojos tan viejos, tan viejos,
que no puede encontrar el camino.


Demandóle a una flor de los campos:
"Guíame hasta el lugar en que vivo".
Mas la flor no podía guiarla
con los pies en la tierra cautivos.


Sola va por los campos perdida,
ya la noche la envuelve en su frío,
ya se moja su traje de lana
con las gotas del fresco rocío.


A las ranas que halló en una charca,
Doña Rata pregunta el camino,
mas las ranas no saben que exista
nada más que su canto y su limo.


A buscarlas salieron los gnomos,
que los gnomos son buenos amigos.
en la mano luciérnagas llevan
para ver en la noche el camino.


Doña Rata regresa trotando
entre luces y barbas de lino.
¡Qué feliz dormirá cuando llegue
a las pajas doradas del nido!


El Grillo

Música porque sí, música vana,
como la vana música del grillo,
mi corazón eglógico y sencillo
se ha despertado grillo esta mañana.

¿Es este cielo azul de porcelana?
¿Es una copa de oro el espinillo?
¿O es que en mi nueva condición de grillo
veo todo a lo grillo esta mañana?

¡Qué bien suena la flauta de la rana!
Pero no es son de flauta: es un platillo
de vibrante cristal que a dos desgrana
gotas de agua sonora. ¡Qué sencillo

es a quien tiene corazón de grillo
interpretar la vida esta mañana!





Los estornudos


Los estornudos no suelen traer nada bueno, decían las viejas de antes, y tenían razón; pues lo que traen o anuncias, rapé aparte, es un resfriado. Pero yo sé de unos estornudos que fueron el soplo inspirador de cierta notable pieza literaria; y eso que no fueron musicales expresiones de una nariz célebre por su belleza, como la de Cleopatra, cosa que habría justificado un madrigal, sino rotundas explosiones de las de un chinito, bastante retobado él, inspector de escuelas provinciales. Misterios de la poesía que la ciencia no se explica.

Las cosas ocurrieron así.

El señor inspector penetró en el aula, y, tras de retribuir con una sonrisa de vinagre de luto los almíbares que se desparramaban por la bondadosa cara de la señorita Italia Migliavacca, mi inolvidable maestra de primeras letras, subió a la tarima, tarima que crujió gentilmente para ponerse a tono con los zapatos amarillos del señor inspector. Y vino, naturalmente, una alocución, como ellos dicen.

-Niños que en este ámbito del saber primario sorbéis las materias como la enredadera sorbe el sol...¡atchís!

-¡Salud, señor inspector! -prorrumpió la clase en pleno.

El inspector pasó una mirada furibunda por los bancos mientras se llevaba a su importante apéndice nasal un pañuelito muy bien planchado, que luego volvió a doblar y colocar en el bolsillo superior de su saco negro con trencilla, y retomó el hilo del discurso:

-El sol!...,el sol!... ¡atchís!

Martirena me dijo por lo bajo, pero de modo que sonó bien alto:

-Debe ser un resfrío de sol...

El inspector intentó matarlo de una mirada y continuó:

-El sol o, mejor dicho, sus rayos, llamados también irradiación febea...¡atchís!

-¡Salud, señor inspector! -volvimos a decir a coro, creyendo proceder muy correctamente. La señorita nos hacía señas de que no insistiéramos, pero nosotros éramos muy bien educados y no perdonábamos estornudo. Y éstos se sucedían cada vez con mayor frecuencia, y el inspector, par retomar el hilo de la perorata, tenía antes que retomar el hilo del pañuelo, suponiendo que lo fuera. Hasta que, con un violento "buenas tardes", se despidió y se fue como una tromba a ponerse sinapismos, sin duda.

Ya alejado el ogro, la clase en pleno soltó la carcajada, y muchos se pusieron a estornudar por burla.

-Niños -dijo severamente la señorita Italia-, nunca debemos burlarnos de los defectos físicos del prójimo.

Y para aleccionarnos trajo al día siguiente, pues era repentista, la fábula que va a leerse y que felizmente guardo entre mil cuadernos escolares.

EL CANARIO Y EL JAMELGO

Cierto coche de punto,

también puede llamárselo de plaza,

que formaba conjunto

con un jamelgo de raída traza,

y un anciano cochero, en el pescante,

detúvose delante

de una pajarería en cuya puerta

un canario, infatuado tenorino,

con sutil artificio,

sacaba dulce trino

de melodías rico

de su órgano bucal al orificio

también llamado pico.

El equino aludido,

cuyo nombre vulgar era "Pirincho",

no con mala intención, de distraído,

dejó escapar un natural relincho.

(Expresión incorrecta, sea dicho,

mas perdonable en tan humilde bicho.)

La gente que lo oyó, de baja estofa,

elogiando al canario melodioso

cubrió al jamelgo de improperio y mofa.

Pasó el tiempo premioso,

y ambas bestias murieron a su hora,

y escuchad, niños, lo que viene ahora.

El canario, ya inútil, fue a parar

a infecto muladar,

y, en cambio, con las tripas del rocín

hicieron varias cuerdas de violín,

en que un artista joven

interpretó a Mozart, Verdi, Beethoven.

MORALEJA

No desprecies, ¡oh, niño!, al que algún día

estornudó en momento inadecuado,

pues, como aquel caballo mal juzgado,

puede esconder torrentes de armonía.


A nosotros nos gustó mucho la fábula. Pero la señora directora no le permitió que se la mandara como desagravio al inspector, pues dijo que ciertas comparaciones podrían no ser bien interpretadas por éste. Mi querida maestra fue una incomprendida en el ambiente educacional de su época: era una precursora.

Fuente: CHAMICO, El humor de los humores. Almanaque de la medicina para el año que viene. Buenos Aires, s. ed., 1953 (págs. 42-43)






Receta para fabricar un argentino medio

Tomar por orden: una mujer india de caderas anchas, dos caballeros españoles, tres gauchos muy mestizos, un viajero inglés, medio ovejero vazco y una pizca de esclavo negro. Dejar a fuego lento durante tres siglos. Antes de servir, agregar de golpe 5 campesinos italianos (del sur) un judío polaco (o alemán o ruso), un tendero gallego, tres cuartos de mercachifle libanés y también una prostituta francesa entera.
Dejar  reposar sólo cincuenta años. Luego, servir amoldado y engominado.


La carta que hoy reproducimos, escrita por Raúl González Tuñón y destinada a Conrado Nalé Roxlo, permaneció inédita durante 70 años. Es un testimonio de las impresiones del segundo viaje de Tuñón a España, cercano a las vísperas de la guerra civil, y de las relaciones de amistad del grupo de poetas que se conoció en Buenos Aires. Su publicación permitirá aportar a la reconstrucción de una época de sueños y luchas tristemente olvidadas.


MI QUERIDO CONRADO:
Madrid! Al fin! Te diré que conozco casi toda la Argentina, buena parte de Sud América; que he estado cerca de un año en Francia y que conozco "por lecturas", el resto del mundo. Bien. No creo, que ahora, hoy, exista un país más interesante para nosotros, poetas, que España. Otros países viven. Otros países mueren. Este país vive y muere al mismo tiempo. Sevilla es maravillosa y más maravillosa Toledo donde todo está vivo y todo está muerto. Donde la gente -contra lo que sucede en Francia e Italia- pasa por sus ruinas, por su grandeza acabada, por sus reliquias históricas, con desenvoltura, tanta, que uno se avergüenza del poco turista que lleva adentro. A pesar de los guardias de asalto, de las tremendas injusticias que se cometen aquí, como en todas partes, España tiene un color distinto, un clima distinto y de la lucha entre lo sombrío de Felipe II y lo luminoso de los árabes -que perdura en el alma de los españoles- surge algo, ha de surgir algo que no será Europa ni África ni América sino simplemente España. La vida y la muerte, y la sangre, que es la frontera, se ven más de cerca en España que en ninguna otra parte.

Madrid tiene una parte nueva y una parte vieja. Prefiero la vieja con sus tabernas y sus calles del Pozo, de la Luna, del Barco, sus arcadas y sus plazuelas, su vino oloroso y dorado. Qué noches. Qué madrugadas. Qué gusto vivir, y hasta sufrir, aquí, en una ciudad con tabernas y lunas a cada paso.

Perez Mariluz, Neruda, Federico, Ramón, Biliken Muñiz, Oliveski, Blanco Amor, Arteche, amigos de antes y de hoy, son de lo más cariñosos con nosotros. Neruda, Delia del Carril, Cotapos, y la barra de la Cervecería de Correos, -Ugarte, Federico, Maruja Mayo y muchos otros (Alberti está en Cuba)- nos han recibido con mas cordialidad que la que imaginábamos. Neruda está más afectuoso, más confidencial, mas amigo. Nos ha dado grandes pruebas. Federico entusiasta y, como Neruda, recordándolos a todos ustedes a cada rato. Sé por mucha gente que Federico ha dicho aquí que tú eras el hombre de más ingenio que él había conocido en su vida. Y yo lo creo así.

"Ciudad" es una revista semanal que hacen Oliveski, Arteche, Blanco Amor, Perez Mariluz, Biliken y a la que me he incorporado con un gran saludo de presentación, notas mías, volantes por las calles que hablan del "ilustre periodista" y el "gran poeta argentino" y otras mentiras amables. Yo les agradezco mucho porque "Ciudad", además de refugio, será para mí un puente. No sé adonde llegaré. No sé si publicaré un libro, estrenaré una pieza teatral, etc., pero aunque no haga nada ni nunca llegue a interesar en Madrid, jamás olvidaré la acogida generosa de "Ciudad".

Hay una gran confusión política. Atmósfera de temores y venganzas. Muchos fósiles. Muchos jóvenes notables. Una inmensa inquietud. Un tronco madre al que deberíamos agarrarnos nosotros, que, ciertamente, somos españoles de América. Creo que la veleta señala hacia acá. Ellos nos aceptan con nuestra impetuosidad, nuestra juventud, nuestras nuevas palabras y nosotros recibimos de ellos un viento denso, torres y pozos, vino y lunas, y en el cruce de los ríos misteriosos de la raza, de la sangre, nuestro espíritu es el mismo. Yo no me siento en Europa, no. Me siento en España, en nuestra casa, en nuestra gran casona, en la matriz, de la que somos la primera sucursal. No quiero decirte con esto que dependemos cien por cien de "Madrid, meridiano espiritual", pero sí que aquí tenemos derecho a opinar, a servirnos de lo que nos guste, porque nunca seremos forasteros. Es decir, lo somos solo para sentir una cordialidad que los españoles no se suelen gastar entre ellos.

El pobre Enrique ha sufrido mucho con Nara, que ha estado gravísima. Ahora anda bien. Amparo muy contenta, aunque con frecuentes ataques de nostalgia. Yo, nervioso, ávido, pero aparentemente tranquilo como si algo estuviera madurando en mí. La vida como en Buenos Aires, ni más barata ni más cara. Escribo unas notículas para la Andi, pero me cuestan mucho trabajo. Tan distraído estoy con lo que me rodea.

Te escribiré con frecuencia, aunque no me contestes. Olvidaba decirte que Ramón y Luisa, Guillermo de Torre y Norah, también nos recibieron muy cariñosamente. Todos te mandan saludos y Amparo y yo un inmenso abrazo y otros para Teresita, Rosita y las chicas. Escríbeme a -Redacción de CIUDAD. Palacio de la Prensa -. ¡Te esperamos! ¡Sería lo mejor que podría ocurrir! ¡Decídete!
Raúl
Madrid. Abril 19. [1935]

Salas, Horacio: Conversaciones con Raúl González Tuñón . Bs. Aires, Ediciones La Bastilla, 1975. (Págs. 27-28)


El 2 de julio de 1971 Conrado Nalé Roxlo fallece. En 1978 se publica Borrador de Memorias.






ROSA GUERRA:MIRADA DE MUJER

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  Rosa Guerra, nacida en fecha desconocida y fallecida en 1864, fue una de las escritoras que cumplió notable tarea en la sociedad argentina teniendo en cuenta su capacidad de autodisciplina, el control sobre el discurso público y su predisposición imaginativa para zanjar diferencias culturales y raciales. Además de educadora y periodista fue una referente para muchas generaciones de alumnos en el colegio de Miss Ana Bevans del barrio de Belgrano, donde se formaron varios de nuestros próceres.

  Guerra intentaba demostrar la importancia de la labor femenina dentro de la sociedad, la necesidad de autodisciplina, el control sobre el discurso público y la educación para ambos sexos.

  Fue una adelantada para su época y se obligó a utilizar el seudónimo de Ceciliapara llevar adelante su obra. Recibió la peor de las críticas por sectores radicalizados que la trataron de “enferma”. Siguió adelante, era una luchadora, una mujer con temple que proclamaba libertad.


Al corazón

¡Oh triste corazón! ¿Por qué te quejas?
¿Por qué vives inquieto y agitado?
¿Por qué suspiras y en tus crueles ayes
Llamas la muerte con ahínco tanto?


¿Por qué no eres feliz corazón mío?
Dime, ¿no cabes en mi estrecho seno?
¿Te sofocan en fin tan crueles males,
Puedo yo arrancarte de mi pecho?


¡Oh, memoria cruel, bárbara suerte,
Memoria aciaga de pesares tantos!
¿Y puedo yo vivir y el alma mía
soportará una vida de quebrantos?


¿No es mejor morir, y en la fosa
Cubierto en polvo el miserable resto
De un ser tan infeliz, dormir tranquila,
En el seno apacible de los muertos?


Amor ideal

A él

Eres tú cuyo esbelto y noble talle,
Cuya cabeza erguida no altanera,
Cuya preciosa frente y hechicera,
Cuyos ojos de amor e inteligencia llenos;
El mismo que yo veía en mis ensueños
El bello ideal de la imaginación mía,
La creación de mi ardiente fantasía
Que tuvo amor por único modelo.

Dime cómo viniste a este suelo,
¿Es obra mía la existencia tuya?
Aquí en mi mente, tu ideal figura
Grabé yo misma en caracteres bellos;
Un ser ya eras, sólo vital aliento
Faltaba a tu existir y yo quería
Infundirte un alma cual la mía
Tierna, amorosa y de ardoroso fuego.

 

Publicó un libro de poesías Desahogos del corazón, dedicado a Vicente Fidel López. Un drama en verso Clemencia, dedicado a Bartolomé Mitre. Un libro de lectura para niñas Juliao la educación, dedicado a Mariquita Sánchez. Fundó la revista Educación y el periódico femenino La Camelia en 1852, por el cual recibió una oposición tan brutal que debió cerrarlo.

  Utilizando el seudónimo Cecilia colaboró en La TribunaLa Nación Argentina y El Nacional,con ensayos periodísticos sobre la directa relación entre el atraso o progreso de las naciones y el abuso ejercido contra las mujeres.

  En 1860 publicó Lucía Miranda. Novela histórica, convirtiéndose en la primera escritora argentina en tenerla como personaje central. En su advertencia explica que la edita para “complacer el pedido del público”. Lleva como prólogo una carta de Miguel Cané fechada en 1858  y una dedicatoria a su amiga Elena Torres. Allí cuenta que debió apurar su aparición “a causa de estarse publicando otra novela con el mismo título y con el mismo argumento”. Se trataba de la versión de Eduarda Mansilla.





  Aquí se plantea el gran dilema sobre esta obra porque en rigor pareciera tratarse de una competencia entre Rosa Guerra y Eduardo Mansilla. Novela histórica con el mismo argumento básico (la conocida historia de la española cautiva por los indios timbúes en los primeros años de la colonización del Río de la Plata), esas obras no sólo contribuyeron a la evolución del género narrativo, renovando los cánones vigentes (los de la novela sentimental), sino que, con ello, intentaron renovar además el imaginario colectivo de la época, tanto en lo concerniente al concepto de feminidad establecido como a lo relacionado con esa dualidad fundamental, civilización vs. barbarie, que tanto determina política, cultural y literariamente el siglo XIX en Argentina y, en general, en toda Hispanoamérica. De ahí que, aunque olvidadas por los manuales canónicos, nunca reeditadas y casi imposibles de encontrar hoy, esas dos Lucía Miranda, bien contextualizadas, puedan emerger como textos muy significativos desde el punto de vista histórico-literario, fundamentalmente porque, leídos en el marco del debate intelectual de su tiempo, los años inmediatamente posteriores a la caída de la dictadura de Juan Manuel de Rosas en 1852, funcionaron como el ‘puente’ o la transición entre los textos antidictatoriales de la llamada Generación del 37. Facundo(1845) de Domingo Faustino Sarmiento, El matadero de Esteban Echeverría (escrito hacia 1839), Los misterios del Plata (1846) de Juana Manso o Amalia (1851-1855) de José Mármol, muy determinados por la hostilidad hacia el régimen rosista, y los de la Generación del 80, el grupo responsable del surgimiento de la modernidad en Argentina, que tendrán ya intereses más amplios. Y además, porque rinden testimonio de otro proceso cultural también muy relevante: leídos así, en su contexto, esos trabajos se revelan como un desacato a los aspectos institucionalizados de la relación entre géneros, que traducían una rígida separación entre las esferas de actividad -el dominio masculino se identificaba con la esfera pública y el femenino se limitaba a la privada-. Se publicaron con apenas un mes de diferencia entre ellas: la novela de Eduarda Mansilla apareció por entregas en La Tribuna de Buenos Aires, entre mayo y julio de 1860 (y más tarde como libro); y la de Rosa Guerra -escrita en 1858, según una “advertencia” de la autora, para un certamen en el Ateneo del Plata que no tuvo lugar, en junio de 1860, editada por la Imprenta Americana de Buenos Aires y precedida por una elogiosa carta-, prólogo de Miguel Cané. 

  Rosa Guerra dialoga con las limitaciones o fronteras laborales impuestas por los sectores de poder masculino en las mujeres y genera un discernimiento que cuestiona la falta  de capacitación educativa femenina.

   Las mujeres, al estar capacitadas científicamente, podían fortalecer la unión familiar por medio de un nuevo ordenamiento laboral de grandes remuneraciones a nivel moral y económico. La prensa femenina intenta dilucidar las fronteras que dividían el accionar femenino del masculino al abogar por un sistema de educación científico universal.

  La edición de la revista La Educación fue un fracaso y dos meses después de su desaparición Guerra retoma con La Camelia el campo de la prensa femenina. En el encabezado de este semanario la autora aclara que el mismo “tratará de todo”, premisa que se hace evidente en su primer artículo editorial el cual elabora sobre el período rosista; entre esta variedad temática se encuentran la regeneración política del país, la resurrección de la patria argentina, los exiliados y la influencia de la mujer en la política, entre otros puntos. A diferencia de La Camelia, La Educación contó con la protección del gobierno provisorio, el cual no sólo se subscribe al periódico sino que también lo adopta como material de lectura. Lo cierto es que la necesidad de Guerra de usar un seudónimo, Cecilia, sumado al hecho de que el semanario desapareció después de su sexta emisión muestra la tensión vigente en el periodismo de entonces, el cual todavía era considerado un privilegio masculino.

  Guerra inaugura su discusión sobre esta temática en el artículo editorial de su primer fascículo en donde brinda su testimonio sobre el período rosista y su influencia en las mujeres: “En el tiempo de la tiranía hemos experimentado la necesidad que tenemos que se nos dé una educación capaz de bastarnos a nosotras mismas, a nuestras necesidades” (24 de julio de 1852). Las numerosas referencias a la reciente tiranía, todavía viva y doliente en la memoria colectiva, articulan un discurso testimonial, didáctico y correctivo que insiste en la necesidad de aprender de los errores del pasado y en la urgencia de capacitar científicamente a las jóvenes para poder asegurar su autoabastecimiento. La prensa femenina comparte el “optimismo del siglo diecisiete de imponer a través de la ciencia una educación moderna para generar el bienestar y la transformación material de la sociedad”

  Las periodistas argentinas insertan sus voces en los debates educativos públicos insistiendo, ya en una temprana época, en la necesidad impostergable de implantar en el espacio argentino un sistema de educación científico común y mixto con la intención de modificar significativamente la dinámica social femenina. En los imaginarios nacionales de las editoras y colaboradoras de las revistas y periódicos literarios femeninos, la educación se consideraba, como señala Michel Foucault en otro contexto, un sistema de dominación capaz de controlar las conductas de los individuos y de someterlos a través del ejercicio de poder hacia ciertas finalidades.

 Su universalización y su componente científico pretendía cambiar la personificación social de las jóvenes al alejarlas del superficialismo y acercarlas hacia temáticas de mayor trascendencia. Sin lugar a dudas, esta transformación ayudaría a establecer una imagen más positiva en el exterior, específicamente en los Estados Unidos y en los países europeos en donde, a diferencia de Argentina, la enseñanza de la mujer no era “efímera ni superficial; no, [era] sumamente esmerada y científica” (La Camelia 2 mayo 1852). La crítica extranjera conformaba una preocupación que se reitera en la prensa femenina a partir de 1852, con el lanzamiento del periódico La Educación. Aquí es donde se comienza a reproducir la visión extranjera de la sociedad argentina y donde se empieza a visualizar a la educación científica de la mujer como una avenida que conducía a la recreación de la imagen argentina en el exterior. Rosa Guerra ilustra la transformación que la educación científica podía generar en su carta del 7 de agosto de 1852:



Entonces se hablará en los salones como en los mas reducidos estrados, y aun en el hogar doméstico; de historia, de geografía, de música, de poesía, de pintura, de autores de literatura, de escritores de viajes, de etc. etc. De este modo no se criticará tanto por el extranjero lo insulso é insignificante de nuestra sociedad reducida ha hablar únicamente de modas y de tantas vulgaridades que ocurren en el interior de la familia y que solo se deben tratar en el caso. Entonces se olvidará esa crítica mordaz que hace el alma y el elemento de nuestras tertulias y sociedades. Habiendo cosas serias y de interés de que ocuparse, no se pensará en sacar la conversación de tal, ó tal persona; de esta, ó aquella familia; sus rentas, sus economías, sus compromisos, su modo de vivir, etc.

  La ciencia ponía fin al materialismo y a la crítica social interna del país, mejorando de esta manera el proceder de las mujeres y su concepción en el exterior. El conocimiento científico distanciaba a las jóvenes de las preocupaciones superficiales sobre su persona y generaba un cambio de actitud radical que posibilitaba su contribución en el proceso de construcción nacional. En el contexto europeo, la educación científica había generado mujeres célebres que se distinguían en diferentes ramos de las ciencias y que habían contribuido significativamente a la sociedad de su tiempo. En el discurso periodístico femenino se brindan pruebas convincentes de que la mujer poseía la habilidad de capacitarse “en todo género de ciencias” (24 julio 1852).

  Rosa Guerra recrea la versión didáctica en su novela “Lucía Miranda” con una esmerada narración de Ruy Díaz de Guzmán como hechos de la “historia”. Le agrega dramatismo explicando el proceso de escritura, cómo “veía” en su “ardiente imaginación” a Gaboto, Nuño de Lara, Hurtado, Mangora y las diferencias culturales de ambos grupos; vivienda, vestimenta, costumbres y el “desenlace sangriento”. Conmovida por los acontecimientos, saca conclusiones y refiere “las desgracias de Lucia” como ejemplo de los errores de la conquista.

  Sitúa la acción en Sancti Spiritu en 1527. Presenta a los españoles como valerosos, prudentes y probos y a los timbúes como dóciles y amigables. Mangora “a pesar de ser bárbaro”,  posee condiciones caballerescas por haber pasado tiempo al lado de los europeos. Sin embargo, no se entienden. Cuando ella explica la relación conyugal o habla del amor fraternal, cree que está enamorada de él.  Lucía tampoco percibe los sentimientos del cacique, le ofrece presentarle una española para que se case.

  La acción se va encadenando por una serie de confusiones entre lo que se dice y lo que se interpreta, errores tácticos y la dificultad para comunicarse que tienen dos razas diferentes.  Lucía no es clara, manifiesta que no puede acceder a los reclamos amorosos por estar casada, antepone el deber matrimonial, no dice que no lo quiere.

  Los timbúes atacan la fortaleza después de partir Hurtado a la expedición, preparan una estrategia similar a la del caballo de Troya: llevan comida en son de amistad. Mientras los españoles duermen, los asesinan. Mangora se lleva a Lucía, al creer que ella está muerta, se convierte al catolicismo, pide perdón al Dios cristiano y le ofrece su vida por la de ella.

  Su hermano Siripo lo sucede. Ejemplifica al  brutal salvaje que se obsesiona con Lucía en cuanto la ve. Decide “conquistarla” con su poderío recién heredado, ella no sucumbe bajo ninguna circunstancia. El marido cae prisionero, el cacique le perdona la vida con la condición de que no vea a su esposa, a cambio le ofrece doncellas aborígenes.

  Siripo no convence a Lucía, tras tenderle una trampa, decreta que sea su concubina y la muerte de Hurtado. Ellos se abrazan para morir juntos, reciben una descarga de flechas y luego son llevados a la hoguera como “mártires de su deber, y del amor conyugal”.

  El planteo de Guerra es doble.  A los conquistadores les faltó “la causa de la humanidad” y el proceder de los aborígenes fue “infame”.

  Presenta a la belleza como una fatalidad: no deben ir mujeres hermosas en un proyecto civilizador, “perturban” a quienes no pueden dominar las pasiones y no entienden el deber matrimonial (si la mujer es infiel, quien pierde la honra es el marido).

  Al tomar la palabra, aun con fines evangelizadores, la mujer se coloca en la escena pública. Es necesario que tenga una adecuada educación para comprender peligros y malentendidos y para sortear las ambigüedades discursivas que provoca el  choque cultural. La cuestión de la historicidad o ficcionalidad de la figura de Lucía Miranda es aún objeto de controversia entre la crítica, que, en general, se divide en dos opiniones contrarias: la que considera real el personaje e históricas sus peripecias -un elemento más de la historicidad de la crónica de Díaz de Guzmán-, que no tuvieron más tradición oral que la de los propios espectadores de los hechos; y la que ve en Lucía Miranda un personaje legendario, cuya supuesta existencia se debería a la imaginación novelesca del cronista, y la transmisión de su historia, con múltiples versiones, a la tradición oral colectiva y uno de los episodios cronísticos que mejor condensa buena parte de las tensiones que atravesaron el proceso de conquista y colonización, lo que está en la base de su valor apodíctico como «el mito de una cautiva blanca, que nace sobre la abrumadora realidad de la cautiva india», en un intento de conjugar «el equilibrio imposible entre las razones blancas y las razones indígenas»

  En la trama original, Lucía es una española que provoca la «pasión desordenada» en uno de los caciques nativos, tras haber llegado a la región rioplatense en 1530 junto a su marido, Sebastián Hurtado, como integrante de la expedición al mando de Sebastián Gaboto que fundara el fuerte de Sancti Spiritus, el primer asentamiento español en el Río de la Plata. La pasión salvaje que la joven desata en el cacique Mangoré desencadena la ofensiva de los timbúes, la destrucción del fuerte y el asesinato de los españoles que lo ocupan, con el objeto de secuestrar a Lucía. Mangoré muere en la lucha y es su hermano Siripó quien la toma cautiva para obligarla a ser su mujer y, tiempo después, ejecutarla en la hoguera al descubrir que Lucía no le ama y que mantiene entrevistas secretas con su esposo Sebastián, que también será ejecutado.  La coincidencia entre las dos autoras en escoger este personaje delata un interés fundado en algo más que el atractivo de esa historia de la cautiva española que había tenido ya, por otra parte, numerosas reescrituras en géneros muy diferentes (crónica, teatro, poesía) desde el siglo XVII: recuérdense, entre otros ejemplos ilustres, la tragedia Siripo (1789), atribuida al argentino Manuel José de Labardén.




  La Lucía Mirandade Rosa Guerra desarrolla la historia con unidad de acción, tiempo y lugar, en apenas cien páginas, mientras que la novela de Eduarda Mansilla, mucho más extensa, comienza en los años anteriores al viaje de su protagonista a América, y las numerosas digresiones que emprende la autora para proporcionar el trasfondo histórico de sus personajes llevan al lector a conocer las intrigas de la Corte de Valladolid y la corona española en Nápoles, o a recorrer espacios arquitectónicos cuidadosamente dibujados; casas, palacios y salones europeos que constituyen el marco de civilización, elegancia y buen gusto del desarrollo espiritual de la heroína, y que sirven de contraste a la geografía desestructurada y salvaje del Nuevo Mundo que preside la Segunda Parte del libro.

  Paula Jiménez en el prólogo de Lucía Miranda reeditado en 2011, nos recrea con este concepto:

 El amor entre el hombre y la mujer, el deseo, la triangularidad y la tragedia: un drama con todos los condimentos necesarios para capturar la atención de una escritora de su tiempo. Pero el pasional no fue el único atractivo. La tentación de narrar, desde su lugar de mujer, la historia de una cautiva, debió haber estado en primer orden. Los hechos fueron referidos por el cronista Ruy Díaz de Guzmán en 1612 y en ellos se basó Rosa Guerra para construir una ficción dos siglos y medio después. Lo mismo hizo Eduarda Mansilla, quien publicó su propia versión de Lucía Miranda, por entregas, en el diario “La tribuna”. Ambas producciones salieron a la luz en 1860, en los albores de una década muy prolífica para la literatura escrita por argentinas.
 El título de la obra de Guerra incluye la aclaración de “novela histórica”, pero no se ha probado la verosimilitud de los acontecimientos y personajes a los que Ruy Díaz de Guzmán aludió. Es muy probable que ante una especie de “vacío histórico” Guzmán ha-ya recurrido a la creación de una ficción que reforzara la imagen bárbara de los pueblos originarios contra la pontífica heroicidad de la conquista. Pero la Lucía Miranda que con este libro se reedita da una sutil vuelta de tuerca a esta suerte de “leyenda” situada en 1527.
 La historia reza que Espíritu Santo era el nombre de la fortaleza, construida en la orilla del Río Carcarañá, que albergaba a los españoles seguidores de Sebastián Gaboto. Entre estos españoles se encontraba el militar Sebastián Hurtado y Lucía, su bellísima esposa. Tanto ella como su marido mantenían una relación de amistad con el cacique timbú Mangorá, a quien la autora describe así al comenzar la novela: “Tenía alta talla, y era de fuerte y nerviosa musculatura, sus formas esbeltas; y aunque de color cobrizo como son todos los indios, no tenía aplastada la nariz; sus ojos eran chispeantes, y en todo su continente se conocía era dominado por pasiones fuertes y tiernas a la vez”. Guerra presenta al cacique como un hombre de imagen seductora y sensual a la que no desluce ni demoniza ni aun en los peores momentos. Y los peores momentos son aquellos en que la pasión de Mangorá estalla y Lucía Miranda es atrapada por este timbú enamorado que no puede poner freno a sus pulsiones. Esto sucede durante un feroz ataque al Espíritu Santo planificado por el cacique, en el que mueren miles de españoles y de indígenas. La fortaleza finalmente arderá en poderosas llamas insufladas por un temporal que parece haber sido enviado por la ira divina. La situación dramática crece de allí en más hasta llegar al más terrible de los desenlaces para el matrimonio de Lucía y Sebastián. Pero Guerra no cede completamente ante la victimización española y concluye: “Este infame proceder de los Timbúes convirtió en odio la amistad de los españoles y su pasada alianza; no les quedó otro partido que abandonar el Fuerte Espíritu Santo (…) Con esta retirada quedó del todo evacuado el Río de la plata, término fatal de tres expediciones, que deberían desalentar el espíritu de la conquista (…) Es de presumir que si la causa de la humanidad hubiera entrado directamente en el proyecto de estas empresas, hubieran sido menos desgraciadas”. Es decir, a la vez que la escritora habla de barbarie para referirse a los timbúes también observa la barbarie española que hubo encarado insensiblemente, “sin humanidad”, el plan de la conquista. Con esta equilibrada conclusión Rosa Guerra se sitúa en una línea fronteriza desde la que puede ver algo que ya venía esbozándose a lo largo de la novela: lo bueno y lo malo mezclándose entre sí, como las aguas de un estuario. Quizás sea éste un lugar y una mirada posible, no divisoria y no binaria, para una cultura creada por mujeres. Haber diluido la polaridad, la distribución predestinada de culpas e inocencias, es proponer no solo un lente con el que mirar la historia política, sino también una clave para leer la conflictiva emocional que atraviesa esta historia. Entre la violencia y el deseo, podríamos decir, existe un correlato. Y el deseo también se juega en una zona de impurezas, de incorrecciones, de peligrosidad, en donde emerge, autónomo, lo indominable. Sólo los preceptos culturales logran, y no siempre, aplacar su fuerza: “Si Sebastián no hubiera sido mi marido, yo habría sido la esposa de Mangorá” , dice Lucía. Porque en las mujeres la batalla entre la pulsión y la represión se resuelve, por lo general, de modos más indirectos y si se incendian fuertes o se matan cuatro mil hombres -a menos que seamos Margaret Tatcher- lo hacemos sublimatoriamente, por ejemplo, con el poder transformador de la palabra.
La escritura de Lucía Miranda de Rosa Guerra está humaniza-da, es decir, interceptada por el deseo y por sus contradicciones, pero, merced a las ataduras de su época, a la vez mantiene cierta fidelidad a la discursiva patriarcal y colonialista. Firmar con nombre de varón (tal es el caso de Eduarda Mansilla, cuyo pseudónimo fue Daniel) o identificarse con el discurso del opresor, son dos de las estrategias de encubrimiento que han posibilitado a ciertas mujeres escribir y publicar en medio de una cultura letrada masculinista. La autorizada palabra de los varones (y su correlato en las instituciones hegemónicas) se ha arrogado el derecho de legitimar la de las mujeres (y la de las minorías oprimidas). Desde allí puede leerse la inclusión de una suerte de carta “aprobatoria” escrita por Miguel Cané (padre), con la que nos encontramos ni bien abrimos el libro. Pero a continuación damos con otra misiva, esta vez escrita por Guerra y dirigida a su par, Elena Torres. Con esta, Rosa le dedica a Elena, su mejor amiga, Lucía Miranda, novela histórica. La autora recuerda: “A tu voz tan deliciosa para mí, trataba de componer mi semblante, secaba mis lágrimas, y me sentaba contigo en las gradas de mármol de la galería, frente al río (…) Tú hacías tu crochet, mirabas de vez en cuando a la puerta de hierro; yo te miraba (…) nos habíamos comprendido”. Una alianza solidaria entre mujeres que no reproduce una estructura vincular verticalista, sino que, por el contrario, genera un espacio propio de realización personal. Una unión que, según leemos en la carta, ha impulsado en Guerra la emergencia de la escritura misma. Quizás debamos adjudicar a esta misma sororidad entre las amigas, la decisión de Rosa Guerra, y también de Mansilla, de contar esta historia y de acercarse, por identificación, a la compleja sensibilidad de Lucía Miranda.


  A partir de lo expuesto, el texto de Lucia Miranda de Rosa Guerra es un proyecto sociopolítico romántico donde no solo se "imagina" la posibilidad de una nueva forma de entender la formación de la nación, nuevas feminidades y masculinidades, sino que noveliza la posibilidad de un sujeto romántico de mujer capaz de proponer una nueva ideología con la que construir la nación y que redefine los imaginarios culturales que configuran la nación. La creación de un proyecto alternativo de construcción de nación apunta lo que pudo haber sido y no es. Es decir, muestra que la posición que su sociedad da a las mujeres es social, no esencial al sexo femenino. Pero también es una estrategia para plantear una propuesta a sus contemporáneos que, sin recurrir a la denuncia, abre las puertas a otras posibilidades y, sobre todo, instituye a una mujer como "mártir" de la patria en un papel de fundadora nacional.  

  Si con los paratextos Guerra crea sujetos de mujer relacionados con segmentos socioculturales (novelista, novelista nacional, mujer que sabe que debe educar a otras mujeres, creadora romántica), con la novela que escribe crea una protagonista que es un sujeto romántico idealista pero a la vez Rosa Guerra se inscribe como una escritora romántica idealista al hacerse interprete del archivo histórico legendario de la nación argentina y proponer una nueva ideología de construcción nacional.

OSVALDO SORIANO: NO HABRÁ MÁS PENA NI OLVIDO

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 Osvaldo  Soriano es uno de  los escritores más celebrados por su notable obra como novelista. Su trayectoria en el periodismo es otra faceta que dejó un ejemplo  a las nuevas generaciones. Reconocido por Julio Cortázar como el mejor escritor de la última época, este fanático de la cultura popular y apasionado futbolero, se alejó tempranamente, aunque ya sus trabajos son clásicos y no faltan en las bibliotecas de cualquier hogar.Cómo no recordar Triste, solitario y final. No habrá más penas ni olvido. Una sombra ya pronto serás. Cuarteles de invierno. A sus plantas rendido un león. El ojo de la Patria. La hora sin sombra. Arqueros, ilusionistas y goleadores. Artistas, locos y criminales y tantas crónicas periodísticas que emocionan.
  Con el cierre del año queremos acercar al personaje en carne viva, quedándonos con esa sonrisa pícara y sus ganas de decir las cosas con total humildad.
  Los dejamos con el gordo Soriano.  A todos les deseamos un feliz año 2015.




MARIA ANGÉLICA BOSCO: UNA SEÑORA MUY PARTICULAR

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  No le resultó fácil a María Angélica Bosco (1909-2006) transitar el camino de la literatura. Como siempre, la vieja historia de una mujer que se metía en la fiesta de los hombres y que, además, era talentosa. Para colmo incursionaba en el terreno del policial  desafiando a cualquiera que quisiera marcarle el paso. Estaba claro que la autora tenía suficiente oficio para demostrar quien era. “Las mujeres aburren a los lectores contándoles qué malos son los hombres y qué desgraciadas son ellas. La literatura femenina era un gran pañuelo. Yo no quería hacer eso, entonces por compasión al lector, para que se distrajera, para que se divirtiera y no me secara las lágrimas, me pareció que el policial era una oportunidad”, dijo alguna vez y remató: “Soy liberal, desobediente y rebelde de profesión”. Cachetada más, cachetada menos, así se manejó en una época donde el género ya había dado grandes pasos desde que los norteamericanos con Dashiell Hammett a la cabeza, con su realismo y violencia, nos mostraran un mundo hostil y corrupto donde el abuso y el deterioro moral destruían todo. Como señalara Raymond Chandler: “La novela policíaca realista habla de un mundo en el que los bandidos pueden gobernar naciones y casi gobiernan ciudades; en el que los hoteles, los edificios de departamentos, los restaurantes famosos están en manos de hombres que han hecho fortuna con los prostíbulos. Un mundo donde un juez cuya bodega está llena de licores puede condenar a un hombre por tener una botella en el bolsillo”. Pero no tomemos estas palabras al pie de la letra. Sabemos que la realidad supera a la ficción y en este terreno ni el mejor de los autores sabe como manejarse.



  De todos modos, en lo que hace a la literatura de género policial argentino, podemos ubicarnos en 1932, cuando en forma de folletín aparece en el diario “Critica” El enigma de la calle Arcos, que debe considerarse la primera novela policial argentina. Su autor es Sauri Lostal, un nombre que huele a seudónimo y que seguramente lo utilizó uno de esos periodistas duchos que contaba el periódico. En ese mismo año, como réplica a este desafío “Noticias Gráficas” tira otro folletín: la novela El crimen de la noche de bodas  de Jacinto Amenábar, seudónimo de Alberto Cordone, y ya para 1934 el diario “La Prensa” se anima a publicar en su suplemento, los cuentos que bajo el seudónimo de Jerónimo del Rey publicará luego su libro Las muertes del P. Metri (1942) el Pbro. Leonardo Castellani. Antecedentes de un mundo con arenas movedizas y pantanos que ya para los años 40 se canaliza como fenómeno degradado en la tendencia clásica deductiva inglesa y en la no menos explorada vertiente francesa. En 1940 Abel Mateo golpea la puerta, enciende la luz y pone sobre la mesa Con la guadaña al hombro un título firmado con el seudónimo de Diego Kelbiter y cuyo protagonista es el detective Bernal Chester. La gran novedad es que para entonces Jorge Luis Borges escribe La muerte y la brújula y junto a Adolfo Bioy Casares publica bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq, Seis problemas para don Isidro Parodi, un detective deductivo que desde su celda de la desaparecida Penitenciaria Nacional resuelve los enigmas que le presentan.  

  Bioy Casares y Silvina Ocampo en 1945 se muestran con Los que aman, odian, una novela que ellos mismos tratan con los años de olvidarla.  Bioy Casares y Borges no desmayan y en 1946  capturan a Los mejores cuentos policiales, una antología donde juntan a Wilkie Collins, Agatha Christie, Dickson Carr, Graham Greene y William Faukner e incorporan un cuento de H.Bustos Domecq y otro de Manuel Peyrou. Ya en los ’50 tomará forma la gran novedad del género policial con el lanzamiento de “El Séptimo Círculo” de la Editorial Emecé, dirigida por Borges y Bioy Casares. Allí aparecerán nombres como Rodolfo Walsh, Syria Poletti, Enrique Anderson Inbert, Marco Denevi, Enrique Amorín y María Angélica Bosco.



 En febrero de 1945 nació El Séptimo Círculo, la colección dirigida por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. El primer título fue La bestia debe morir, de Nicholas Blake, en traducción de Juan Rodolfo Wilcock. La novela narraba el minucioso plan de un padre para asesinar al hombre que había atropellado y dado muerte a su hijo.Nicholas Blake era el seudónimo que usaba el poeta Cecil Day Lewis (padre del actor Daniel Day Lewis) para escribir sus novelas policiales. Desde el volumen inicial de su catálogo, El Séptimo Círculo fue un éxito, y durante muchos años las tiradas se mantendrían alrededor de los 14.000 ejemplares. Borges contaría, sin embargo, que le había costado convencer a la editorial de las ventajas de la colección, por la ausencia de prestigio del género.


  En 1955 María Angélica Bosco publica la novela La muerte baja en el ascensor, con la cual obtiene el Premio Emecé de 1954. Novela ésta de buena factura y compleja trama que está ambientada en una casa de departamentos de la calle Santa Fe. En el prólogo de la edición, Ricardo Piglia dice: Una mujer desciende a la madrugada en el ascensor iluminado de un exclusivo edificio de la calle Santa Fe. Es joven, es bella y está muerta. Sobre esa imagen gira una de las mejores novelas policiales escritas en Argentina. Convertida en literatura mundial, en el siglo XXI la novela policial ha puesto en cuestión el predominio del thriller a la norteamericana y ha flexibilizado sus procedimientos siguiendo la ruta de los temores sociales. La muerte baja en el ascensor se liga a ese nuevo espacio de lectura del género; afirma los clásicos presupuestos del relato de investigación y a la vez los renueva y los modifica. Perversa novela de costumbres, La muerte baja en el ascensor confirma que la literatura policial es la que mejor realiza la primordial y despiadada presunción de Homero: los dioses han enviado las desgracias a los mortales para que puedan contarlas.

  Con La muerte baja en el ascensor, Bosco abrió caminos alternativos para el policial, especialmente por la complejidad con la que sus personajes entran en juego desde sus psicologías, con lo que, leída muchos años después, puede arriesgarse, creemos que sin mucho margen de error, que mientras que el policial negro se encontraba en pleno auge, la autora de La muerte baja en el ascensor, echando mano a una estructura más clásica del género, daba ya pasos hacia el thriller psicológico con germinales toques que comprometían al lector de otras maneras.

  Conocedora de los recovecos, los secretos y las idas y vueltas que un policial precisa para atrapar a los lectores, Bosco logró con esta novela impactar al jurado (y luego al público) gracias a una trama que no da tregua en la búsqueda no sólo de la resolución del caso, sino que tampoco ofrece calma en el desovillado de las relaciones humanas que se dan al interior de ese edificio en el que viven un soltero de activa vida nocturna, un respetable médico, una pareja de hermanos inmigrantes, un hombre muy enfermo con su esposa y su hija, el portero y su mujer.


  La historia que se narra en La muerte baja en el ascensor ocurre en Buenos Aires a mediados de la década del ´50 en un ambiente urbano de clase media. Sus personajes son europeos emigrados de la posguerra o descendientes de españoles que usan el “tú” en la conversación cotidiana. Cuando el peronismo declinaba, en el umbral de la arremetida cívico- militar que lo derrocó, Bosco escribía una novela de factura impecable cuyo lenguaje ha envejecido. Este anacronismo involuntario nos habla de lo que cierta literatura fue, para nuestra sociedad, en el contexto político de una época de disputas enérgicas y fracturas que perduran todavía. Una evasión lúdica, solvente y prolija. Un artificio pudorosamente ajeno a las vísperas de la tragedia.




  No le gustaba que la calificaran como la “Agatha Christie” argentina por haberse dedicado al género policial, pero una vez en la Feria del Libro firmó un autógrafo a una señora que la había confundido con la escritora inglesa.  
 
  Después de su primer éxito llegaría La muerte soborna a Pandora (1955). La trampa (1960), Premio Fondo Nacional de las Artes, Tercer Premio Municipal 1961, Faja de Honor de la SADE y llevado al cine en 1974 con el título El amor infiel; El comedor de diario (1963) . En 1996 publicó Tres historias de mujeres; en 1999 Memoria de las Casas. Como ensayista publicó Borges y los otros, en 1967, reeditada en 2000 y Carta abierta a Judas (1971). Entre 1977 y 1979 escribió varios libretos para el programa televisivo División Homicidios. Fue condecorada por el gobierno italiano en 1989 con el titulo de "Cavaliere de la Orden del Mérito y elegida como "La mujer del año" por el Rotary Club de Buenos Ares en 1987. Fue homenajeada por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Ares en el año 2000.

  Alguna vez le preguntaron cómo imaginó los argumentos de sus novelas policiales y si estaban basados en hechos reales o son totalmente ficticios. La autora respondió: Solo partí de un hecho real en mi segunda novela Muerte en la costa del río pero recreándolo porque carecía de información sobre el caso: El feroz asesinato de una joven mujer en su departamento del barrio de Flores. La saña de los asesinos hacía suponer que eran allegados, allegados locos. En ese tiempo (hace mas de treinta años) solía comer en casa de una amiga común en casa del comisario Watkins, Inspector Jefe de la Policía Federal -Déme entrada al sumario, le pedía. El se negaba: -Sólo falta que venga usted con su imaginación a complicarnos más de lo que estamos, me decía. Inventé entonces la novela, y la situé en Colonia, porque me parecía un bonito marco el del Puerto Viejo que hacía posible un doble acceso a la casa del crimen y un interesante elenco, la gente de los yates anclados allá. Diez años después el crimen se descubrió; como yo supuse, fue causado por la locura agravada por el vínculo familiar. La instigadora resultó ser la madre, una fanática de un culto esotérico que la hija repudiaba. Mataron a la joven para sacarle el diablo del cuerpo (sic) La realidad gana por vanos cuerpos a veces a la ficción.

  Nos resulta interesante incorporar a este panorama la entrevista de Daniela Aspeé Venegas que fue publicada para Archivos del Sur. Realizado en 2004, es un rico material que difundimos con el propósito de mostrar otra mirada sobre la autora.


¿Por qué escribió policial?

Me gusta el género, me gusta resolver enigmas. Me acuerdo que cuando veraneábamos en la estancia de mis padres, ya estábamos casadas, mis hermanas y yo (éramos cuatro mujeres y un varón) y entonces, leíamos el folletín de La prensa -La prensa publicaba siempre un folletín policial-. Lo leíamos y como en el campo no hay nada que hacer, hacíamos apuestas para ver quien acertaba con el asesino, y siempre acertaba. Bueno, mis hermanas me decían "lo que vos hacés es apostar por el que tiene menos chance, y claro, si parece que el sistema es bueno, por qué no lo adoptás". Así que, siempre me entretuvo, y ya ves, me entretenía buscando el asesino por mi cuenta y, por lo general, acertaba. Así que sabía solucionar los enigmas policiales. Y después ya te digo por qué lo hice. Ya ves que la literatura femenina se ahogaba entre llantos y sábanas, las mujeres contaban sus historias con los hombres y yo no quería ingresar en ese camino. Así que entonces la novela policial me ofrecía la oportunidad de escribir algo que no se comprometía con mi intimidad femenina. Al final, algo que no fuera autobiográfico. Para mí era la falla de las mujeres, porque pensar sólo en uno es como, cuando uno viaja en tren en la noche, y mira por la ventanilla, lo que primero aparece reflejada en el vidrio es la cara de uno, pero si uno no traspasa no ve el paisaje. Y entonces, a la gente que se encierra en sí misma le pasa eso. Siempre vamos a estar un poco encerrados en nosotros mismos porque es nuestra manera de ver el mundo, nuestra manera de pensar, nuestras preferencias, siempre hay algo nuestro en nuestra manera de proyectarnos en el mundo. No nos proyectamos todos en la misma forma. Pero, me parece que el novelista debe primero conocer, tratar de viajar al interior de sí mismo, y después salir de ese interior y viajar por el mundo.

En todas sus novelas, sobre todo en las policiales, plantea muchísimo los problemas femeninos. ¿Ve que el policial sea un recurso para eso, para mostrar los problemas de las mujeres?

A mí me ha interesado. La trampa es un análisis, es sicológico, porque el pasado es modificado a veces, se te revela de una manera diferente de cómo lo habías visto. Te estoy hablando de mis primeras novelas, yo había pensado en La trampa como una novela policial y después no quise encasillarme en el género. Porque Agatha Christie, con la que me comparan, me llaman la "Agatha Christie argentina" y yo protesto, porque en una época yo decía, "es más vieja, está muerta y yo estoy viva". Agatha Christie hizo un negocio muy provechoso adoptando casi un estilo definitivo para sus novelas. Yo no quería encasillarme dentro de un género, ni de la manera de tratar ese género. Mis novelas policiales son muy diferentes. Por eso, cuando estaba escribiendo La trampa, dije no, no voy a hacer una novela policial, voy a hacer una novela de suspenso. Casi todas mis novelas tienen suspenso. La novela en general tiene que tener un suspenso porque hay que atrapar al lector y llevarlo a que le interese la historia.

El tema de la mujer me ha interesado. No te olvides que en el siglo XX, tal vez de todas las revoluciones, de todos los cambios, el más importante, del punto de vista de la vida humana, es el cambio de la vida de la mujer. Fijate cómo influye eso en la educación de los hijos, en la educación de la juventud. Entonces, cómo crees que no me interese el problema si yo lo viví. No te olvides que yo nací en 1909. De modo que el mundo de mi infancia no es el mundo de ahora, casi un siglo.

Pero, en general, lo policial ha sido visto como masculino

Bueno, sí, la novela negra tiene que ser masculina. Porque, en general, el hombre tiene más acceso al mundo del bajo fondo que la mujer. Siempre hay violencia, fuerza, violencia. Hay muy buenos novelistas de novela negra, pero una vez dije -había leído una novela en la que en cinco páginas el novelista explicaba cómo el protagonista le rompía los huesos a otro- dije esto nunca lo puedo hacer yo, porque yo no le rompo los huesos a nadie. Es muy difícil que una mujer pueda escribir sobre violencia. Hay muy buenos novelistas policiales de la serie negra, como Chandler y Ross Macdonald.

¿Cuáles son los escritores policiales que a usted más le gustan?

Soy muy pretenciosa: Chesterton y Graham Greene. La novela policial no es solamente para ellos novela de acción, es también una novela de pensamiento. Y entonces, porque son novelistas completos que se dedican alguna vez al género policial y eso me parece más importantes.





¿Escritores argentinos de novela policial?

Manuel Peyrou que tenía mucho sentido del humor. Pero no hay. Piensa que cuando apareció mi novela policial llamó la atención porque el género no se cultivaba en la Argentina, se lo consideraba un género menor, y no se lo cultivaba y mucho menos las mujeres. Entonces me miraron como a un bicho raro.

Hablando de Historia Privada, el personaje principal, Laura Viotti, se parece en algunos aspectos a las detectives de las novelas duras norteamericanas escritas por mujeres en los 80, que ponen en duda sus roles de madre, esposa.

Yo apoyo el matrimonio, apoyo la familia, soy muy unida a mi familia. Y sí, he luchado por los derechos de la mujer porque se la iguale en los derechos, pero también entonces en las obligaciones. Derecho y obligación van juntos. Pero, jamás he podido pensar que la mujer es igual al hombre, biológicamente somos diferentes y además el mundo necesita eso. Porque si una mujer, no tiene panorama de mujer para vivir en el mundo, falla. El mundo necesita el punto de vista de la mujer y el punto de vista de los hombres, necesita la diferencia.

Siguiendo con lo mismo, a esas escritoras que le mencionaba se les criticaba que, en su intento de configurar detectives independientes de todos los roles socialmente impuestos a las mujeres, querían responder al concepto de fracasadas de las mujeres sin familia.

Bueno, cada uno busca su felicidad según su olfato. Dónde está la felicidad para uno, no está para otro. No hay una receta de felicidad. Cuando se habla de la homosexualidad, que en mi época se consideraba como una falla, y ahora no se la considera una falla, por suerte, porque también está dentro de la naturaleza. Sabés que existe en los animales homosexualidad también. Entonces, lo que a mí me parece es que cada uno debe asumirse. Siempre me pareció muy trágico, los homosexuales que se escondían. Pero lo que es la felicidad para un homosexual no es la felicidad para un heterosexual, ni es la sexualidad de un bisexual. Porque muchos homosexuales se casan y no hacen matrimonios desgraciados, o hacen matrimonios con problemas -como también ocurre cuando se casan hombres con mujeres-. Además, las feministas no me gustan porque son parciales, ellas quieren imponerle a todo el mundo su manera de ser. Yo pienso, hagan ustedes lo que quieran, pero dejen de hacer proselitismo, persuasión. Hay ciertas normas de conducta que tienen que ser respetables para vivir en sociedad, porque sino tenemos la selva. Y a mí la selva no me gusta, a mí me gusta la vida civilizada.

¿Qué piensa de la lucha feminista o por los derechos de las mujeres?, ¿Ha fracasado?

Creo que se ha encarado mejor la relación hombre mujer en el matrimonio. Porque ahora los hombres saben cambiar un chico, saben darle de comer, saben cuidarlo. Lo que, cuando yo era joven, no pasaba, porque ningún hombre tomaba un chico, porque se le caía de los brazos, y cambiarle los pañales, jamás, ni prepararles la mamadera. En ese sentido, al compartir las tareas de la casa no han perdido masculinidad los hombres, ni feminidad las mujeres. Creo que simplemente, es un trabajo compartido

Volviendo a la literatura, aparte de lo policial, ¿qué es lo que lee normalmente o qué le gusta leer?

Eso no me lo preguntes porque tengo que empezar..., hay tantos, son tantos. Y voy a terminar por decirte que mi autor favorito es Shakespeare, porque creo que fue el que describió mejor el alma humana. No puedo contestar a esa pregunta porque leo mucho e incorporo autores nuevos y me gusta leer autores actuales.

¿La literatura argentina le gusta?

Sí. Hay muy buenos autores argentinos.

Pero es también parte del culto a Borges y a Cortázar

Sí, a ellos los dejamos en su pedestal. Me gusta Marco Denevi, mi amigo, es un escritor espléndido, a quien creo que no se le ha dado su lugar. Pero no es simpático estar nombrando autores, en todos los países hay muy buenos autores.

¿Dentro de la literatura latinoamericana hay algún movimiento en especial que le guste?

Yo cuando empecé a escribir fue el momento del Boom de la literatura latinoamericana, cuando aparecieron en México Carlos Fuentes, en Brasil tantos otros. Jorge Amado, que para mí es un escritor espléndido. Bueno, esto fue muy interesante la literatura latinoamericana, y aún ahora. Acabo de terminar la novela de un mexicano, Javier Velasco, que está escrito en una manera muy original, usando un lenguaje típico mexicano, habría que leerla con traductor, muy interesante. Una novela policial que te recomiendo es de Guillermo Martínez, Crímenes imperceptibles, es un autor relativamente joven, es un libro excelente.

En sus libros está muy presente el contexto histórico del momento de escritura,¿qué momento de la historia Argentina son los que mas la han impactado?

Lo que más me golpeó fue el acceso de Perón y después la llamada guerra sucia de los años 70. Fue muy duro, en Chile también la tuvieron con Pinochet, es muy cruel, hay desaparecidos, es muy fuerte eso, es mas cruel que una guerra porque es una guerra escondida y no se sabe que ha pasado con los desaparecidos, desaparecieron escritores también.

Y en ese sentido ¿qué función cumple la literatura?

Bueno no lo podemos evitar, no tenemos la fuerza para poderlo evitar. Si pudiéramos evitar el, mal el mundo se convertiría en un paraíso. Nunca entendí por que existe el bien y el mal, esas son preguntas sin repuesta. Simplemente existen, porque la vida se hace de los contrastes, la vida se hace de las oposiciones, porque de lo contrario seria el edén, el nirvana.








¿Y esas oposiciones son lo primordial en sus novelas policiales, por ejemplo?

En las novelas policiales se simplifica mucho, porque existe el mal, que es el asesino, y el bien que es la ley que lo persigue, pero primero en las novelas de la serie negra se fueron cambiando los roles, los detectives se parecieron mucho a los criminales, cosa que en la realidad sucede mucho.

¿Cómo se escribe una novela policial?¿cuáles son los elementos necesarios?

Se escribe al revés de las novelas que no son policiales que siempre tienen un final abierto, porque el final va surgiendo de la acción misma. La novela policial, lo primero que tenés que tener es el final. El final no puede ser abierto, sobre ese final cierto construís el misterio. Creo que para que la novela policial tenga fuerza y verosimilitud, hay que partir de una base cierta, de un hecho cierto que es el final. Es decir, cómo ocurrió el crimen y después te dedicás a disfrazarlo.

¿Piensa usted que las mujeres escriben el policial con motivaciones distintas a las de los hombres?

Bueno sí, claro. Pero tendrías que decir ¿las mujeres escriben distinto que los hombres?. No es solo en el policial, es en cualquier género. No me gusta ver a los escritores encasillados en el sexo, como médicos y médicas, abogados y abogadas, son profesionales para mí, lo importante es que cumplan bien con le profesión, el sexo me tiene sin cuidado.

Volviendo a Agatha Christie, ya me dijo que no le gustaba de ella, pero ¿qué sí le gusta?

Las obras teatrales de Agatha Christie.

¿Autoras argentinas que haya leído que le gusten?

No te voy a contestar esa pregunta

¿Por qué?

Porque no se puede ser juez y parte. Yo soy parte de las escritoras argentinas, no quiero convertirme en el juez.

¿Pero no tiene alguna favorita?

Como escritora profesional, Silvina Ocampo, la de más quilates me parece Silvina Ocampo. Pero además, todas. Marta Lynch, Beatriz Guido, María Esther de Miguel, todas fueron amigas mías. Entonces, están demasiado cerca los amigos para convertirte en el crítico.

¿Me puede hablar de María Esther de Miguel?

Era muy luchadora. Ella sí era feminista. Tú sabes que fue monja ella. Ella se hizo monja paulina. Muy joven, no usaban hábito, no estaban enclaustradas. Cuando la premiaron por primera vez todavía era monja paulina. Y después dejó. María Esther era muy simpática, muy luchadora. Algunos libros, como por ejemplo La historia de Belgrano, creo que no acertó porque Belgrano es una figura muy compleja, y ella no puso el problema sobre la mesa y entonces resultaba un poco manual, pero tiene libros muy buenos. Con qué coraje luchó contra el cáncer que la mató.

(c) Daniela Aspeé Venegas - Archivos del Sur



·                    1934 El corazón de la princesa (cuentos).
·                    1954 La muerte baja en el ascensor (novela).
·                    1956 La muerte soborna a Pandora (novela).
·                    1960 La trampa (novela).
·                    1963 El comedor de diario (novela).
·                    1963 ¿Dónde está el cordero? (novela).
·                    1967 Borges y los otros (ensayo).
·                    1968 La negra Vélez y su ángel (novela).
·                    1971 Carta abierta a Judas (novela).
·                    1975 Cartas de mujeres (relatos).
·                    1981 En la piel del otro (novela).
·                    1993 Burlas del porvenir (novela).
·                    1996 La muerte vino de afuera (novela).
·                    1996 Tres historias de mujeres (relatos).
·                    1998 Memoria de las casas (autobiografía).
·                    2003 La noche anticipada (relatos).

·                    1954 Segundo Premio Emecé de Novela, por "La muerte baja en el ascensor".
·                    1960 Tercer Premio de Novela de Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, por "La       trampa".
·                    1960 Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, por "La trampa".
·                    1974 Segundo Premio de Novela de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.
·                    1974 Segundo Premio Nacional Regional.
·                    1984 Primer Premio de Novela de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.
·                    1987 Personalidad Literaria del Año, por el Rotary Club de Buenos Aires.
·                    1990 Condecoración del gobierno italiano.
·                    1994 Premio Konex - Diploma al Mérito en la categoría "Novela: 1984-1988".




ÁNGEL BONOMINI: EL FANTASMA DE BORGES

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El ladrón Alberto Barrio

  Alberto Barrio fue ladrón. Tenía nueve años y siempre lo mandaban al almacén de Las Heras y Azcuénaga. Una mañana fue a comprar una latita de azafrán. El almacén estaba desierto. Había olor a lavandina y a garbanzos, a jabón y a queso, un olor mezclado y limpio y, aunque afuera la mañana brillara amarilla de sol, allí parecía la hora de la siesta por las cortinas de lona que cuidaban las sombras y el fresco.

  Como en una tarea secreta, don José apilaba con geométrica precisión una torre de tabletas de chocolate Águila. Ante la mirada estupefacta de Barrio levantaba una torre hueca de amarga delicia, edificio que no guardaba otro tesoro que sus propios muros.

  Al día siguiente volvió al almacén. Había mucha gente y aceptó con gratitud la espera. Primero contempló la torre. Después se acercó a ella. Por último la tocó. Sintió un súbito escalofrío cuando sus dedos, involuntariamente, comprobaron que una tableta estaba suelta. Era fácil sacarla sin que la torre se derrumbara. Lo atendieron, pagó y se fue.

  La batalla duró un mes. La fascinación y la ceguera del peligro lo pasearon por el placer y la angustia. A veces, sentía el secreto como una riqueza. A veces se le resolvía en catástrofe: lo sorprendían robando, lo perseguían, lo apresaban, no volvía a ver a su madre ni a sus hermanos, le ponían un uniforme y lo condenaban a la soledad y silencio.

  Sucesivas correcciones de su conducta lo convirtieron en presidiario, en beatífico renunciante a la tentación, en gozador exclusivo de chocolate, en dadivoso repartidor de barritas entre sus hermanos. Creyó -con confusión- que pensar el mal era igual que ejercerlo, que la tentación era el pecado mismo. Que después de haberlo pensado, robar o dejar de hacerlo no modificaba su responsabilidad. No desestimó la posibilidad de que adivinaran su proyecto y lo arrestaran. Durante un mes, cada día, vio la pila, se cercioró de la presencia de la tableta suelta, leyó en la cobertura la incomprensible aseveración de que el peso neto era de media libra, hizo sus compras y regresó a su casa. No llevársela era casi tan terrible como robarla. Elaboró varios planes: emplear una bolsa; valerse del amplio bolsillo del impermeable; usar una tricota. Visitó febrilmente una serie de horrores: don José lo veía por un espejo cuando ponía el paquete en la bolsa; o se le caía del bolsillo del impermeable; o una mujer lo delataba al verlo cometer el robo.

  Y así lo cometió una y mil veces sin soslayar la delectación del riesgo que lo hacía dar bruscos saltos en la cama mientras robaba y volvía a robar la golosina. Y una y mil veces desechó la horrible idea para recobrar la calma que le permitiera la tregua del sueño.

  En el colegio empezó a dibujar torres octogonales que guardaban su secreto. Con delirante fantasía llegó a verse escondido detrás del mostrador durante una noche entera, concretar el robo y no tener después cómo salir del negocio. Para ese momento, denunciada su ausencia, la policía lo buscaba. Hasta que de pronto un vigilante entraba en el almacén y bajo el poderoso foco de la linterna policial era sorprendido con el chocolate en la mano. Y vuelta otra vez a la odiada y temida prisión con el uniforme y la soledad.

  Una mañana, la madre repitió el encargo: una latita de azafrán El Riojano. La reiteración del hecho, sumada a la fortuita coincidencia de que ese día también había un sol muy pleno, se le manifestó a Barrio al principio como un signo inextricable. Pronto lo interpretó como el fin de su condena: debía robar la tableta.

  Pidió el azafrán. No estaban sino el almacenero y él en el local. Barrio se encontraba junto a la pila y pensó fugazmente que almacén debería llamarse el lugar donde se encuentra el alma. El viejo se agachó detrás del mostrador. Barrio tomó la tableta y la largó por la abertura de su camisa. El paquete se deslizó contra su pecho y quedó retenido por el cinturón. En el momento en que el objeto robado recorría su piel, el almacenero se levantaba. "¿Qué más?", preguntó el hombre. "Nada más", respondió el ladrón.

  Con las piernas flojas, que no obedecían a su voluntad sino a su costumbre, salió del almacén. Se metió en su casa. Desde la puerta de la calle hasta la de su departamento se alargaba un estrecho y profundo corredor. También por allí lo llevaron de memoria sus piernas. Apenas aceptó la realidad de que el corredor estuviera desierto cuando, antes de meterse en el departamento, se volvió seguro de ver a los mil veces imaginados vigilantes. Entregó el azafrán a su madre y se encerró en el baño. Primero se lavó las manos y la cara. No quiso mirarse en el espejo por miedo de haber cambiado de rostro.      

  Se sentó en el borde de la bañadera y sacó el paquete que se había calentado por el contacto con su cuerpo. Lo abrió cuidadosamente. Primero, la cobertura amarilla que ostentaba la imagen de un águila con las alas desplegadas, después el papel plateado. pero no había chocolate. Era una tableta de madera.




Después de Oncativo

  Al cumplirse cincuenta días de la batalla de Oncativo, en el atardecer del 16 de abril de 1830, la descarga simultánea de cinco fusiles quemó la vida de un soldado del vencido ejército de Facundo.

  Fusilado de espaldas y con los ojos cubiertos por un pañuelo negro, quedó abrazado a un árbol al que estaba atado con tientos.

  Cuando sintió el golpe único de los cinco tiros, aflojó las manos atadas y advirtió que de ellas se desprendía algo parecido a una arena que hubiera estado escondida entre sus dedos y que tenía una calidad de cosa ajena y venerable.

  El fusilamiento se debía a un crimen. Hasta el momento de cometerlo, el hombre compartía el calabozo con un compañero de armas.

  Después de Oncativo, un sargento del general Paz los había enlazado en la persecución y, como si el lazo fuera el símbolo de la unión a que los sometería el destino, los dos cayeron en el reducido recinto de un calabozo de muros de adobe provisto de dos catres y del aparente consuelo de una ventana enrejada que, por su altura, ni dejaba ver el cielo.

  Hacía dos días, comprobada la culpabilidad del hombre, el coronel Puch –en la ocasión al mando del batallón rezagado en un villorrio, cerca del lugar del combate, donde reparaban carruajes y atendían heridos y prisioneros– ordenó: “Mañana, al amanecer, me lo fusilan”. La orden la recibió el sargento Bermúdez, el mismo que había apresado al reo y a su compañero. Puch partió esa noche para reunirse con Paz.

  En el amanecer del 16 de abril lo desnudaron de la cintura para arriba, lo obligaron a abrazar el árbol y lo ataron con tientos. El hombre esperaba la ejecución, pero Bermúdez pareció olvidarse de la orden. Pasó la mañana.

  Los soldados hablaban de caballos. Bromeaban y reían. Hicieron asado. Uno se empecinó con la guitarra y repitió un centenar de veces la misma cantilena. De vez en cuando sonaban cajas y cornetas. A la siesta todo se aquietó. Algunos pájaros se oían y nada más. El hombre seguía esperando la muerte.

  No era fácil discernir si la demora en la ejecución respondía a un rasgo de piedad o de crueldad por parte del sargento. Menos que nadie el que estaba atado al árbol sabía si se le estaba retrasando piadosamente la muerte o si se le estaba prolongando inútilmente la agonía.

  Al despertar de la siesta el sargento Bermúdez llamó a un muchacho que podía leer y le entregó un grueso cuaderno. Sabía que el coronel Puch había tomado la decisión del fusilamiento después de leer esas páginas. Y sabía también que el coronel (hombre más bien piadoso que justo) tenía una sensación de asco después de la lectura. Tanto que, antes de subir a la galera, volvió a llamar a Bermúdez y en voz muy alta, para que varios lo oyeran, completó la orden: “Fusílelo de espaldas”.

  El mozo leyó el cuaderno. Tenía un montón de cuentos. A veces, Bermúdez reía abiertamente. Otras, se quedaba muy serio. Por fin, llegaron a las últimas páginas. Bermúdez se las hizo releer tres, cuatro veces. Le dijo al muchacho que dejara la lectura y cebara unos mates.

  Como a la hora, y como si al fin hubiera comprendido, gritó el nombre de cinco soldados. “Vengan con sus fusiles”, agregó. Los situó a quince varas del hombre abrazado al árbol y le vendó con su propio pañuelo los ojos. El reo pidió morir viendo. Sin contestar, el sargento se apartó y con la mirada nomás ordenó el fuego. Volvió a acercarse, le sacó el pañuelo y le plantó su largo cuchillo por atrás de la clavícula.

Las últimas páginas del cuaderno decían así:

  “Después de Oncativo, como después de cualquier batalla, el aire quedó sucio y confuso. La pólvora y la muerte dejan, en esos casos, una isleta del olor del infierno. Los vencidos se van huyendo y los que obtuvieron la victoria se quedan con una oscura nostalgia. Lo que cualquier soldado sabe, siempre, es que la victoria no se diferencia demasiado de la derrota.

  “El sargento Bermúdez se encontraba entre los voluntarios que acompañaron a La Madrid en persecución de Quiroga, a quien quería darle caza como si se tratara de un animal. No era ajeno a ese odio el amargo recuerdo que tenía La Madrid de la batalla del Tala: los de Quiroga lo habían dejado por muerto, baleado, tajeado en quince partes y pisoteado por los caballos.

  “Los voluntarios se desperdigaron en la persecución. El sargento Bermúdez se había quedado solo y, al fin, con el caballo cansado, al paso, se metió en un pajonal que le llegaba a los estribos.

  “De pronto, dos hombres se pusieron a correr ante los ojos azorados del sargento. Sin dudar, Bermúdez apuró su caballo y preparó el lazo. Fermín Alcácer y Javier Vega salieron atados del pajonal. Ya sueltos, sin hablarles, el sargento los hizo andar delante de su caballo. Lentamente hacia el campo de batalla.

  “Sirva para describir al sargento lo siguiente: Vega y Alcácer iban casi arrastrándose de sed. Era el atardecer. Les preguntó desde el caballo si querían agua. Los prisioneros contestaron con los ojos. Bermúdez sacó un chifle del recado y se los alcanzó. Después que bebieron hasta la última gota, el sargento los recriminó riendo: ‘Podrían haberme preguntado si yo quería’, y taqueando al zaino se les acercó y los rozó con la vaina del sable. ‘Preferible que lleguen vivos los prisioneros’, dijo riendo.

  “Vega sintió vergüenza y, mirando al sargento desde abajo, dijo: ‘Disculpe, señor; he sido torpe’.

  “Siguieron en silencio. Cada uno iba pensando en las muertes que habían ganado ese día. Pensaron en la victoria y en la derrota. Recuperaron los ojos de los hombres que habían lanceado. Vieron el anca de un caballo cortada de un sablazo. Volvieron a envolverse en una ola de polvo que apenas permitía distinguir al que querían matar. Oyeron gritos, insultos, toses y gemidos. La noche se cerraba. ‘Las órdenes de ese bruto de La Madrid’, pensó Bermúdez.

  “Vega más bien pensó en todo, en la belleza y en la monstruosidad de la batalla; en que tal vez toda belleza es algo monstruosa y en que, de algún modo, toda monstruosidad encierra belleza. Los tres hombres se parecían en el cansancio y en el sueño, pero al fin todo se les olvidó cuando divisaron, a lo lejos, las luces de los fogones. Ya estaban acercándose otra vez al lugar del combate. Vega sintió que ser prisionero era peor que haber muerto. Bermúdez y Alcácer pensaron que, al fin, iban a poder dormir.

  “Antes de llegar se oyeron guitarras y voces. Estaban inventando coplas para festejar la victoria. Bermúdez pasó entre fogones y algunos lo vivaron con discreción. Todo el mundo bebía y los animales recién carneados se doraban al fuego.

  “Había terminado el entierro de los muertos y empezaba la fiesta. Los heridos estaban apartados, junto a las carretas, y se les llevaba alcohol como consuelo.

  “Bermúdez desensilló, palmeó el zaino y lo llevó de la crin a beber de un balde. Después, también él se hundió en el mismo balde a beber y lavarse, como si el agua fuera olvido para tanta atrocidad cometida con su sable y con sus manos.

  “A Vega y a Alcácer los dejó con los heridos. Al rato les llevó ensartados en la punta de su largo cuchillo dos pedazos de carne asada.

  “Ya con los de su escuadrón se quedó a oír los cuentos de la batalla, como si él no hubiera participado y, mientras bebía y comía, hacía preguntas para informarse de ese hecho ajeno y lejano que le parecía un cuento.

  “A los tres días, Vega y Alcácer fueron conducidos a un villorrio de las cercanías de Córdoba. Habían arrastrado hasta allí los carruajes maltrechos, los animales y los hombres heridos, prisioneros y la parte del ejército que quedaría a cargo de recomponer armas y material. La operación estaba a cargo del coronel Puch, salteño, creo; enérgico y callado.

  “Los prisioneros iban, como los soldados, montados y sin ser objeto de trato distinto. Se les daba de comer igual que a todos; dormían juntos, y les hubiera bastado decir que se pasaban al ejército de Paz para que todo siguiera igual y se les olvidara la condición de presos. Pero Alcácer y Vega no se pasaron y, al llegar al villorrio, sin consulta, fueron conducidos a un calabozo que tenía dos catres y apenas una ventana enrejada –más que nada un consuelo– que, por la altura, ni permitía ver el cielo.

  “El resto de los prisioneros fue a parar a otras partes. Algunos se pasaron a Paz; otros hicieron de ordenanzas de oficiales; uno se hizo asador, y otro quedó libre en la tropa porque sabía tocar la guitarra.

  “Vega y Alcácer tenían un guardiacárcel viejo, buen hombre, abuelo de muchos nietos, muy amigo del sargento Bermúdez. Los atendía bien y a la hora. Hablaba siempre con sus presos: les contaba batallas y, como era domador, les enseñaba asuntos de caballos.

  “Vega le pidió al viejo que le consiguiera papel y algo con qué escribir. Al cabo de un par de días le llevó un grueso cuaderno y pluma. A partir de ese momento Vega se pasó las horas escribiendo.

  “Alcácer era analfabeto, robusto, recóndito y observador. Dejaba pasar las horas tendido en el catre cavilando y acariciándose las cejas de un color azulado de tan negro.

  “Venga escribía historias, describía fiestas, mujeres, trabajos, paseos, peleas. Escribía siempre en primera persona y, después, le leía a su compañero. Pero Alcácer, al oír las historias sentía un invariable malestar. Con el tiempo advirtió que Vega era libre, que podía crear viajes, y hasta amores a pesar de estar como él reducido a los límites de un estrecho calabozo. Le pareció hasta justo sentir rencor. Especialmente cuando se declaraba a sí mismo que Vega era dueño del mundo, de sus contingencias, mientras él tenía que permanecer cercado en los límites de su estrecha realidad.

  “En sus sueños, el analfabeto, en el íntimo lenguaje de sus sueños, descifró que Vega era dueño de todo lo que él no poseía, que era la imagen de su prisión: Vega se le convirtió en los muros y las rejas que lo encerraban. Pensó en matarlo. Sabía que hacerlo le costaría ser fusilado.

  “En sus lentas horas de odio, con paciente resentimiento, mientras se acariciaba las cejas echado en el catre, elaboró un plan de asesinato que lo excluyera de toda sospecha.

  “Una mañana Alcácer le propone a su compañero de calabozo que escriba un cuento con el siguiente argumento: ‘Después de Oncativo, dos soldados del ejército de Quiroga apresados por un sargento de Paz van a parar a un mismo calabozo. Uno llama al guardiacárcel –un viejo domador que siempre les habla de caballos–; aduce un malestar físico. El encargado de custodiarlos tiene familiaridad con los presos. Hombre mayor que ha vivido numerosas batallas, los trata como a hijos. Lo llama, pues, uno de los presos. El viejo entra en la celda confiado, porque allí la prisión más que nada es formal. Pero el que ha aducido el malestar lo estrangula. Después, como es más fuerte, reduce a su compañero. El asesino pide auxilio y acusa a su compañero de haber matado al viejo’.

  “Vega manifiesta que eso no es un argumento sino una simple enumeración de hechos. Alcácer insiste en que lo escriba. Vega dice que lo hará para iniciarlo en el placer de imaginar tramas a fin de que la prisión se le haga más soportable. Pero no escribe el cuento, aunque simula hacerlo.

  “El analfabeto insiste en que se lo lea. El escritor finge la lectura del presunto texto escrito, como siempre, en primera persona. Oído el cuento, Alcácer finge un malestar y llama al viejo. Cuando entra el guardiacárcel, lo estrangula. Después reduce a Vega y pide auxilio.

  “Cuando llegan unos hombres de Paz al calabozo el asesino acusa a Vega de haber matado al viejo domador. Dice, además, que la prueba, la confesión misma del asesinato, se encuentra escrita en el cuaderno. Pero en mi cuaderno –yo soy Vega– no figura el cuento urdido por Alcácer, que podría haber pasado por confesión, sino esto que acabo de escribir.”

  Cuando Bermúdez oyó por tercera o cuarta vez la historia, la comprendió. Primero pensó en desobedecer las órdenes del coronel Puch y matarlo a culatazos. Después, tal vez por pereza, pensó que nada era mejor que ver brotar en la espalda del asesino cinco súbitas manchas con sólo alzar el mentón y mirar de un modo que se pareciera a una orden. Entonces le pidió al muchacho que le había releído la historia que le cebara unos mates.

  Mateó en el vacío, sin que se le ocurriera nada. Como a la hora gritó el nombre de cinco soldados. “Vengan con sus fusiles”, dijo. Y mientras se acercaba al árbol empezó a aflojarse el pañuelo negro que llevaba atado al cuello.





¿POR QUÉ NUNCA?

¿Por qué nunca se habla
de la oscuridad de la boca?
¿Dónde suena la música que se sueña?
¿No será que, a veces, las pieles, por su cuenta,
se enamoran y esclavizan el hueso y su médula?

Y así hay mil preguntas 
que le dan sentido a todo.
Axioma: lo obvio nunca es verdad.
Otro axioma: la gran riqueza
es inventar preguntas.
 AL PRIVILEGIO DE PODER DECIR

Al privilegio de poder decir
la sutil transparencia del plano,
la fatal coincidencia del punto,
la equilibrada velocidad del círculo,
se opone, a quien oficia el verbo,
la imperturbable serenidad del silencio.

Al fin se sabe
que en el secreto fondo de las cosas
yace, en yacimiento de milenaria esencia,
la ígnea verdad líquida de luz,
la verdad inasible
sino por la presencia del amor.

*

En otra realidad
cuyo espacio es de piedra,
estamos socavados,
en hueco y en vacío,
sin tiempo, pero con nuestro rostro verdadero:
es la forma acabada de nuestra libertad,
el resultado final de nuestros actos.

De la astucia del zorro
o el sagaz zigzagueo de la liebre
se deduce una ciega mecánica
más vulnerable, ciertamente,
que la aparente torpeza del ángel
cuando atraviesa cristales sin saberlo.

Más eficaz, más práctica,
la inocencia crea con fatal sabiduría
una realidad más diáfana.

*

Extraños valores representan
astros y religiones, circunstancias
y libertad,
si uno tiende a pensar
que es objeto de tales representaciones.

Convenga acaso
no sentirse humano sino
en cuanto las palabras
son sólo cargas dedicadas
a la serena y ardiente contemplación
de cuanto entrañan.

*

Si un ciervo
se extraviara en el bosque
adoraría cada árbol
como si fuera
la clave de su libertad
o su destinada tumba.

*

El barco vacío
-ahora que amanece sobre la playa-,
dócilmente cede,
sin reparos,
al movimiento del agua.

Así estar en el mundo,
aún después de la inteligencia
que todo considera.

Optar por el modo del barco
a fin de integrarse
en la armonía.

*

De la amenidad festiva
que sugiere el mundo a los sentidos
precaverse
con la fiesta interior
de proponerle al mundo
el sinsentido del azoramiento.

Dios se oculta en sus huellas.
 CUIDADO

Cuidado,
porque si bien obramos en un presunto tiempo,
en un tiempo que presumiblemente
se deshace en olvido,
lo que fue es, y lo que es será:
Todas las rosas de la historia
oran en ascendente aroma,
y la sangre del cuchillo homicida
fluye en forma incesante.

Nacidos de morir:
entonces,
las horas son de la dimensión del ojo
en el que cabe el mar,
y cada palabra, en lugar de mención
es el cuerpo en que habita lo nombrado.

Nadie que no haya muerto sabe.
FINALIDAD

Que el pulidor de diamantes
frote hasta que el mineral
desaparezca,
y así la ausencia
se convierta en metáfora
de la transparencia.

*

Por distintos caminos
somos un mismo rostro,
el mismo desamparo,
el mismo nombre.

Hay playas vacías
donde el sol cae confuso
en forma de castigo o de consuelo,
pero estamos preparados
para esa confusión
y en ella nos gozamos.

Voltear los muros entre
las cosas y sus nombres:
que sea
como nadar el pez,
o perfumar el bosque,
o ladrar el perro,
o volar el pájaro.

*

Desconfiar de la belleza
no es un principio malsano
si se advierte que toda manera de espanto
reviste tanta hermosura
como las repugnantes y prestigiosas rosas.

*

Digamos:
Dejaré las pieles del orgullo
en cada caso. Dejaré de crecer.
Reduciré mis límites
al que impongan mis párpados.
Me quedaré en secreto.

Que nada me atestigue ni me nombre;
que obtenga el olvido ajeno y propio
a fin de poder seguir haciéndolo,
no tanto para hallar
como para que sea
la búsqueda lo hallado.
HAY UNA SOLA LIBERTAD

Hay una sola libertad rescindible:
la que impone la irracional sabiduría.

Saber someterse, pues, cuando llega
el dictado de quietud.

Porque la fácil cesión a la tentación de obrar
puede ser como si una paloma, por afán de belleza,
decidiera estallar
para convertirse en lluvia de plumas.
 LA CONSIDERACIÓN DE LOS MILAGROS

La consideración de los milagros
obliga a una desconfianza razonable.
Más vale el simple asombro,
la inocente incredulidad
y hasta la sabia indiferencia
que la deformación de lo cotidiano
por manía admirativa.
El torpe riesgo es, si no,
que, de pronto, el agua,
en vez de agua de beber
se haga Diluvio o Bautismo.


Las extensas terrazas 
de la casa que jamás fue construida;
las vides ocres que no fueron plantadas;
el tiempo anterior al primer instante;
la ciudades no creadas;
el contrasueño, el revés de la realidad;
lo que no es objeto de olvido o nostalgia;
lo que no existe ni existió
ni en horas ni en geografía:

De todo eso se nutre y muere,
allí reposa,
sobre eso obra esta forma de ser que somos:
una mera posibilidad
ante infinitas renuncias. 
LA EXPERIENCIA DE PAZ

Hay una sola libertad rescindible:
la que impone la irracional sabiduría.

Saber someterse, pues, cuando llega
el dictado de quietud.

Porque la fácil cesión a la tentación de obrar
puede ser como si una paloma, por afán de belleza,
decidiera estallar
para convertirse en lluvia de plumas.
 
NOCHE

La numerosa realidad se borra
en el aire vacío.
Todo pierde su nombre
en la unidad secreta,
y la esencialidad de cada cosa
se recarga
al lúcido amparo de las sombras.

*

Consiste en crear una ventana:
súbitamente surgirá un paisaje
único, infinito,
y el misterio trepará a los ojos.

*

El hacedor de esferas
sueña
que ha de haber otra forma
que contenga y represente todo,
pero sabe
que ese sueño es parte de su oficio.

*

Cuando no hay respuesta
primaria,
ni racional,
ni emocional,
la solución es esa.

*

Volveremos, cada vez,
hasta agotar el ser que somos
para que, de pura vida,
podamos adquirir el sentido
de nuestros nacimientos repetidos.

*

Todo está preparado
para la ceremonia.
Falta el protagonista.

*

La sabiduría de las piedras,
capaces de volar si las arrojan
o de estar, para siempre,
quietas sobre el planeta
atestiguando el cuidadoso
proceso del tiempo
que las pule con su invisible sustancia.
 OFICIO Y FINALIDAD

Repetir una y otra vez
aquello de que se carece
a fin de que a fuerza de insistirlo
quede creado:
dibujar en el aire
hasta que el sonido del rasgo
se convierta en silencio.

Y así, cada piedra contenga su rostro;
y cada instante de sordera contenga su voz;
y cada partícula de oscuridad
revele el sol de su presencia,
y cada gota de muerte
devenga semilla.

Se trata de buscar la palabra
para callarla.

*

Tiende al silencio la palabra,
a fundirse en la bruma que la envuelve,
y el ejercicio del verbo
tiende a enmudecer al practicante.

Así, la mano en el agua
devendrá transparente,
y el pájaro es única forma del aire.
TORRES PARA EL SILENCIO

Eso se quiere,
lo que no está escrito,
la ausencia de la palabra,
un modo de estar
que no requiera signos
ni exija armar esta torre de voces.

En tanto, sin embargo,
inevitablemente,
es preciso valerse
de estas significaciones
parecidas a sombras
y a perfumes de sueños,
como si se tratara
del descanso previo
y del ejercicio previo
y necesarios
para dar la batalla final.

Porque debemos entregarnos
quietos, y en silencio.







   Crítico de arte, poeta y cuentista, Ángel Bonomini (1929-1994) no es un escritor demasiado conocido en nuestro país a pesar de contar con numerosos seguidores. Admirado  por Borges y Bioy Casares, sus relatos suelen participar por igual de lo fantástico y lo real, introduciendo a menudo un componente onírico que los hace perfectamente reconocibles.

     Acceder a los libros de Bonomini, tanto a sus cuentos como a su obra poética, se había vuelto tarea difícil a tal punto que se lo considera un autor de culto.
 
     Prosista de estilo sobrio, riguroso, despojado de adornos innecesarios, a Bonomini se lo recuerda como el último representante de lo que en Argentina se conoció como literatura fantástica.

     Hace unos años, en una mesa redonda realizada en la Feria del Libro de Frankfurt, los escritores Luisa Valenzuela, Pablo De Santis, Ana María Shua y Elbio Gandolfo se refirieron al género fantástico de esta manera:


     De Santis habló de "la historia de una obstinación, de un experimento, de la reelaboración de fábulas", en un intento por definir algo que se presenta como inabarcable, y que termina siempre "en un fracaso".

     "El fracaso parece ser una de las reglas", insistió el escritor y dijo que antes se dio "el relámpago de la iluminación cuando muere el padre de Borges y la literatura entra en el momento más luminoso de todos: Borges vuelve a lo más remoto, al objeto mágico (El Aleph)".

     En los mejores cuentos de Borges, señaló De Santis, "el consuelo de encontrar algo maravilloso no llega a ser suficiente para nosotros. En los últimos aparece el hechizo, una palabra que no admite mediación".





   Otra de las formas de lo fantástico, trabajada por Adolfo Bioy Casares, "es la recuperación de mujeres muertas o perdidas. El construye la figura de un narrador distraído como en `El perjurio de la nieve`, donde una familia repite siempre el mismo día. El cuento se centra en quién es el culpable de romper esta situación", ejemplificó.

    Después Cortázar piensa lo fantástico "como una puerta que se abre a otros mundos, el personaje vive otra cultura y simultáneamente aparece en dos momentos de la historia. En cambio para Silvina Ocampo -contrastó De Santis- "lo fantástico se abre para adentro".

   "En nuestra literatura -observó- no han abundado los diarios, que son reemplazados por lo fantástico, donde está lo más íntimo".

     Hablando de porcentajes, Shua dijo que nuestra literatura tiene uno altísimo de este género, tanto que llega a los autores de novelas realistas: "Estos escriben sobre la ciencia ficción y otros temas emparentados con lo fantástico".

  "Esto sucede por el peso de la tradición, los argentinos no sentimos que nuestra realidad sea mágica, más kafkiana que `garcia marquezca`", arriesgó.

  Y continuó tratando de definir, "ese humor raro, lo absurdo tocando lo cómico, todas las categorías se confunden en el género fantástico. Una narrativa de lo imposible que admite todas las técnicas".

 "Es difícil para un autor escapar a la tentación de lo fantástico que se filtra en todo", resumió.

  En nuestra literatura este género "suele ser marginal, la historia secundaria que sostiene la principal. Rara vez convoca al terror, suscita incomodidad", apuntó.

  Para Borges, indicó la escritora, "el universo es un lugar extraño, indescifrable al que la palabra no puede aludir. Cortázar divide la realidad, debajo de lo cotidiano ocurre algo misterioso".

  Gandolfo mencionó, entre otros nombres, "a Abelardo Castillo que profundiza a Cortázar; Angélica Gorodischer usa el fantástico para literatura feminista y Piglia, en `La ciudad ausente`, como un elemento más", sin  olvidarme de Ángel Bonomini el mimado de Bioy y Borges.





  Luisa Valenzuela exclamó: "Me tranquiliza lo que dijeron en esta mesa, pensaba en lo fantástico que viene con Poe, del horror que extrañamente hemos dejado atrás".

  Lo aterrador desde la experiencia de la dictadura militar "no lo sentimos más como tal, ahora es más natural, aparece desde los laterales de la mente, desde los sueños".

  La escritora recordó que de pequeña su hermana le contaba cuentos de terror para que comiera: "En un cuento hay niños que llegan a una casa abandonada y en el piso de arriba se sienten los pasos de una mujer sin cabeza, muerta de un hachazo, que buscaba venganza: mi literatura es la búsqueda de saber el final de este cuento".

 "Yo creo que hay un desvío de lo fantástico en la Argentina", analizó al referirse al último libro de De Santis donde "los vampiros son libreros de viejo, coleccionistas que viven en lugares ocultos, que intentan no responder a la sed primordial, porque van a ser condenados y utilizan un elixir, para evitarlo".

  Ángel Bonomini nace en Buenos Aires el 13 de octubre de 1929. A los 18 años publica su primer libro de poesías, Primera enunciación, género que profundiza en las siguientes tres obras: Argumento del enamorado, Las leyes del júbilo y El mar. Si bien luego de la publicación de estos cuatro títulos Bonomini se inclinó más sostenidamente por el cuento, nunca abandonó por completo la poesía, publicando en 1982 Torres para el silencio y en 1991 De lo oculto y lo manifiesto.

  Su debut en el género fantástico se produce  en 1972 con el libro de relatos Los novicios de Lerna, que mereció el primer premio municipal; el autor obtuvo también la beca Fullbright y en 1974, el premio de la Fundación Lorenzutti, esta última distinción, por su labor como crítico de arte, que ejercía en el diario La Nación, matutino al que había ingresado como periodista al regreso de una larga temporada en los Estados Unidos, donde se desempeñó como traductor en la revista Life en español.

   A Los novicios de Lerna, le siguen El libro de los casos (1975), Los lentos elefantes deMilán (1978), Zodíaco (1981), Cuentos de amor (1982), Historias secretas (1985) y Más allá del puente, editado en forma póstuma en 1996.




   En 1983, su cuento Memoria de Punkal fue seleccionado entre los ocho mejores enviados desde los países de lengua española al Primer Concurso Internacional Juan Rulfo, organizado en París por el Ministerio de Cultura de Francia y la Casa de la Cultura de México. Por su parte, Jorge Luis Borges seleccionó, su cuento Iniciación del miedo entre 2700 trabajos presentados a un certamen del género.
  
    Ángel Bonomini murió en 1994.




LEÓN BENARÓS: A MIS PAISANOS LES DIGO

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 La vida multifacética de León Benarós (1915/2012), también conocido como Ernesto Segovia o Juan Garré, fue apasionante. Abogado,poeta, historiador, narrador, investigador, folclorista, crítico de arte, pintor, letrista de tangos, entre otras cosas; su camino estuvo lleno de anécdotas que sin duda sobrepasan las líneas de esta crónica. Sin embargo, antes de perfilar la cronología de algunos hechos rescatables, nos llamó la atención una historia de cuando todavía Benarós no era notable y reconocido. Nos referimos a “Recuerdos de Zambonini”: dicen que ocurrió por el Centenario, quizás un par de años más tarde, en un café de camareras en el barrio de La Boca. El hombre de unos treinta años, al que apodaban El Rengo, marcó profundo con la hoja de su cuchillo el rostro del muchacho, Roberto Firpo, al que respetuosamente ya lo trataban como Don Roberto. Las razones de aquel violento ataque sólo fueron conocidas por los testigos presenciales, quienes guardaron un honorable silencio.

 También se supo, que no conforme con la agresión, el atacante marchó hacia su casa y, de inmediato, agregó las notas musicales que faltaban en un pentagrama y, con firme morosidad, dibujó letra a letra las palabras del título de un tango: “Recuerdos de Zambonini”, en alusión al tajo inferido y utilizando su propio apellido, para que todos supieran del hecho. Un acierto impensado, porque el título perduró para siempre y la melodía pronto fue olvidada.

 El agredido restó importancia al asunto y sólo dijo haber sido herido de a traición. Pero fue más allá, también hizo un tango, “Mal pegador”, que no tuvo ninguna importancia dentro de su posterior obra autoral. Y aquí por lo que sabemos, todo terminó.

 De Don Roberto, es mucho lo que ha trascendido como personaje fundamental del tango, de El Rengo Ernesto Zambonini, muy poco.

 En cuanto a su vida casi nada se conoce; sobre su aspecto, es interesante la breve descripción que dejó León Benarós:

«Yo era un joven abogado trabajando en un juzgado de San Martín donde era juez en lo civil el novelista Miguel Angel Speroni, quien me comenta:
—¿Sabés quién anda siempre por el boliche de enfrente?... Zambonini.
—¿El de “La clavada”?, pregunté.
—Exactamente.
—Esto es más importante que la sucesión —agregué—, y me crucé al bar. Y allí estaba, sentado junto a una mesita con un vaso de vino blanco. Aceptó el elogio que le hice por el tango nombrado y con unos vinos más se puso algo locuaz.
—¿Usted sabe que yo le pegué un tajo a Firpo por debajo de la barbilla? Estuve preso, En la cárcel vinieron de una editorial de música y me hicieron firmar un papel. Yo creía que era una autorización para editar una obra y resulta que era una cesión de derechos. Menos mal que cuando salí pude arreglar el asunto.
Era un hombre chiquito, hosco y lo más curioso es que estaba en camiseta y con los pantalones rigurosamente sujetos con un alambre».



 Benarós fue un hombre muy ligado al folclore y su capacidad creativa quedó reflejada en muchas obras de enorme popularidad. Profundo admirador del caudillo Martín Miguel de Güemes, al que siempre trataba de hacerlo conocer en público, muchas letras de su autoría quedaron reflejadas en canciones, coplas, vidalas y bagualas dedicadas al caudillo salteño.

 Verdadero apasionado de la música nativa, volcó su inspiración en canciones testimoniales ("El Chacho", "Viva Güemes" y otros caudillos) y en la bella y delicada zamba La tempranera, suma de fina poesía, de asegurada vigencia, actualizada por jóvenes y nuevos cantores que celebran el hallazgo y la plenitud de su texto.


TODITA LA TIERRA EN ARMAS

(León Benarós - Hernán Figueroa Reyes)
(vidala)

Don Martín Miguel de Güemes
venga y vámonos con todo
que allá por el lado de la frontera
van amagando los godos. (bis)

Mi General San Martín
vaya a libertar naciones
que en tierras de Salta se queda Güemes
desbaratando invasiones. (bis)

No han de pasar, no han de pasar,
barreras les pone Salta
Si hasta los changuitos se están peleando
todita la tierra en armas. (bis)

Señores déjenme solo
con mi paisanaje rudo
que se me retiren los oficiales
que les voy a hablar en crudo. (bis)

Don Martín Miguel de Güemes
si hasta me parece verlo
en el entrevero soltando un ajo
cuando era el caso hacerlo. (bis)

No han de pasar...


SEÑORA MACACHA GÜEMES

(León Benarós - Agustín Carabajal)
(chacarera)

 A ver Magdalena Güemes
por lindo apodo Macacha
ahí andan los Infernales
cayendo de puta y hacha.

Salteña de pura cepa
aparcera de su hermano
cuando luchó por los libres
bien supo darle una mano.

También lució en los salones
pero según y conforme
al soldado de la patria
haciéndole el uniforme.
Que viva Macacha Güemes
por su valor y coraje
revistando de a caballo
las tropas de su gauchaje.


Señora Macacha Güemes
mujer de Román Tejada
la patria le debe gloria
por noble y determinada.

Bien haiga la chacarera
de aquella dama patriota
manteniéndose en el triunfo
creciéndose en la derrota.

Bondades fueron las suyas
la llaneza fue su escudo
por que usted trató al humilde
lo mismo que al copetudo.
Que viva Macacha Güemes
por su valor y coraje
revistando de a caballo
las tropas de su gauchaje.


¿SE ACUERDA DON MARTÍN GÜEMES?

(León Benarós - Ramón Navarro)
(zamba)

Se acuerda don Martín Güemes?
se acuerda digo, se acordará
cuando San Martín y usted
en Salta hicieron una amistad. (bis)

Y una amistad de varones
que dio a la patria seguridad
cuando querían quitarnos
el justo anhelo de libertad. (bis)

Desde arriba de los cerros
un huracán de paisanos
viene bajando al galope, señor,
adiosito y lanza en mano
y cómo no.
Se acuerda don Martín Güemes?
allá en el cielo se acordará
junto con Pachi Gorriti
por vernos libres, combatirá. (bis)

Tiempos de la patria vieja
Tal vez un día quieran volver
porfiando por darle al cuerpo
el alma gaucha que hay que tener. (bis)

Desde arriba de los cerros
un huracán de paisanos
viene bajando al galope, señor,
adiosito y lanza en mano
y cómo no.


 LA YEGUADA DE LOS SAUCES

(León Benarós - Carlos Carabajal)
(malambo)
recitado:

1817
cinco de mayo
está a la vista allá
en Los Sauces
insolente
el campamento Realista.

Gauchos de Güemes en la noche
van a soltar al invasor
una yeguada enfurecida,
enloquecida de pavor.
cantado:

La noche en suspenso
parece esperar
el tumbo y retumbo
comienza a sonar.
Los cascos imitan
salvaje tambor
La noche es estruendo
y oscuro pavor.

Los duendes del cerro
de guardia estarán
laureles y cedros
allí velarán.
Alturas del Chañi
se asombran también
yeguadas salvajes
sin rumbo se ven.
Resuenan los tiros
en gran confusión
nocturno fantasma
de desolación.
Millares de patas
golpean sin fin
el bronco retumbo
repite el confín.

Un río de yeguas
de extraño furor
consume el desastre
del campo invasor.
El día descubre
la gran mortandad
bravía defensa
de la libertad.


 EL ESCUADRÓN DE INFERNALES

(León Benarós - Canqui Chazarreta)
(zamba)

Allá van esos bravos
paisanos leales
son los gauchos de Güemes
los Infernales, los Infernales. (bis)

Chaqueta colorada
gorro de manga
boleadoras y lazo
¡huija a la carga!, ¡huija a la carga! (bis)

Cayéndole al invasor
al tiro habrá de salir
queriendo está toda Salta
ser libre si no, morir. (bis)
Infernales de Güemes
melena y barba,
guardamontes de cuero
¡torazos mi alma!, ¡torazos mi alma! (bis)

Gauchos salteños sí
como no hay otros
espuelazas de fierro
bota de potro, bota de potro. (bis)

Cayéndole al invasor
al tiro habrá de salir
queriendo está toda Salta
ser libre, si no, morir. (bis)


LOS DE PONCHO COLORADO

(León Benarós - Pedro Alberto Favini)
(canción)

Los de poncho colorado
son fronterizos cabales
no los paran ni los pumas
ni tampoco gamonales.

Ya bajaban de los cerros
en los ranchos no hay ninguno,
con su par de guardamontes
y su sombrero ovejuno. (bis)
Don Martín Miguel de Güemes
con sus hombres bien montados,
a los del lado del Rey
los verá desesperados.

Contra tanto gaucho bravo
de verdad no han de poder
los que defienden a Salta
tienen lo que hay que tener. (bis)
recitado:

Aventándole las ganas
a todo su pobrerío,
viene hablándoles de patria
para templarles el río.
cantado:

Libres los ha declarado
de toda contribución
ya bastante con que pongan
el cuerpo y el corazón.

Dis que se ven recelosos
los señorones de rango
que vayan ellos al Cerro
a parar los maturangos. (bis)
Don Martín Miguel de Güemes
con sus hombres bien montados,
a los del lado del Rey
los verá desesperados.

Contra tanto gaucho bravo
de verdad no han de poder
los que defienden a Salta
tienen lo que hay que tener. (bis)



CUANDO GÜEMES SE MORÍA

(León Benarós - Hernán Figueroa Reyes)
(canción)

Trabajos del año veinte
pesares del veintiuno
Don Martín se ha de cortar
un diecisiete de junio.

¿Quién trajo gente del Rey
con tanta tropa y cartucho?
Ese Valdéz ha de ser
que llaman el barbarucho.
Dura la suerte de Salta, ay señor
la pisa la planta del invasor. bis
Macacha, hermanita mía
me voy para el Chamical
ardiendo me está la herida
pierdo de sangre un caudal.

Diez días hace que Güemes
se viene así desangrando
a la sombra de un cevil
se estaba el cabo cortando.
Dura la suerte de Salta, ay señor
se muere el salteño, bravo y mejor. (bis)
Adiós mi tierra de Salta
te dejo en esta contienda
mi espada para recuerdo,
mi corazón por ofrenda.

A mis paisanos les digo
que no dejen de pelear
que mi alma desde los cielos
los ha de capitanear.
Bravos salteños, que viva Salta,
sigue hasta vernos libres,
la guerra gauchá,
la guerra gauchá.



LA TELESITA

Santiagueño soy, señores,
de aquella tierra bendita
donde ya suman añares
que alentó la Telesita.

y ya que el caso ha venido,
permítanme que les cuente
de la vida y los milagros
de esa criatura inocente.

Rendidos amaneceres
dormida la habrán mirado
a las orillas del Dulce,
por las costas del Salado.

Humildita y pobrecita,
fue una casita de nada,
como un brotecito tierno
que pudo quemar la helada.

Donosa en su honestidad,
linda al par de otras muchachas,
apenas la malcubría
su camisita en hilachas.

En sus grandes ojos negros
iba temblando una pena.
Sus dos trenzas daban marco
a su carita morena.

Era, en su desasosiego,
como esas estrellas puras
que, SIempre por apagarse,
desmayan en las alturas.

Temiendo servir de estorbo,
contenta con lo preciso,
vivió de la caridad,
como pidiendo permiso.

Con su carguita de leña
o su atadito pasaba,
cuidando de no perder
la limosna que lograba.

De alguna gente piadosa
conseguía merecer
un pedazo de tortilla,
quizá de pan de mujer.

Sones de caja y violín
la tienen embelesada.
Su reino es la chacarera.
Fuera del baile no es nada.

Allí donde escucha música,
azorada se encamina.
(Las pencas de los senderos
no le mezquinan espina).

Ya se le enciende la luz
de sus grandes ojos mudos.
Ya se entrechocan de gozo
sus piecesitos desnudos.

Al eco de una mudanza,
con gracia se zarandea,
bailando para ninguno
hasta que el día clarea.

Así, danzando y cantando,
libra sus penas al viento.
¡Qué pecado habrá tenido,
si le faltó entendimiento!

No tiene caudal alguno.
Poco pesa sobre el suelo.
Será por eso que Dios
le mandará ese consuelo.

¿A qué puerta llamar puede
que le den sosiego y calma?
¿Qué otro consuelo hallará
que bailar, solita su alma?

Sola vive en este mundo,
sola a su danza se entrega;
sola canta sus vidalas,
sola se va, sola llega.

Pudorosa de la lumbre
del sol y su reverbero,
su carita le mezquina
de vergonzoso lucero.

y ya un ansia la conmueve
si apunta el alba rosada,
desde que estira la luz
su primera pincelada.

Todavía los violines
llorando están sus gemidos.
A vagar entre los árboles
vuelve a sus lares queridos.

Dicen unos que la hallaron
una mañana de hielo,
tumbada sobre una acequia,
con los ojos hacia el cielo.

Aunque suponen los más
que, en una noche funesta,
viendo el incendio de un bosque
lo tomó por una fiesta.

Ciega de lo que mentían
sus pupilas asombradas,
las que miró como luces
se le hicieron llamaradas.

Poca tarea sería
para ese fuego infinito
hacerla una brasa viva,
envuelta en su vestidito.

En puñado de cenizas
lueguito iría a parar.
A quemazón semejante,
¡qué trabajo le iba a dar!

Un dijecito de plata
llevaba siempre en el pelo.
La conocieron por él,
con el más dolido celo.

Ya murió la Telesita,
en su tormento quemada.
Promesantes del lugar
la miran santificada.

Siete chacareras bailan
a tenor de su deseo,
y le dedican envites
de aguardiente con poleo.

Unos le ruegan salud.
Otros, con pedidos mil,
que las ovejas perdidas
las restituya al redil.

Unas velas de colores
le encienden a la finada.
La tierra fue su calvario,
será el cielo su morada.

Allí, donde la humildad
tiene duradero brillo,
quedita se estará el alma
de Telésfora Castillo.


LA TEMPRANERA
(zamba)
Letra: León Benarós
Música: Carlos Guastavino

Eras la tempranera,
niña primera, amanecida flor,
suave rosa galana,
la más bonita tucumana.

Frente de adolescente,
gentil milagro de tu trigueña piel.
Negros ojos sinceros,
paloma tibia de Monteros.

Al bailar esta zamba fue
que, rendido, te amé.
Eras mi tempranera,
de mis arrestos prisionera.
Mía ya te sabía
cuando, por fin, te coroné.

Era la primavera,
la pregonera del delicado amor.
Lloro amargamente
aquel romance adolescente.

Dura tristeza oscura,
frágil amor que no supe retener.
Oye, paloma mía,
esta tristísima elegía.

Al bailar esta zamba fue
que, rendido, te amé.
Eras mi tempranera,
de mis arrestos prisionera.
Mía ya te sabía
cuando, por fin, te coroné.






 Los caudillos también están presentes en gran parte de su obra, sobre todo Vicente Chacho Peñaloza, a quien dedicó un disco junto con Jorge Cafrune. ¿Qué encontró en Peñaloza el autor que lo inspiró más que otros?

 Reflexiona Benarós: “Peñaloza era un caudillo totalmente atípico, no era prepotente como Facundo. La mano derecha de Rosas, tenía la provisión de carnes en La Rioja y al tipo que no lo compraban. Peñaloza era más inocentón. Él no invadía un lugar, mandaba a sus oficiales a pedir limosna para alimentar a los soldados. Armó órdenes militares que no tenían que ver con las otras, confundía a los opositores. Inventaba cañones con cuero crudo”.

"Nací en San Luis porque mi padre tenía allí campos y una casa de comercio que se llamaba La Bola de Oro. Después pasé otra parte de mi infancia en una quinta que teníamos en Lomas de Zamora. Mi padre murió joven, y un tío que era poeta, que trabajaba para una gran casa de comercio, comenzó a viajar y me llevó con él. Fue así como conocí varias partes del país. Al folklore yo lo viví antes de escribirlo. En una oportunidad, cuando vivíamos en Mendoza, teníamos una casa tan grande que empezaba en una calle y terminaba en la otra. Andaba a caballo, y empecé a tocar la guitarra. Viví en la ciudad tucumana de Monteros, por eso hay una zamba mía que cita a ese hermoso lugar. También estuve radicado en Chivilcoy y en La Pampa”.

“Yo trabajé siempre con mi poesía en dos sentidos: un sentido de la poesía lírica y una serie de romances históricos. Así pude dar a conocer personajes increíbles. Recuerdo a un señor llamado Vicente González, militar, que era conocido como Carancho del Monte. Era un tipo fanático de Rosas que una vez se fue vestido como cura a una iglesia, y cuando el sacerdote estaba hablando le dijo: "Usted será cura pero yo soy el que reina". Terminó mal luego de haber degollado mucha gente. Se hacía llamar Su Majestad Caranchísima, y pidió que esa denominación fuera oficializada para estar en la lista del ejército”.

 León Benarós supo tener un excelente vínculo amistoso con Jorge Luis Borges y Pablo Neruda. Recuerda el autor: “A Borges lo conocí por el premio que tuve por el libro El Rostro Inmarcesible. Él era jurado. A Borges le gustaban mucho las milongas. Una vez me preguntó algo que utilizó para un cuento. Tenía que hacer un enfrentamiento entre paisanos y quería diferenciar los cuchillos. Le conté que hay cuchillos que tienen filo hacia arriba y otros que forman una especie de U, como el que usaba Juan Moreira. Borges tenía un talento y una memoria increíble.

 Con Neruda, estando en Buenos Aires la que era secretaria de la revista Anales, que dirigía Borges, me dijo que Neruda quería conocerme y me dio su teléfono. Lo llamé y le dije: "Señor Neruda, para mí es muy halagador que quiera conocerme". Luego me confesó que se interesó por mí a raíz de un poema dedicado a Dorrego que escribí para la revista Anales. Me contó que mi forma le gustó mucho porque él quería trabajar con un sistema en su poesía más apretado, no tan barroco. Me dijo que fuera a Isla Negra, donde él vivía, y que me quedara el tiempo que quisiera. Nunca pude ir porque tenía otros compromisos, pero cada vez que venía a Buenos Aires nos encontrábamos”.

 Con los grandes tangueros Benarós había logrado ser uno más de ellos y su relación fue de mucha cordialidad. “Con Troilo -afirma- estuve a punto de hacer una obra, pero como ya tenía una oferta anterior de Cátulo Castillo no lo hicimos por respeto. Troilo era un tipo muy gracioso. Recuerdo que una vez Julián Centeya hizo un poema en el que decía: "Qué querés Benarós que yo te diga". Fue él quien me presentó a Troilo, en el teatro Odeón. El gordo se paró frente a mí y me dijo: "Qué querés Benarós que yo te diga". Esta vena por la música ciudadana lo acercó a la Academia del Lunfardo como uno de los fundadores. Siempre atento a la voz popular su valorización sobre el lenguaje es determinante: “Los estudiosos del lunfardo tenemos un lema: "El pueblo agranda el idioma". No se puede estar dentro de una norma rígida, hasta los ministros emplean palabras del lunfardo, como "pibe". En una época se impuso la palabra "cheto". Luego, las nuevas generaciones inventan palabras que los más viejos ya no reconocemos, pero con el tiempo las adopta todo el mundo. Hay que destacar que nuestro idioma, el español, desciende de un latín vulgar, no académico. El español fue un lunfardo de la época. En aquellos tiempos se decía: "Esto no es latín, es español", pero luego se aceptó. Incluso el Dante en La Divina Comedia usa palabras en italiano, lunfardas para la época. Hay que aceptar estos cambios”.






 En Buenos Aires, colaboró en las revistas Sur,Nosotros, Verde Memoria, Lyra, Tarja, Realidad, Pájaro de Fuego, Anales de Buenos Aires (dirigida por Jorge Luis Borges), Conducta, Columna, Atlántida, Continente, Reseña de Arte y Letras, Agonía, en el periódico Correo Literario, y otras más. Colabora en los diarios La Nación , Clarín y en la revista Proa, de la que fue uno de los secretarios.

 En el exterior, colaboró en Cuadernos Americanos (México), Asomante (Puerto Rico), Viernes (Venezuela), Poesía de Venezuela, Cordillera (Bolivia), La Gaceta de Chile, dirigida por Pablo Neruda, La Estafeta Literaria (España).

 En verso, ha publicado El Rostro Inmarcesible(1944), Romances de la Tierra (1950), Versos para el Angelito (1958), Romancero Argentino (1959), Décimas Encadenadas (1962), El Río de los Años (1964), Memorias Ardientes (1970), Romances de Infierno y Cielo (1971), Romances Paisanos (1973), Carmencita Puch (1973), Elisa Brown (1973), La Mano y los Destinos (1973), Romancero Criollo (1978), Romances Argentinos (selección, 1981), El Bello Mundo (1981), Flora Natal (1983), Canto de Amor a Buenos Aires (1983) y Romances de Pueblo (1999).

 En prosa, Libro de Vacaciones(1980), Antonio Porchia (1988), Leyendas Argentinas (1981 con cuarta edición, 1955), El Desván de Clio (1990), y Mirador de Buenos Aires (1994), así como monografías sobre los pintores argentinos Lino Enea Spilimbergo, Miguel Carlos Victorica y diversas compilaciones anotadas.

 Con música del maestro Carlos Guastavino, el texto del poema sinfónico Despedida y las poesías de los albumes Flores Argentinas, Canciones del Alba, Pájaros, 15 Canciones Escolares, y la letra de diversas canciones de cámara y populares como La Tempranera grabada por Mercedes Sosa.

 Con música del maestro Sebastián Piana, el álbum Cara de Negro (12 candombes y pregones de Buenos Aires).

 Fue autor de las letras de los discos titulados El Chacho (vida y muerte de un caudillo), cantado por Jorge Cafrune; La Independencia, igualmente cantado por Cafrufe; Viva Guemes, cantado por Hernán Figueroa Reyes; Gente criolla, cantado por Chacho Santa Cruz y Forjadores de la Patria, cantado por el conjunto Los Arroyeños.





 Entre otros premios, ha obtenido los siguientes: Premio Municipal de la ciudad de Buenos Aires por El Rostro Inmarcesible; Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y elección 'Libro del Mes' (noviembre del 1944) por el mismo libro, por decisión del jurado del 'Club del Libro' integrado, entre otros, por Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Pedro Henriquez Ureña, Ezequiel Martínez Estrada, Baldomero Fernández Moreno, Angel J. Battistessa, Ricardo Baeza y Victoria Ocampo. Premio Nacional IPCLAR, de la provincia de Santa Fe, por Memorias Ardientes (en calidad de inédito). Primer Premio Municipal por Memorias Ardientes (1970). Tercer Premio Nacional por Memorias Ardientes y Romances de Infierno y Cielo (1978). Segundo 'Premio Especial Ricardo Rojas' de la municipalidad de Buenos Aires, por Leyendas Argentinas. Premio 'Cesar Mermet' de la Fundación Argentina para la Poesía. Premio 'Recorrido Dorado' de la Sociedad Distribuidora de Diarios, Revistas y Afines (1988), Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (1982), Premio Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes (1995), Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores SADE (noviembre de 1998), Personalidad Emérita de la Cultura Argentina por la Secretaria de Cultura y Comunicaciones de la Presidencia de la Nación.

 Perteneció a la Asociación Argentina de Críticos de Arte (AICA), a la Assocation Internationale des Critiques d'Art con sede en París, a la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), a la Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música (SADAIC) y a la Sociedad Argentina de Autores (ARGENTORES) y fue co-fundador de La Academia Porteña del Lunfardo

 Ha pronunciado conferencias sobre pintura argentina contemporánea en París, Madrid, Lima, Bogotá, Caracas, Quito y La Paz.

 Algunas de sus poesías han sido traducidas al francés, al inglés y al alemán. Su poesía La Telesita ha sido traducida al quichua.


 "Fue un hombre cordial y generoso, conocedor a fondo de los temas históricos y de la cultura popular, con una memoria impecable”, señaló el poeta y ensayista Horacio Salas. El ex director de la Biblioteca Nacional remarcó la generosidad del autor: “Cada vez que tenía una duda sobre algún aspecto del tango de los primeros tiempos, lo mismo que sobre el folklore de las distintas regiones del país acudía a él -indicó-. Generoso con su biblioteca, más de una vez fotocopió libros enteros para facilitarme la bibliografía que consideraba esencial para mis trabajos”.

 La obra "El rostro inmarcesible" ubicó a Benarós, según Salas, en la primera línea de la poesía argentina: "Es una colección de poemas de amor que ocupó un primer plano en la generación del 40”, describió.

“Pablo Neruda me confió en 1968 que, en su criterio, Benarós poseía un manejo formal del romance que superaba, incluso, los trabajos de Federico García Lorca, tal como lo publiqué en su momento. Los sabios no suelen aparecer con frecuencia. León Benarós lo fue. Sin duda”, indicó Salas.





 “Minucioso coleccionista de folletos largamente centenarios, en los que siempre me señalaba alguna curiosidad. Conocedor de botánica y al mismo tiempo lingüista. Periodista, algunos de sus artículos fueron recopilados en el libro `El desván de Clío`. Sus artículos eran verdaderas indagaciones en profundidad. Nunca leí nada suyo que no albergase hallazgos dignos de recordar. También fue dibujante, caricaturista y pintor”, aseguró.


 Benarós, que en 1983 publicó su “Canto de amor a Buenos Aires”, fue declarado Personalidad Emérita de la Cultura por la Secretaría de Cultura y Comunicaciones de la Presidencia de la Nación y recibió el Premio Manuel Mujica Lainez.


 "Ha dado con el idioma y el tono justos, y cuánta sabiduría, cuánto conocimiento evidencian sus composiciones. Es mucho lo que he revivido y lo que he aprendido al voltear sus páginas", dijo justamente a propósito de su producción el autor de "Bomarzo" y "Los viajeros".


León Benarós, falleció a los 97 años.





   


ENRIQUE WERNICKE: EL FABRICANTE DE SOLDADITOS DE PLOMO

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 Guillermo Saccomanno, en un excelente artículo publicado en la página de Télam-Cultura del 26 de febrero de este año, analizaba la vida y obra de Enrique Wernicke (1915-1988) y nos acercaba a la mística de un hombre no clasificable que siempre estuvo al límite de todo y que su salvavidas fue la literatura. Relata Saccomanno:
Con frecuencia se ha dicho que Wernicke es un escritor mítico. Paradójicamente, la categorización de “mítico” se vincula con el calificativo de “olvidado”. Con respecto al mito, sus datos biográficos apuntan a consolidarlo y puede conjeturarse que, en alguna medida, el mismo Wernicke contribuyó a esta construcción.   La militancia en el PC y su expulsión, una diversidad de oficios entre los que se destaca el de fabricante de soldaditos de plomo, un correrse deliberado de los circuitos de prestigio cultural, el alcoholismo y su reclusión en la ribera tienden a apuntalar su fama de lobo estepario. Como alguno de sus personajes, en esta construcción Wernicke se ubica en los bordes.    Pero, ¿y su narrativa? Acá también hay una elección de los márgenes. Si bien Wernicke escribió novelas, teatro y fugazmente poesía, su consolidación como narrador se debe casi fundamentalmente a sus cuentos, en los que opera una poética de la restricción. Aun cuando el cuento tiene toda una tradición en el Río de la Plata, su celebridad suele ser inferior a la de una novela. Que Wernicke dedique a sus cuentos el cuidado obsesivo de un orfebre induce, desde una perspectiva lúdica, a una interpretación que relaciona lo biográfico con la escritura: la fabricación de soldaditos y la creación de cuentos brevísimos como actividades complementarias. Juguetitos, en ambos casos. Pero no hay que engañarse: los cuentos son juguetitos rabiosos.
La suya, se ha dicho, es una narrativa de gestos cortos, frases que eluden toda estridencia. De entrada, lo que llama la atención es una prosa despojada, tersa, que puede recordar tanto a Chejov como a Babel. Wernicke marca, desde sus inicios, la búsqueda empeñosa de una separación de la ciudad. El alejamiento responde a una elección, en términos sartreanos, que lo impulsa a un estoicismo encallecido identificable con el destino de los perdedores.   En el afuera se descubre un tiempo donde cada acción tiene otro significado. Entre líneas, Wernicke explica lo que postula como su poética: “una voz lerda para razonar pausado”. Su poética está cifrada en la síntesis. “Jamás imaginé que las palabras tuvieran un poder semejante” escribió. “Apenas si voy por la mitad de un cuento y siento como si me hubiera pasado toda la vida en este campo”. Hombres, animales, herramientas, trabajos, responden a una misma estrategia: el rescate de los márgenes. En tanto, la voz del narrador, sutil, pausada, se impregna con el “tempo” de lo narrado.   A Wernicke, en su tiempo, no le fue fácil encontrar aceptación. Aún cuando pudo ganar algún premio estatal, su narrativa tiene un número reducido de lectores. El panorama literario de su época se divide en polos antagónicos: la izquierda heredera de las premisas del boedismo, por un lado; y por el otro la derecha, dueña de los rotograbados dominicales que festejan a Mallea.

 Sumamente interesante resulta la obra de Wernicke, a tal punto que varios de sus textos incluidos en un diario de 1500 páginas, titulado Melpómene, permanecieron inéditos por mucho tiempo.

 El que sigue es un texto desgarrador de ese calidoscopio y  un llamado de ayuda. A veces los “avisos emocionales” no  los queremos ver. Vayamos a su encuentro:

Diciembre 29 de 1957

Se termina este año extraordinario. Y yo, a los casi cuarenta y tres, me encuentro en un comienzo. No tengo en dónde trabajar y ando en busca de un "empleo". La fabriquita de soldados no da más y ninguno de los "grandes proyectos" ha cuajado. El saldo de este año es: un hijo que nacerá el mes que viene; un libro de cuentos "muy bueno"; una novela corta en borrador, y deudas por casi 20.000 pesos.

Aplastado por una sensación de fracaso. No se trata de que no me sepa haragán y borrachín. Pero hay borrachines que se "la rebuscan". Yo no. El resultado de estos diez años de "no tener que ir al centro", ha sido escribir cuatro o cinco libros. Y cambiar de mujer tres veces. Y de perro otras tres.

He perdido contacto y relación con cuanta persona puede ayudarme. Y, se me ocurre, he ganado fama de informal, borrachín y loquito. Mi único prestigio: "soldaditos", los divinos soldaditos que me permitieron vivir sin pedir nada a nadie (de mis círculos literarios).

No tengo absolutamente nada. Y no lo tendré por mucho tiempo. Es evidente que yo calculaba, "dejando pasar el tiempo", que algo iba a suceder, que "mi gloria" me iba a asegurar un modesto pan cotidiano y que vendrían a buscarme para darme changuitas. Eso no ha sucedido. El mundo no perdona la indiferencia y el engreimiento, y hay que hacer muchas cosas para que a uno "lo vengan a buscar".

Analizando los hechos, pienso que la vida solitaria de estos años, tan útil para madurar a un Enrique escritor, me ha impedido salir a la calle. El problema de "dónde como" y "quién cuida del perro" me ataba ridículamente a mi casita. Años que no voy al cine, que no veo exposiciones, que no sé qué pasa en Buenos Aires. Si soporto el asqueroso viaje al centro, el traje y la sudada, me vendrá bien un cambio de vida. Pero temo sentirme abrumado por tanta cosa odiosa y que el trago me derrumbe la salud. Habrá que esforzarse como nunca. O pegarse un tiro.





 Wernicke trató de vivir de la mejor manera, fue periodista, agricultor, titiritero, publicitario y, sobre todo, fabricante artesanal de soldaditos de plomo.

 Instalado en la ribera, norte del Gran Buenos Aires –por entonces inundable y donde se escenifican gran parte de sus textos–, encontró en el alcohol su refugio y hasta el día de su muerte no pudo abandonar el vicio. Abrazó la filosofía de un intelectual de izquieda y supo convocar en torno a sí a buena parte de esa corriente intelectual de los años ’50 y ’60.

 Andrés Aldao define así a su amigo: Wernicke fundó un estilo, basado en el laconismo y en la descripción de vidas ordinarias, que años más tarde, y de la mano de autores norteamericanos como Raymond Carver, sería bautizado "minimalista".

Como legado dejó, además de su obra de ficción, un diario de 1500 páginas, titulado Melpómene, que aún continúa casi totalmente inédito en el que se vuelcan tanto sus frustraciones personales como sus dudas, sus furias, sus incertidumbres y opiniones crispadas sobre el trabajo literario.

Recluido en la costa, Wernicke eligió ese paisaje del río como territorio íntimo y mítico mientras su escritura se iba afilando cada vez más en cuentos más cortos. A medida que avanzaba en el arte del cuento, su impronta “realista” se fue borrando en función de la asepsia y la neutralidad simbólica como sellos personales.

Si bien en sus comienzos puede advertirse la relación entre la trama y una paradoja, la “enseñanza”, proveniente de su producción de relatos para chicos, Wernicke fue depurando con obstinación todo atisbo de mensajismo.

En su brevedad y despojamiento, sus cuentos aspiran cada vez con mayor precisión al insight. Y, en su modo, anticipan los relatos últimos de Miguel Briante, otro marginal de circuitos y modas literarias, que supo conseguir con sus narraciones verdaderas piezas poéticas en las que el acento campero se entrevera con un decir firme y definitivo.

Rescatados del olvido en una edición completa -hace pocos años, Editorial Colihue publicó una antología de sus cuentos, los cuentos de Wernicke confirman sus dones. Necesaria, imprescindible, esta edición, un auténtico acontecimiento, viene a probar el cuidado de orfebre que Wernicke le dedicaba a cada cuento. “Jamás imaginé que las palabras tuvieran un poder semejante”, anotó en su diario. “Apenas si voy por la mitad del cuento y siento como si me hubiera pasado toda la vida en este campo.” Su arte consiste en una persecución constante de la síntesis.


La ribera

Desperté bruscamente, totalmente lúcido.

Era imposible demorarse en la inconsciencia: la mañana estallaba en la ventana de la piecita y me había penetrado el cuerpo cuando apenas entreabrí los párpados.

Me senté en la cama apoyando la espalda en los duros barrotes. La luz invadía la reducida habitación y su impertinente desenfado señalaba los más graves defectos de mi vida: soledad, desorden, pobreza. Sábanas arrugadas y sucias. Ropa en el suelo. Una botella de vino, vacía. Un libro abierto y manchado. Puchos de cigarrillos.

Estigmas de una noche como tantas.

Pero la ventana me ofrecía un nuevo día y resultaba grato recomenzar a vivir.

Me vestí distraídamente. Miraba las ramas del sauce recién brotado que se interponía entre mi casa y la calle. Cuando di unos pasos buscando mis alpargatas, el piso cedió bajo mi peso con esa blandura que suele tener la tierra fresca. Sonreí. No siempre soy capaz de sentir las cosas.

Di otros pasos por sentir nuevamente la elasticidad de la madera. Y recordé la sensación que se experimenta al subir a un bote y la liviandad de la marcha sobre un muelle de madera.

Recordé un mar lejano. Y de pronto me sentí feliz.

Al fin de cuentas, una vez más vivía en una ribera, y el río, si no el mar, estaba a unos metros de mi casa.

La soledad concede despertares puros. Cuando se vive solo, se es mucho más virgen y al levantarse de la cama es común azorarse de sí mismo. Se es más auténtico, más sincero.

Me digo que viviendo solo es imposible mentirse de mañana y aun las trampas que aceptamos rotundamente por la noche, con la luz, con la inepta carne que llevamos al despertar, quedan ridículamente en descubierto.

Comienza hermosamente mi día.

Salí de la pieza y busqué el diario que, como de costumbre, el repartidor había tirado entre las hortensias. Al hundir la cabeza en el follaje el rocío me lavó la cara. Y allá en la sombra de las hojas descubrí la noche que había perdido. La tierra olía a humedad y se negaba al día.

La calle estaba llena de sol. Me dejé tentar. Abrí el portoncito de alambre y salí a buscar esa caricia tibia que se desparramaba en la mañana.

No, no pienso nada. Siento.

El terraplén del tren me cerraba el paisaje con su hirsuto lomo de tierra. Le di la espalda y volví a casa. A través de los árboles, caminando con los ojos todo el largo de mi terreno, anduve, anduve hasta que llegué al río. Pero para entonces ya estaba detenido ante la puerta de la cocina. Y había que prepararse el mate.

Vivo en la ribera. Mi casa da frente a una estrecha calle de tierra que corre paralela a un alto terraplén de ferrocarril. Los fondos de mi terreno son como el mismo fin de la tierra porque dan de boca, entre abruptas toscas, contra el río.

El terraplén del ferrocarril es un muro inaccesible que nos tapa la vista de la ciudad. El horizonte del río, por lo contrario, nos invita a todas las ansias.

Necesariamente, mi paisaje me niega la amistad cercana y me entrega a las ridículas apetencias de todos los que sueñan imposibles.

El edificio que habito es uno de los tantos, típicos de la ribera: paredes de tabla machimbrada, techo de cinc.

Cuatro pilares de ladrillos levantan los esquineros a un metro del suelo, en prevención de las crecientes.

Por eso mi casa vibra y resuena como los muelles y las ramblas.

Al frente tengo un sombrío jardincito de dos metros. Hortensias, agapantus, un ceibo retorcido, dos álamos y la gran rama de un sauce que se alarga desde el terreno vecino.

Se entra en mi casa por un costado del lote. Y de quererlo, se continúa por una especie de camino hasta las grandes toscas del río. Antes, mirando al pasar, de lado, se ve un patio de tierra sombreado de mimbres y sauces donde una casilla mucho más levantada, mucho más vieja y decrépita, me sirve de taller.

Hace apenas unos meses que estoy aquí; pero ya me he hecho a vivir sobre la costa. Bueno, he conocido esta ribera desde niño: nací en la loma de Vicente López.

De cualquier modo, una ubicación oportuna puede ser la salud de un hombre. Y yo me digo mientras escribo esta página: parezco o debo ser mucho más feliz de lo que creo.

Entré en la cocina sin prestar atención al perro que dormía cruzado en el umbral. Casi me fui de narices cuando se levantó para saludarme.

Mientras encendía el primus y preparaba el mate observé al pobre y viejo animal que, seguramente arrepentido de haber comenzado con tan mala estrella el día, me miraba con ojos de pordiosero y meneaba el rabo dulcemente.

Los perros, ¡malditos sean! –me dije–, me son tan necesarios como un espejo. En ellos veo mi mal humor, como las canas cuando me afeito.

La pava comenzó a cantar.

Los chicos abrieron el portón, pasaron frente a la ventana de la cocina y treparon al taller en cuatro saltos.

Saqué mi silla de paja y en un rincón habitual cebé mis mates mirando el río.

Desde aquí se aprecia bien la línea de la costa. Las ramas de los sauces, apenas verdecidas, no llegan a tocar el suelo y forman un marco perfecto para mirar la mañana y la lejanía del agua.

Uno mira, se distrae y siente como si goteara la vida.

En el taller –a muy pocos metros, allí arriba en la casilla–, las zapatillas de Miguel Angel dieron contra una lata. Escucho el ruido, chupo mi mate. Es como si un fantasma transparente de mí mismo entrara sonriendo en el taller.

Susana debe estar sentada derecha en su silla. Tiene las manos quietas y piensa en el trabajo que debe acometer.





Y entretanto, yo, otra vez en mi comienzo, en mi mañana, abandono el río; abro el diario y enciendo un cigarrillo.

El diario, sus telegramas, quieras o no son en mi caso una picana que toca olvidados recuerdos y amargas comprobaciones. El solo nombre de París me altera todo. Vivo, pues –y esto se repite cada día–, un instante descentrado: no estoy donde parece ni alcanzo a estar donde yo quiero.

París se desangra. Esto es brutal y duele como un golpe.

Poco después, me descubro sentado en mi silla de paja.

Ya está la brisa entre los sauces. Luego de algunas horas será sudeste.

Pequeños detalles que me afianzan el día.

Dejo el diario, dejo el mate. Subo al taller.

Son mis manos las que me dan de comer. Y esto puede decirlo sólo un hombre que no tiene un origen proletario.

¡Es tan burgués el hacer hincapié entre las manos y la cabeza!

Cuando un burgués cae –ésa es la palabra histórica– en la artesanía o en el proletariado, como burgués es un desclasado.

Lo compruebo en mí mismo.

Hace tres años que he renegado del periodismo. Hoy –aunque un poco literariamente– me enorgullezco del humilde oficio que practico. No sé bien si corresponde llamarme fundidor o cincelador. Utilizo ambos procedimientos para crear pequeñas figuras de metal que luego se pulen y se pintan.

Mis clientes son coleccionistas y anticuarios.

Es común en mis noches de ribera regocijarme con la minúscula historia de mi taller artesano. Parece una adaptación escolar de la historia del hombre primitivo: torpezas, asombros, descubrimientos. Un lento derrotar pequeños contratiempos. Una lucha silenciosa y vergonzante contra la propia ignorancia, alentada por el afán de bastarse a sí mismo.

–¡Inconcebible, ridículo! –comentaba un amigo–. En esta época, en este Buenos Aires, un hombre solitario inventando un oficio...

Es evidente: desde cierto punto de vista, todo mi taller es absurdo. Pero ser un pobre aprendiz frente a sí mismo, monologarse lecciones noche tras noche y llegar por fin a ser dueño de las propias manos, lograr lo que uno quería de sus dedos, es tan dulce como un cuento para niños donde todo es simple, doloroso y bueno.

–Es como si vivieras desconectado de todo.

–Es verdad. A veces pienso que no vivo.

No puedo compararme sino con lo que fui. Viví en Europa, fui periodista. Vestí bien, comí mejor, anduve los bulevares, estuve entre la gente, en un mundo caliente y terrible.

Hoy soy un hombre de la ribera que se arremanga los pantalones para no embarrarse las bocamangas.

Soy más feliz. Puedo, al menos, llegar a ser más feliz. Reconozco, sin embargo, que hasta la más completa paz que llegue a brindarme esta existencia tendrá un perfume casi desvanecido de desastre.

Porque los sauces, el río, el cielo, el solitario ajetreo de mis manos, no bastan para darme el sentido del hombre.

Miguel Ángel ha estado pereceando. Lo adivino en el apresuramiento con que toma una lima y un particular encogimiento de su espalda, gesto automático de quien se siente en culpa.

Además, desde hace días yo también observo lo que distrae al chico: un hornero se ha puesto a construir su nido en el árbol seco que se ve desde su ventana.

Pero está mal, me digo, que el trabajo se atrase; es justo que me irrite. Y al calificarme de justo me doy el derecho de ser cruel.

Susana ve que su hermano no hace nada, pero es incapaz de hacerle la mínima observación. Ese deber corresponde a su patrón.

Me detengo ante la mesa del chico, le pongo una figura en la mano y le digo:

–Vamos, a trabajar, rápido... –y lo zamarreo cariñosamente.

Voy hasta el otro extremo de la habitación, donde pinta Susana.

Resulta extraordinario que esta casilla de cuatro por cuatro nos brinde un taller tan amplio. Tal vez se debe a que tiene tres ventanas y una puerta con vidrios, o a la disposición de las mesas, una contra cada pared. Los tres nos damos las espaldas y, cuando hablamos, las voces suenan lejanas.

Alguna vez sucedió que, ante la inminencia de una tormenta, cada cual ha opinado de acuerdo con la visión de su ventana. Un cielo distinto. Para mí “las nubes van”, para Susana “vienen”.

Es raro que nos levantemos en las horas de trabajo, nuestro oficio no reclama trajines y sí, en cambio, una quieta y permanente atención. El trabajo nos atrapa, las horas se van rápidamente, y al terminar la jornada, uno comprende con asombro y tristeza que se ha perdido un pedazo de vida en un mecánico esfuerzo manual.

Por eso somos distintos al comenzar el día. Y por eso nos parecemos tanto cuando nos despedimos.

Pero Miguel Ángel es muy joven. Sólo tiene trece años y no participa íntegramente del clima del taller. El tiene una vida aparte con su sauce seco, su hornero, sus travesuras y sus modorras de muchacho; Susana, en cambio, deja su personalidad en cada objeto que toca y recibe a su vez, espesamente, el silencio del taller. Su adolescencia sin pasado se entrelaza en nuestras horas. Es que tiene un espíritu fácil a la vida, de esos que no clasifican ni pesan los actos. Para ella todo parece ser importante, y trata de hacerlo todo bien. Con sus largos silencios habituales nos ha hecho silenciosos a nosotros. Ella dice lo contrario, que ha sido la casilla, el trabajo, lo que apagó su voz.

Susana es severa en su oficio. Cuando yerra levanta la cabeza, suspira y sin una sola observación borra la pintura para comenzar de nuevo.

Yo podría decir sin mirarla si está conforme o no con cada pincelada.

Conozco los crujidos de su silla y, cuando se recoge el pelo con un gesto de muchacho, siento en el aire que ha levantado la mano.

Es que el taller se ha vuelto demasiado íntimo. Y eso pese al deseo que tuve alguna vez de hacer de mi trabajo una ocupación mecánica y anónima. Pensaba que era bueno trabajar sin entregarse, sin gastarse, sin poner el corazón, la alegría, la vida de uno, en fin. Porque los resultados no lo merecen. Nuestras figuritas no son más que tantos adornos de salón que sobran en este mundo donde tantas cosas faltan.

Pero no está en mi carácter lograr esa indiferencia. Y menos aún cuando como ayudante tengo a esta muchacha que aprecia tanto su trabajo y que me empuja, con buenos adjetivos, a que me esmere y logre lo mejor.

Y bien. No debe uno empecinarse cuando la vida impone toda su fuerza.

Tal vez no estoy maduro para vivir sin secretos; tal vez yo necesito, como un chico el calor de la escuela, este misterio de artesano medieval; tal vez, me digo por fin, sólo sirvo para esto y nada más.

La ventana de Susana es la más verde de todas. Cuando llegue el verano, las hojas de los sauces llegarán hasta su mesa y sus pinceles. Sobre ese verde exuberante, Susana recorta de espaldas su figura: una nuca delgada, larga, conmovedora, los hombros anchos pero un poco tristes.

Se sienta erguida en su silla de paja y trabaja con elegancia, sin despegar los codos del cuerpo. Sus movimientos son suaves, controlados.

Cuando esta chica tiemble, será como si toda la vida temblara.

–¿Está bien así? –pregunta sin volverse, adivinando mi presencia a sus espaldas.

–¿Qué?

–Esto... –insiste, señalando un detalle en el grabado y alza la figura que lo copia. Se trata de un complicado vendedor de velas que litografió Bacle. Los ponchos se superponen en los hombros del mulato.

Explico como puedo el porqué de la vestimenta con el fin de descubrirle la ubicación de los colores. Me escucha con el pincel en alto, en absoluta inmovilidad.

–¿Comprendés?

–Sí –responde. Y su larga mano desciende lentamente como si fuera a desplomarse muerta sobre la mesa.

En mi banco se amontona bastante trabajo atrasado. Me siento decidido y tomo las herramientas. La mesa es todo un mundo de buriles, cortaplumas, pinzas y limas. Las figuras comenzadas parecen esperar mi intervención. Como iniciando el ensayo de una comedia, tomo una, la reviso y por fin comienzo a trabajarla.

–¡Qué linda va a ser esa figura! –dice Susana, desde su distancia. Yo sé que se refiere a esta pieza que tengo en las manos.

Su observación me interrumpe.

Miro por mi ventana. Recuerdo la mañana en que estos dos chicos llegaron por primera vez a casa. Susana vestía la misma pollera que ahora tiene, y tal vez la misma blusa de muchacho.

Me pareció frágil aquel día. Y no lo es. Entonces no la encontré bonita. Ahora me atrae hasta su nariz filosa y osada.

–¡Ya terminé! –exclama Miguel Ángel, con ese tonito de mal alumno que quiere hacer rabiar a la maestra.

Estoy distraído. Trato de recordar por qué me impresionaron los ojos de la muchacha.

–¿Qué hago? –insiste el chico.

–Limpiá la figura. Buscá el ácido –respondo malhumorado.

Arrastra la silla. Camina y el suelo vibra. Otra vez la sensación de barco. Hoy, desde temprano vivo un mar. Pero mi mano derecha empuña el buril y me obliga a retornar a mi mesa.

Nono. Sí, es Nono que llega de visita.

Se ha quejado el portoncito de alambre. El perro ha lanzado dos ladridos desganados. Estiro el cuello y veo al amigo, al pie de un sauce. Acaricia al cuzco y mira mi ventana. Lo saludo con la mano.

–Esperá, Nono, ya bajo –digo, aunque sé que no me oye.

No trabajaré más esta mañana.

Miguel Ángel se mueve en su silla. El tampoco hará nada más.

Susana, como si no me hubiera oído.

Mientras bajo la temblona escalera, Nono me observa silencioso. Recién cuando toco tierra, dice:

–¡Buenos días! –y me tiende la mano como si hiciera días que no nos vemos.

Pero Nono es vecino cercano y su alto corpachón pasa frente a mi casa varias veces por día. Para Nono, un encuentro es cosa de la casualidad y una visita, en cambio, es una evidente manifestación de su deseo de verme. Las visitas, y más aún éstas de mañana, tienen su ceremonia.

–No me ha llegado el material –explica–, y aprovecho el rato para verte.

–Me alegro; tomaremos un traguito de vino.

Yo voy hacia los hombres como quien visita un nuevo paraje. Me gusta, necesito el paisaje de almas distintas, y si fuera pintor haría cuadros monumentales con sus historias. Al fin y al cabo, todo lo que a uno “le ha sucedido” no es más que el moblaje que llena ese hueco que es la existencia.

Nono es de otro mundo que el mío. Estoy en viaje, lejos del taller, de sus figuras. Casi podría decir que los chicos son un recuerdo, aunque estén a dos segundos de distancia.

Entro en mi pieza y traigo dos sillas y una botella de vino. Ceremoniosamente nos sentamos frente a frente, bajo los sauces.

Cuando sirvo en los vasos, Nono escarba en el bolsillo y me entrega un buen pedazo de queso.

Mientras masticamos nos miramos seriamente. Y casi al mismo tiempo comentamos:

–Muy bueno, excelente.

Ahora bebemos un buen trago.

–Pasable...

Es una costumbre peculiar, una especie de rito en nuestros convites.

Hincamos la atención en estos pequeños “vívires humanos” y comentamos y juzgamos todo cuanto bebemos y comemos. Cumplido el hecho, es raro que volvamos sobre el tema a no ser que merezca una comparación. “Tan bueno como el de aquel día.” Pero generalmente no llegamos a tanto. El vientre no merece más de lo que da.

Tenemos el río allí no más, a cincuenta metros. Y sobre el río el cielo amplio, dueño del tiempo. Y decimos algunas cosas simples como quien tira piedras al espacio inmenso.

–¿Cómo marcha tu obra?

Nono es maestro albañil, especie de constructor.

–Adelantando... de a poco.

Ya lo sé. No podría ser de otra manera. Pero no puedo ahorrarme la pregunta.

–¿Y el taller? –dice a su vez.

–Andando.

–¿Los chicos?

–Trabajando.

Nono asiente con severos movimientos de cabeza. Sus ojos, hasta ahora, no se han detenido en los míos. Pero de pronto alza la cara y todos sus rasgos resaltan como inmovilizados en un retrato. Su gran nariz, sus ojitos azules, su boca débil.

–Ayer estuve en Barracas.

Esto ya no forma parte del preámbulo. Nono tiene algo que decirme. Hablará él, desplegará su paisaje. Me aflojo en la silla y aguardo. Como si se oscureciera el cine.

Los sauces hamacan el aire que respiramos.

Susana ha abierto su ventana y su blusa florece en el desgastado color de la casilla.

El río, allí no más, ha de estar maravilloso.

Nono habla.

Y entre distraído y atento, yendo y viniendo con sus palabras, voy y vuelvo por una pequeña aldea italiana que en estos días vive la totalidad de la guerra, con bombas y hazañas de guerrilleros.





Maravillas

Era un hombre simple, tímido, irresoluto, y bastaba verlo para saber que tenía un corazón de oro. Pero los empleados del ministerio envidiaban su importantísimo puesto y tejían intrigas, inútiles por lo más, para arrebatarle el favor del Jefe.

Maravillas era el secretario Privado del Primer Ministro, su consejero; su confidente, mejor dicho. Maravillas era la sombra del gran hombre y, cuando aquel lo concurría a su despacho, se pasaba sentado frente a la puerta aguardando.

Su sobrenombre-mote de infancia- explicaba singularmente su destino. Maravillas había sido condiscípulo del dictador y había ganado, en aquellos tiempos, ese aprecio y esa confianza que no habían disminuido ni las separaciones ni los años.

Pero la verdades que Maravillas cumplía su deber como ninguno.

-¡Hombre! -gustaba exclamar el dictador cuando llegaba al ministerio. - ¿Ya estas aquí?¡Vamos! Tenemos mucho trabajo.

Esto significaba que el Jefe desaparecería en su despacho por muchas horas, preservándose de los importunos con unos cerrojos imponentes que al correrse, daban la impresión de la perfecta impunidad.

Dentro del despacho, el Jefe había impuesto su clima violento y grandilocuente. Un salón inmenso cuyos muros de mármol siempre parecían empapados por secretas segregaciones. Ventanales altos, medievales, abiertos con cortinas oscuras y pesadas. Por todo moblaje, fuera de algunas bibliotecas, una inmensa mesa de trabajo, un sillón y una banqueta pequeña con algo de trasto de portería. En esta se sentaba Maravillas cuando el dictador ocupaba su trono.

A ese recinto no llegaba un rumor. En cambio, si una voz fuerte sonaba en sus extremos, retumbaba en ecos sucesivos. Se decía que el Jefe usaba el eco para impresionara los extranjeros, pero lo cierto era que muchas veces, el mismo temblaba al sentir como su voz - ¡tan rica! - se repetía luego cascada y muerta.

-¡Maravillas!¡Los cerrojos!

El secretario tenía orden de revisar las puertas antes de comenzar el trabajo. Y luego hacia la luz, corriendo un poco los cortinones. Mientras tanto el Jefe se acomodaba en el sillón.

Maravillas cumplía la tarea con pasos menudos y tranquilos. Esa paz que respiraba el servidor era como un sedante para los nervios del Ministro. Porque, a pesar de llevar años en el poder, nunca podía alejar de sí el temor de que algún intruso lo estuviera espiando. Maravillas se acercaba a la mesa y el dictador sonreía.

-¡Comencemos!

"Comencemos...", decía el eco. Y se iniciaba ese juego misterioso que absorbía por iguala Jefe y empleado.
Sobre aquella inmensa mesa yacían unas cincuenta madejas de hilo, todas anudadas y retorcidas. En parte, los hilos caían al pie de la mesa formando como un signo de cábala sobre la alfombra roja y dorada. Los extremos de la inverosímil madeja pasaban sobre el escritorio y caían a su vez a espalda del sillón.

Esa absurda confusión de hilos, ovillos y madejas encerraba el destino de un Estado.

Cuando el Jefe daba la voz, Maravillas estaba de pie. Sus ojos azules permanecían clavados en las manos del dictador mientras este, con un cierto temblor, comenzaba a tirar simultáneamente de muchos cabos.

Las madejas cobraban unos movimientos de serpiente y, poco a poco, dejaban pasar los hilos. El Jefe empezaba actuando con suavidad, pero pronto alcanzaba un movimiento rítmico y audaz.

-¡Maravillas!-gritaba el Jefe angustiado. -¡Cuidado! ¡Los ingleses!

Y nadie hubiese sospechado tanta agilidad en aquel hombre servil y tranquilo. Con toda rapidez se lanzaba sobre la mesa y con dedos febriles solucionaba algún enredo entre los ovillos. Durante un segundo, ambos hombres vivían un tiempo largo como un siglo. Pero cuando el Jefe comprobaba que todo seguía bien, suspiraba desahogándose, y Maravillas, lleno de felicidad, se sentaba a descansar en su banqueta.

Como las interrupciones no eran frecuentes, el secretario solía abandonarse a pensamientos queridos. Pensaba en su mujer, en su adorable bomboncito. Maravillas tenía por esposa a una paloma de campo, arrulladora, hacendosa y limpia, y el amor desbordaba en su hogar. Además, se admiraban mutuamente y sus conversaciones siempre asumían ese tono de alabanza que hace tan felices a las mujeres y a los hombres.

-¡Como has hecho mujercita, para lograr ese budín? ¡Parece la cúpula de la catedral!

La esposa sonreía modestamente.

-Agua y harina, fuego lento y nada más. ¿Cómo puedes asombrarte de esta tontería, tú, que cumples el trabajo más difícil del mundo?

Y ahora Maravillas sonreía. -Mi empleo es sencillo, mujercita.

Pero la mujer, con los ojos brillantes de emoción, arrimaba su silla insistiendo:

-Dime, ¿cómo haces para conocer por su nombre a los hilos?

Maravillas demoraba en explicarse. El asombro de su esposa planteaba otro asombro en su corazón.

-No sé -respondía por fin-.

Yo adivino todo en los ojos de Su Excelencia... Cuando estoy solo no sé nada... Sírveme otra tajada del budín... Pero, ¿cómo has hecho para que suba tanto?

A esta altura de sus sueños -porque todo era recuerdo del empleado- el Jefe lo palmeaba.

-Hemos terminado por hoy, Maravillas.

Y como siempre se levantaba satisfecho, una vez le preguntó de pronto, conmovido por la eficacia del secretario:

-¿Cuándo vas a tener un hijo, Maravillas?
-¡Oh! ¡Jefe!¡Usted adivina! Dentro de tres meses. Paloma esta embarazada.
-Seré su padrino- dijo el Ministro- Y el darás mi nombre de batalla: ¡Petrus!

Maravillas le toma la mana y la besa. El superior 10 deja hacer, sonriendo.

Transcurrieron los tres meses señalados. Paloma paría un chiquitín robusto y Maravillas pudo llevar en brazos a su heredero.

-¡Ya nació Petrus, Excelencia! -dijo feliz cuando llegó al despacho.

Pero el dictador pareció no oírlo. Últimamente, los negocios no marchaban. Las gentes andaban sublevadas y cada telegrama que llegaba al palacio anunciaba una revuelta, muchas muertes y, lo que es peor, que no se podía hacer nada.

-¡Excelencia! ¡Nació Petrus!
-¡Ah! - dijo por fin. - ¿Tu hijo? ¡No digas!
-Paloma está feliz, Excelencia, y lo espera.
-Pues iré a tu casa muy pronto. ¡Dile que atienda a que no me mee cuando vaya!

Rió de su broma y la tos lo atragantó. Maravillas se apartó respetuosamente y corrió los cerrojos.

-¿Y qué vamos a hacer con tu hijo? -dijo el dictador reponiéndose.
-¡Excelencia, será un buen campesino!
-¡No, hombre!¿Qué estás diciendo? Tu hijo vendrá a palacio a reemplazarte cuando tú estés viejo. Y vendrá para ayudar a mi hijo cuando yo este muerto.

Maravillas no respondió. -¡Comencemos!

Y otra vez se inició el juego misterioso. Los hilos corrieron sobre la mesa en tanto el secretario permanecía atento a la voz del superior. Todo andaba bien.

Maravillas entrecerró los ojos y pensó en su mujer, en su casa y en Petrus, el heredero. Paloma, el budín y las catedrales. Sonrió en sus sueños. Y de pronto, sin tener dominio sobre su voz, sintió que decía:

-¡Excelencia¡¿Porqué no ha de ser campesino?

El Jefe saltó en el asiento.

-¿Cómo?

Era la primera vez en su vida que el empleado lo interrumpía en el trabajo.

-¡Maravillas!-dijo secamente. Pero después fue un grito: -¡Maravillas!¡Las colonias!

Maravillas pensaba en Petrus.

-¡Las colonias! ¡Los empréstitos! ¡El inglés! ¡No oyes?

Maravillas se lanzó sobre la mesa, aturdido, desesperado. Metió la mano entre los hilos y confundió aun más las madejas.

-¡El inglés!-gritó el dictador, ya ronco. Y cerró los ojos.

Cuando el secretario recobró su voluntad, miró al Jefe y no vio nada.

-¡Excelencia!¡Los ojos!

Pero el dictador daba manotones furiosos y los hilos le subían por el pecho como serpientes.-¡Los ojos!

Maravillas corrió hacia las puertas, y no había alcanzado a abrirlas cuando volvió tropezando. Los hilos habían cubierto la cara del Jefe y le envolvían la garganta. Con las manos crispadas, apartó los cabos. Era tarde. El rostro del dictador estaba amoratado y por su nariz corría la sangre.

-¡Jefe! -gritó el pobre hombre, cayendo de rodillas.

Y desde el suelo, advirtió con espanto que los hilos trepaban solos, se enredaban y cubrían el cadáver del gran hombre.

Afuera, pegados a la puerta, los empleados, espantados, escuchaban.


Los amigos

No sé por qué me quieren tanto los amigos... -se preguntaba presuntuosamente el viejo. -Miren que los he usado, manoseado, para decir verdad.
Tenía los ojos tristes, pero la boca sonreía. Clavaba un codo en la mesa y se atusaba el bigote.
-Será... -continuó diciendo mientras encendía un cigarrillo- ¡será por tantos asados que hemos comido juntos!
Bebió, echó humo.
-¡Pero si la carne la ponen ellos! ¡Y el pan! ¡Y el vino!
Miró hacia afuera, tosió con vergüenza, y terminó descubriendo:
-Será, tal vez, porque les presto mi cuchillo.


Hombrecitos

Nosotros llamábamos “el árbol de la punta” a un viejo ciprés que se hacía sitio en el monte. Le venía el sobrenombre de la extraña distribución de sus ramas que, formando una escalera, permitían fácilmente llegar hasta muy arriba. Si embargo, los últimos “escalones” eran difíciles y, a la verdad, ninguno de nosotros los había trepado.
Federico eligió aquella prueba. Al principio, su decisión me alegró porque hasta la fecha teníamos una misma performance de altura. Pero mi hermano era de brazos más largos.
Caminábamos tranquilamente por la calle de eucaliptus. Yo silbaba desafinado y altanero. Federico sonreía divertido.

Llegamos al ciprés de la prueba. Federico, ceremonioso, hizo mil preparativos. Se sacó las sandalias y se ajustó el cinturón. Después, mostrándome un pañuelo, me dijo:
-Vos tenés que bajarme este pañuelo.
-Bueno. ¡Subí! –y en la sangre me latía el coraje.

Empezó a trepar. Desde el suelo seguí con atención sus movimientos. Como conocía las trampas, me repetía cada tanto, para mí: “Lo hago, lo hago, lo hago”.
Y él, calculando distancias, tanteando donde pisaba, iba subiendo cada vez más.
Llegó a la parte difícil. Sus pantalones azules se confundieron con el verde de las hojas. Llamaba la atención su camisa blanca. Me pareció verlo dudar; se detuvo; seguramente pensaba. Me imaginaba su situación y sus esfuerzos, y desde tierra lo  ayudé con el pensamiento, estrujándome las manos. Lo vi subir el pedazo más bravo.

-¡Eh! –me gritó- ¿Es alto?
-Sí –contesté, admirado sin querer.
-¡Subiré más!
-¡Subí! –lo incité, olvidando completamente que estaba haciendo más ardua mi propia prueba.
-Pero vos no vas a poder –me recordó riendo.
-¡Bah!

En realidad, su risa me había llenado de espanto.
Subió un poco más y se perdió entre las ramas. Después de un ratito lo vi descender. Y descendía tranquilo, sonriente:

-No podés, no podés –me repetía mientras bajaba.

Cuando estuvo en el suelo, se limpió las manos y se calzó las sandalias.
Sonreía, me miraba y movía los hombros. Yo, a mi vez, me disponía en silencio. Antes de que él se acordara me había colgado del árbol y encaramado dos metros. Federico, sacudiendo las basuras de su camisa, sonreía ante mi empuje.

Me dejó subir sin hablar. Pasé una rama gruesa que me era conocida porque de ella colgábamos siempre las hamacas. Luego empezaron las más delgadas.
Cuando Federico me vio en el “nudo”, me gritó con un poco de susto:

-¡Che, no te vayas a matar!
-¡No!
Me sentía firme y seguro, pero los brazos me temblaban con el esfuerzo.
Logré dos escalones difíciles. Me agarré bien fuerte de una rama y miré hacia abajo.
-¿Qué hacés? –me preguntó Federico.
No le contesté y mi silencio lo asustó.
-¡Bajá! –me gritó. Tampoco le respondí.

Nada. Vuelta a seguir. Ya distinguía el pañuelo. Mi hermano lo había colgado todo a los largo del brazo para prenderlo bien lejos de mi alcance. Todavía tenía que trepar un metro. El susto me hizo dudar. Volví a mirar al suelo. Federico me llamaba. Trepé sin escucharlo, llegué a la altura necesaria y no supe qué hacer para lograr el pañuelo. Después de pensar febrilmente, me saqué como pude el cinturón. Lo sujeté a la rama y prendiendo mi mano sudada a la correa, me dejé balancear. Oí los gritos de Federico, se me hizo un nudo enorme en el pecho, creí que iba a caer. Pero, mientras tanto, con la punta de los dedos había conseguido tomar el pañuelo. Me largué a llorar.

Mientras descendía por las ramas me estallaban los sollozos. Había olvidado mi triunfo y mi osadía. Lloraba como un desesperado y con las manos sucias me embadurnaba la cara. Cuando toqué tierra Federico me abrazó, también llorando. Y me parece solamente que entonces pude sonreír.





Los jardines de Plácido

Llovía; el agua corría por los grandes ventanales del salón donde Plácido aguardaba. Era un hombre alto, desgarbado, tan humildemente vestido que desentonaba hasta con los muebles, más o menos sencillos.

Transcurrieron tres cuartos de hora y por fin lo hicieron pasar.
El Alcalde no le tendió la mano; Plácido se quedó con el brazo en el aire, triste, más que turbado, porque tenía un alma simple que no entendía de cortesías. Entonces suprimió todo prólogo y dijo de golpe con voz clara:

—Alcalde, quiero una plaza.
—¿Una plaza...? ¿De qué?
—De tierra.

El Alcalde lo observó fijamente con sus ojillos verdes; disimuladamente, corrió sus dedos hacia el timbre. Plácido esperaba, indiferente al silencio que habían provocado sus palabras.

El Secretario acudió presuroso. Cuchichearon rápidamente y el rostro del Alcalde se distendió en una sonrisa. Había temido vérselas con un loco.

—¿De modo... —dijo, apartando a su servidor con un gesto— que quieres una plaza de la ciudad? ¿Una plaza con árboles, con bancos y fuentes?
—Sí, señor.
—¿Y qué vas a hacer en ella?
—Trabajar. Poner plantas. Y cuidarlas... Carpir, regar, podar...
El Alcalde vaciló un segundo apenas; en seguida resolvió, diciendo:
—¡Bien! Te daremos una plaza. Serás el jardinero honorario, el guardián, en fin, lo que quieras. Pero... tendrás que mejorar un poco la presencia.
El extraño postulante sacudió el polvo de sus miserables ropas y bajó los ojos, como avergonzado. Pero por fin sonrió con dulzura y respondió:
—Por las tardes podría vestirme de chaqueta.
—¿Tienes chaqueta?
—Sí, debo tenerla todavía.

El Alcalde lo saludó con un gesto. Plácido se volvió y trabajosamente dio con la puerta de salida.

El astuto Director de Jardines se frotaba las manos satisfecho. Se había librado de una pesadilla cumpliendo, de paso, el absurdo decreto del Alcalde.
Plácido pagaba las consecuencias. El terreno que le habían cedido estaba ubicado en las afueras de la ciudad; era, en realidad, el lugar donde alguna vez debió cumplirse un proyecto postergado que se conservaba bajo el título de Paseo Ribereño del Sur. Como lo decía su nombre, se trataba de la costa del río, tierra gredosa y pobre. Pero Plácido era evidentemente un loco y, además, sólo había pedido tierra. Ahí la tenía.

El Director firmó la resolución y pocos días después tomó su licencia. Todo el mundo oficial olvidó a Plácido, hasta los ordenanzas que habían sido los introductores del postulante.

Pasaron unos tres meses durante los cuales el Alcalde estuvo ocupadísimo con las continuas interpelaciones que le hacía el Consejo. Pero como todas las cosas tienen su fin, un acuerdo político apaciguó los ánimos y el Alcalde dispuso nuevamente de su persona. Y quiso el destino que, apenas tuvo la paz necesaria para pensar tonterías, se le atravesara el recuerdo de Plácido y su notable pedido.

Comenzaba la primavera. La oficina olía a tabaco y humedad. Todo invitaba a salir, y, como el Alcalde acababa de encontrar el pretexto satisfactorio, llamó a su nuevo Secretario y salió en busca de Plácido.

Cuando llegó a la ribera no pudo creer en lo que sus ojos veían. Donde antes sólo existían matorrales y charcas, ahora había árboles, flores, grandes canteros de césped, glorietas y otras maravillas.

—¡Pero, este hombre es un genio! —gritó el Alcalde—. ¡Esto no puede ser! ¡Nadie en el mundo puede hacer otro tanto en tres meses!
Y después de repetir cuantos superlativos conservaba en la memoria, el Alcalde sacudió de un brazo a su Secretario y le preguntó furioso:
—¿Y usted? ¿Cómo no me ha dicho una palabra?
—¡Yo... soy nuevo en el cargo! —se disculpó el empleado. Y era verdad, no hacía siete días que reemplazaba al Secretario anterior—. Y además —continuó— yo he pasado por aquí hace una quincena y no me ha llamado la atención...
—¡Tonto! —rugió el Alcalde y se precipitó fuera del auto. Caminó por el pasto y se detuvo ante una rosa amarilla para olerla embelesado. Luego quedó extático frente a un macizo de lirios. Y después ya no supo qué admirar más y corrió dando saltos.
Entretanto, el Secretario no lograba salir de su estupor. Porque, para él, esta obra estupenda era labor de quince días. ¿O podría habérsele pasado por alto? ¡Imposible! ¡Cuántas veces había estado allí, con su novia! Esto olía a brujería...
Un grito cortó sus meditaciones. El Alcalde lo llamaba. Acudió al trote.
—¿Dónde está Plácido? —le preguntó.
—No sé quién es Plácido, señor.
—¡Es el “dueño” de esta plaza! ¡El santo! ¡El mago!
Y como el Secretario no sabía nada de aquel famoso asunto, el Alcalde hubo de explicarle todo, con lo cual sólo consiguió asombrar más al pobre hombre y terminar de confundirlo. Luego, ambos comenzaron a recorrer el parque dando gritos:
—¡Plácido! ¡Plácido!

Pero no pudieron hallarlo. Más aún, no vieron un alma durante todo el paseo.
Aquellos canteros tan frescos y limpios parecían cuidarse solos, porque en ningún lado encontraron palas o mangueras o carretillas, instrumentos indispensables para el floricultor.

Regresaban ya, rendidos y roncos de tanto gritar, cuando con nuevo asombro descubrieron en el punto de partida a unos diez o quince hombres que afanosamente carpían la tierra.

—¿De dónde salen ustedes? —preguntó violentamente el Alcalde— ¿Dónde estaban?
—Estábamos en el trabajo... —replicaron.
Con distintas voces pueblerinas aclararon que eran vecinos de la ribera y que, luego de terminar cada uno su trabajo particular, acudían al parque para ayudar a Plácido. Pero estos hombres también eran gente sencilla, caracteres simples, más hechos para entenderse con el famoso jardinero que con el Alcalde y su Secretario. Tal vez por eso no se explicaban la excitación del funcionario ni aceptaban sus desmesurados elogios sobre los jardines.
—No es tanto, no es tanto... —decían moviendo las cabezas—. Hay pulgón... hay peste... Las dalias no andan bien...
No mentían. Para ellos el parque estaba lejos de ser lo que debía haber sido.
El Alcalde se indignó ante estas manifestaciones que atribuyó a la ignorancia de sus interlocutores y no quiso perder más tiempo.
—¡Basta! —gritó—. ¡Ustedes no saben lo que dicen! ¡Quiero ver a Plácido!
—Va a ser difícil... —le respondieron a coro.
—¿Dónde está?
—En alguna otra plaza.
—¿Otra plaza?
Aquella tarde iba a ser memorable en la vida del Alcalde. Jamás había experimentado tan contradictorias sensaciones y difícilmente volvería a recibir respuestas más inesperadas.
Según el decir de aquellos hombres simples, Plácido “tenía” muchas plazas como aquélla, pues había repetido su notable solicitud en unos cuantos pueblos de la provincia.
—Pero... —gimió el Alcalde— entonces, ¿quién ha hecho esto?
—Y... —los hombres se miraron entre sí—. Esto lo hacemos nosotros, siguiendo las indicaciones de Plácido.

El Alcalde ya no pudo con sus nervios. Dio unas patadas en el suelo y, con los ojos llenos de lágrimas, corrió a esconderse en el auto. El Secretario, después de bambolearse unos segundos, lo siguió tropezando.
Los ayudantes de Plácido comentaron tan absurda retirada. Para unos, el Alcalde estaba enfermo. Para otros, el Secretario se había dormido parado. Pero como la tarde corría y había que terminar con aquel cantero, todos a un tiempo levantaron las azadas.

En toda esta curiosa historia de Plácido hay varios detalles muy extraños. El primero es ese del efecto que hizo en los funcionarios la belleza del Parque Ribereño. Es evidente que tanto el Alcalde como su Secretario (y todos los funcionarios que concurrieron posteriormente) veían el parque con ojos muy diferentes de aquellos con que lo veían los ayudantes de Plácido y demás gente del pueblo. Algo así como si la función pública hubiera transformado o alterado su visión de las cosas hasta el punto de encontrar maravillosa la efectiva pero simple labor de unos cuantos hombres. Este misterio resulta más notable en el caso del nuevo Secretario que, apenas se hace cargo del puesto, ya desconoce el paseo recorrido pocos días atrás.
Otro detalle curioso es el que nos plantea Plácido al repetir en distintos pueblos sus notables solicitudes. Pero el más chocante de todos es el de la desaparición de Plácido. Efectivamente, nunca, a pesar de todos los empeños oficiales, se pudo dar con el ilustre jardinero.

Para terminar esta historia. yo, que soy hombre de pueblo, he visitado algunos de los jardines creados por Plácido. Son hermosos, sí, pero mucho más hermoso es el hecho de que los hayan realizado los vecinos.


La ley de alquileres

Había tenido una vida fácil porque sus ambiciones y sus gustos no llegaban a sobrepasar exageradamente sus posibilidades. Ganaba un sueldo mediano en una compañía exportadora y su mujer otro mucho más modesto en una escuela del Estado. Con eso vivían, iban al cine, compraban sus ropas a crédito y, cada dos años, veraneaban quince días en Mar del Plata. Con eso y algo más: la Ley de Alquileres. Porque la relativa holganza de sus vidas la debían a una buena salud de la pareja (¡los remedios salen una fortuna!) y al risible alquiler que pagaban por el departamento.

Aquella ley les había caído del cielo al poco tiempo de casarse. En aquel entonces, él aún tenía esperanzas de progresar económicamente y con un poco de audacia y mucha fatuidad resolvió alquilar un departamento que hasta resultó demasiado lujoso para una pareja de recién casados.

Al poco tiempo, algunas contrariedades en la oficina y el aumento del costo de vida lo hicieron arrepentirse de su optimismo. Pensó en mudarse a una vivienda más modesta. Pero la aparición de la ley y la obligada rebaja que ésta impuso, cambiaron el panorama.
Luego, los años continuaron favoreciéndole. Al cabo de una década, su departamento parecía lujoso y la suma que pagaban por su alquiler, una cosa ridícula.

Él gozaba con esta situación. Es más, era el único goce auténtico que tenía, porque en los otros aspectos de su vida la suerte no lo había ayudado. Había perdido el pelo prematuramente y su mujer, a raíz de ciertas fallas glandulares, engordó desproporcionadamente.

Los negocios, por otra parte, no habían adelantado en ningún sentido. Pero en cambio, las dificultades de la época, el transporte, la carestía, el clima político, acabaron con los simples placeres de la pareja y convirtieron su existencia en una serie de horas tristes y monótonas.

Pero estaba la Ley de Alquileres. Y ésa era su revancha.

Le gustaba invitar amigos a su casa. Tenía espacio de sobra. Podían jugar al póquer en el living mientras las mujeres chismorreaban en el “cuarto de vestir” (un segundo dormitorio destinado al hijo que nunca llegó). Y podían seguir jugando mientras las mujeres ponían la mesa porque el living era enorme, tan enorme que los amigos siempre repetían una misma pregunta asombrada:
—Pero, ¿cuánto pagás por todo esto?
Y entonces, con una satisfacción casi sexual, él respondía:
—¡Caéte! ¡Cien pesos!
Las exclamaciones admiradas de sus invitados le sonaban como aplausos. Se revolvía en su asiento, guiñaba los ojos y sacudía la cabeza sobradoramente.
Es que la Ley de Alquileres era ya una cosa suya y en cierta forma la sentía obra personal, como un triunfo logrado por su esfuerzo y su talento.
Horas después recordaba la escena con su mujer.
—¿Notaste la cara que puso Fulano?
—¿Y su mujer?
Reían como locos. Pero, luego, piadosamente, agregaban:
—¡Qué envidia, los pobres!
—Y bueno, che... ¡Qué vas a hacer!
Ya en la cama, en el silencio grave del departamento, el hombre reía una vez más para sí.
—¡Basta, che! —decía su mujer. Y a su vez, se echaba a reír.
Se dormían felices. Y él roncaba silbando.

La caída de Perón lo sorprendió agradablemente. Pocos días antes, en la oficina, le habían confiado una comisión extraordinaria y con tal motivo había tenido un entredicho con el delegado del sindicato. Los sucesos le ofrecían un desquite mezquino, de modo que fue de los primeros en abandonar el escritorio para salir a la calle gritando:
—¡Libertad, libertad!
Ya en su casa, tomando un vino de marca al que no estaba habituado, comentaba con su mujer las novedades y terminaba con aquellas palabras tan oídas:
—Ahora vas a ver. Me las van a pagar.

No se refería concretamente a tal o cual persona. Pero su obtuso cerebro adivinaba la formación de un clima de venganza, donde todos sus pequeños odios y frustraciones iban a tener una suerte de satisfacción. Por un tiempo se olvidó de la Ley de Alquileres. Los comentarios cotidianos y la exaltación de las crónicas periodísticas le dieron tema para muchos pensamientos. A veces, con una exageración que antes no tenía, hablaba de “fusilar a los traidores” y otras de limpiar al país de “tanto negro”. Y todavía le duraba la euforia cuando un día, al abrir el diario de la tarde, se enteró de que estaban por modificar la Ley de Alquileres.

El golpe fue brutal. Un palo en la cabeza. Casi se descompuso en el subterráneo. La noticia le revolvió las tripas. Y toda su nueva personalidad de ciudadano democrático y defensor de libertades se vino al suelo estrepitosamente.

Cuando llegó a su casa, temblaba. Su mujer se asustó y lo llevó a la cama. Él la dejó hacer, pero cuando estuvo entre las sábanas, tuvo un ataque de rabia y a patadas apartó las cobijas y se puso a gritar.
Recién al rato, entre lágrimas de su mujer, consiguió hablar coordinadamente y explicar lo que sucedía.
—¡Nos revienta! ¿Comprendés? —gritó después de darle a leer el diario—. ¡El dueño se vengará de nosotros! ¡Nos echarán a la calle! Y...

La furia le impidió continuar. Cayó en la cama y se puso a llorar.
La mujer lo atendió como pudo. Le dio una aspirina y corrió a prepararle un tesito de tilo. Y ya en la cocina, mientras esperaba que hirviera el agua, se dijo, con mucho tino, que los hechos no eran tan graves. No podía ser semejante cosa. Si los temores de su marido se cumplían, medio país iba a quedar sin vivienda. No podía ser...
Y repitiéndose estos conceptos llevó el té a su marido. Y pretendió hacerlo entrar en razón.

Entonces fue la locura.

El hombre le tiró el té por la cabeza y gritó como un energúmeno.
—¡Pero pedazo de idiota! ¿No comprendés? ¡Es la venganza de la oligarquía! ¡Es el golpe mortal a los trabajadores! ¡Es la miseria! Es...
Siguió gritando. Y sin darse cuenta hizo la más grotesca y exaltada defensa del acabado régimen peronista.

A partir de ese día la vida del hombre sufrió una total transformación. Ya no fue un ciudadano democrático, ni un revanchista, ni nada. Fue un pobre infeliz, una rata aterrorizada que cada tanto chillaba histéricamente defendiendo actitudes incomprensibles y pontificando sobre la vida del pueblo. Porque odiaba a los “libertadores” pero los temía. Y en cuanto al peronismo, adivinaba que había terminado como etapa histórica y que era al “cuete” añorar el tiempo ido.

La angustia desvió su vida por caminos inusitados. Primero lo apartó de los amigos, en los que creyó adivinar un goce por su desgracia. Después lo enfermó del hígado. Y por último, como una consecuencia de la mala salud y soledad, le dio por las preocupaciones sociales.

Su único confidente era su mujer, pero como ella no lo seguía en sus razonamientos era común que pelearan.
—¡Sos una bestia! ¡No entendés! —le gritaba.
Y cuando ella aceptaba el hecho llorando, él proseguía:
—El país vive la crisis más grande de su historia... Pero el pueblo se levantará defendiendo sus conquistas... Y llegará el día en que el gobierno sea nuestro... Y... Y...
Y siempre terminaba con la afirmación rotunda de que “nadie iba a echarlo de su casa”. Hablaba de tiros y de horcas y por fin bebía abundantemente el vino que le servía su mujer con tal de apagar su desesperación.

Pero fue más lejos: llegó hasta conversar con un comunista y de las claras y tranquilas explicaciones que le dieron, sacó en conclusión que el departamento era suyo y que nadie tenía derecho a sacárselo. Pero se le quedaron pegadas algunas frases del camarada y las repitió intuyendo que “ayudaban a su causa”.

Y entonces, por primera vez habló del monstruoso problema de las villas miserias, de la situación de la clase obrera, del drama de la juventud. Y se pareció a esos apóstoles podridos de madera tallada, que ilustran las capillas coloniales del Paraguay.

Se convirtió en un asco. Un recipiente que contenía lo más inmundo de un egoísta.
Compró diarios opositores. Leyó las leyes que voceaban en Florida. Husmeó buscando una salida. Hizo de todo: mintió, simuló, rogó. Y rompió lo único bueno que había tenido en su vida: la amistad de su mujer.
En el empleo, lo dejaban vivir.
Y los porteños, generosos como son, le perdonaban sus extravíos.

Termino esta historia y aún no se conoce la reglamentación de la Nueva Ley de Alquileres. No sé qué va a pasar con nuestro personaje y su lujoso departamento. ¡Pero de cualquier modo, si lo echan que reviente!


 Néstor Tkaczek  lo define al autor de esta manera: Tiene orejas grandes y el pelo renegrido peinado hacia atrás formándole dos o tres ondas antes de llegar al punto superior de la cabeza, apenas sonríe y en esa mueca se marca la dureza de un rostro veteado de arrugas que el sol, los oficios y el tiempo cincelaron. Se llama Enrique Wernicke y siempre me he observado con atención una de las escasas fotos que se le conocen.
Si la literatura argentina es también los nombres que calla, uno de los "ilustres" silenciados es Wernicke.
A diferencia de escritores como Carver o Castillo, jamás hizo un mea culpa sobre la bebida, precisamente porque jamás dejó de beber. Lo que sí dejó al morir en 1968 fue un diario cercano a las 1.500 páginas, al que bautizó Melpómene, en homenaje a la musa de la tragedia. Allí desnuda sus frustraciones y su oficio de escritor. De estas páginas apenas se conocen fragmentos y que todavía esperan para su publicación.
Escritor de culto, Wernicke es sin dudas uno de los maestros del cuento en español. "Los que se van", relato que le da título a uno de sus libros más importantes es una cabal muestra de la maestría de este escritor enrolado en el Partido Comunista y luego expulsado por rebelde y crítico.
Mientras el resto de los escritores de su generación y su ideología andaban por el realismo socialista, él construía una estética especial basada en el laconismo y la omisión, en la perfección formal y en la cotidianidad de los márgenes; una estética muy similar a lo que décadas después se llamará minimalismo y que los yankees adjudican a Carver.
Hay en Wernicke una fobia y huida de los circuitos de prestigio cultural, su reclusión en la ribera, su carácter hosco tienden a cimentar su fama de lobo solitario.
Sin embargo los pocos amigos del autor de "La ribera" señalan su culto por la amistad, el alcohol y la literatura.
Como alguno de sus personajes, Wernicke se ubica en los bordes. En su narrativa hay una elección deliberada de los márgenes.
El lugar en los cuentos de Enrique Wernicke suele tener importancia determinante, suele ser agrario o se sitúa en los límites de la ciudad o en los pueblos de la zona campesina. Entre calles y boliches se mueven sus personajes, tan marcados por lo extraño como por lo cotidiano.
Sus temas clásicos son el campo, la ribera, los perdedores que comparten ese espacio con los fracasados y pequeños rufianes de la pequeña burguesía envueltos en un humor ácido y corrosivo.
Enrique Wernicke ha influido en la forma de contar, en los temas de varios autores consagrados argentinos.
Sin embargo su obra sigue siendo poco conocida por los lectores argentinos, ya va siendo tiempo de hacer justicia literaria con un narrador riguroso y brillante y de una ética inquebrantable.







Entre La ribera y Sudeste

La ribera fue publicada en 1955, pero las acciones suceden hacia1945, en las postrimerías de la segunda guerra mundial y los orígenes del peronismo.

Narra la historia de Eduardo – uno de los personajes más autobiográficos de Wernicke. Eduardo renuncia a su vida burguesa: fue periodista, corresponsal en España y en Francia del diario Crítica. Y decide asentarse en la ribera del río, en una localidad de la provincia de Buenos Aires. La renuncia no implica, solamente, dejar de ser periodista y dedicarse, ahora, a la fabricación de soldaditos de plomo (junto a dos muchachitos de la zona, Susana y Miguel Angel, que lo ayudarán en el trabajo y en el ordenamiento de la vida cotidiana); la renuncia implica también la negación de su vida pasada: una mujer, un hijo al que no quiere. La renuncia, lo transforma en un “desclasado”. Pero este corrimiento hacia el margen, esconde un cansancio existencial: Eduardo sentía asco “de la vida que llevaba, de los ambientes que frecuentaba, del trabajo periodístico”. La renuncia a la vida burguesa, también, es una renuncia a la imposibilidad de participar, como sujeto, en un proyecto colectivo. La experiencia de la prisión que Eduardo debe sufrir, por haber ayudado a un obrero comunista, le confirma su imposibilidad de luchar como parte de una “conciencia compartida”. Los envidia, admira esa capacidad, pero siente su impotencia. Su vida, se ha vuelto un bote podrido: “Mi bote ( mi viejo bote podrido) se mantiene en una calma desolada y no se arrima a la costa”.

Sudeste, después de ganar el premio Fabril, se publica en 1962, siete años después de La ribera. Es la primera novela de Haroldo Conti, y cuenta la vida del Boga, un muchacho pobre, que vive en el río, y trabaja en la cosecha del junco. Trabajaba para el Viejo, pero un año el Viejo se enferma, y lo llevan a la fuerza, contra su voluntad al hospital de San Fernando. El Viejo hubiese querido morir en su ley: en el río. Pero muere atrapado, en una cama de hospital. Desde la muerte del Viejo hasta el hallazgo del barco abandonado, el Boga se lanza al río. Solo. Su bote podrido, el primus, y unas pocas cosas. Es aquí donde la novela cobra una fuerza estilística, de clima, fundamental; es lo que hace de la pluma de Conti algo imborrable: en este tramo la respiración del texto, es el ritmo del río: entonces, como dice Peverelli, lo que Conti crea, igual que Pavese, es un clima, una atmósfera. Se pone a narrar, ahí donde otros callan. Conti se pone a narrar dándole poesía al vacío del silencio. Y, con la respiración del río, el relato se nos va metiendo adentro; asentándose, de a poco, como el barro en la orilla.

El río se presenta en ambos libros, como un personaje más. En principio, ese lomo manso y quieto, se vuelve un espacio a contemplar, y va cobrando, progresivamente, una película utópica. Eduardo sale al patio, se sienta bajo el sauce a tomar mate, y mirando el río piensa. Miguel Ángel se escapa de su trabajo, para ir al río: “Miguel Ángel tiene su mundo, el auténtico, donde todo es libertad, capricho, instinto. Para ese mundo reserva sus sentidos despiertos y está dispuesto a correr tras la primera cosa que llame su atención: el aletear de un pájaro, un rincón sombrío, el husmear de su perro, o simplemente la huella fresca de unos pies en la playa… La vida, para él, no está en estas cosas (en el taller de soldaditos de plomo). La vida está en el aire, se respira”. Para el Boga, también, el río se disfraza de esperanza. Detrás de tantos ríos, algo lo espera: “de manera que terminó y partió, como si con partir, al mismo tiempo, de alguna extraña manera, comenzase también su barco. Como si detrás de todos esos ríos que pensaba recorrer lo aguardase su barco y no hubiese forma de llegar a él sino a través de todo eso”.

Se planteó, anteriormente, que las obras de estos dos autores iban, de algún modo, en un sentido inverso. En estos libros, en particular, se entrecruza algo parecido: pero el recorrido inverso, está relacionado con la caída y con el tener. La renuncia de Eduardo tiene un sentido absoluto: la claudicación tajante clausura el futuro: así se entiende el trágico destino de la muchacha Susana y su embarazo. La caída del intelectual, burgués, hacia la ribera, adquiere las características de una “caída” existencial. Eduardo muere cuatro años después de la tragedia de Susana, consumido por el alcohol.

Representando, quizá, esa diferencia medular, de clase, que los separa a Eduardo del Boga, aparece la voz narrativa. Eduardo narra, en primera persona, a La ribera. Y su amigo Julio Martínez es quien publica, bajo el nombre de La ribera, el diario de Eduardo, después de su muerte. El Boga, en cambio, es narrado. El Boga sucede, como el río: como la vida, dice Conti. El Boga es, hasta la aparición del Aleluya, el río. El recorrido inverso, está marcado por el origen del “tener”. Mientras Eduardo cae en un bote podrido: su vida se ha convertido en un bote podrido; el Boga sueña, desde un bote podrido, con “tener” un barco:

“A medida que adelantaba en el bote le fue entrando el deseo de construirse allí mismo, algún día, un verdadero barco. Al principio fue una simple ocurrencia, pero luego le pareció que estaba perdiendo el tiempo y que en toda su vida no había querido hacer otra cosa. Esto de ahora más bien lo detenía, era una excusa, un burdo simulacro. Por último comenzó a fastidiarse de este trabajo y su ansiedad por un barco se confundió con su ansiedad por partir. Todo era una misma y única cosa.”

Como se dijo, es el río – como esa forma de la esperanza – quién se lo puede dar. Es el río, quien en verdad se lo presenta, un día, de pronto al barco abandonado: se llama Aleluya. El camino del “tener” lo va sacando, lentamente, del río, lo va integrando con lo más bajo de la sociedad. Contrabandistas, idiotas, traficantes. En ese camino del “tener” el Boga deja su “estado de naturaleza” para entrar en una lucha social que lo llevará a la muerte.

El río, por fin, se desnuda tal cual es: desembarazándose de esa película utópica, para mostrar, también, la cara de la desgracia. El río para Eduardo, ahora, es el río asesino que se ha llevado a su pequeña mujer y a su próximo hijo. El río, para el Boga, es el refugio no sólo de barcos abandonados sino de contrabandistas y traficantes que terminarán con su vida.

El río se vuelve, así, un espacio de plena experiencia.

Dice Agamben en Infancia e Historia que “esa incapacidad para traducirse en experiencia es lo que vuelve hoy insoportable – como nunca antes – la existencia cotidiana”. La literatura, como parte de la aventura, registra a la experiencia para transmitirla. De este modo, la literatura se vuelve un espacio de rebelión frente a la destrucción sistemática de la experiencia. Wernicke y Conti, en esa línea, dibujan a mediados del siglo XX, sobre el mapa de la literatura oficial, el recorrido de un río distinto, oculto; donde se entreteje lo utópico y espera la tragedia.

Siguiendo la idea de Hemingway, Conti, en una entrevista, dice lo siguiente: “Un buen día, un día que jamás recordaré, como tantos otros que representan algo en mi vida, cambié el avión por el barco y me interné en las islas. El viaje del Boga en cierto modo es mi viaje. Sólo que el viaje del Boga viene mucho después, cuando aquello adquirió pasado y se hizo historia para mí. Ya había construido mi casa, había tendido cien veces el mismo puente, había cortado mil veces el mismo pasto, había visto rejuvenecer los días hacia el verano, o envejecer en una mortaja de tristeza hacia el invierno; había cambiado de perro varias veces, y otras tantas de vecino o de almacén o de bote. Por fin, otro día, todo aquello me golpeó como ausencia. Y entonces, a punto de perderlo, de alguna manera ya lejano y extraviado, traté de inventar todo de nuevo: el río, la gente, los amigos, las viejas tristezas y las viejas alegrías, y escribí Sudeste para que otros acaso recuperaran a través de una historia que terminaré por creer cierta lo que yo había perdido para siempre”.

Hernán Ronsino


Síntesis de vida

1915. Nace en Buenos Aires Enrique Wernicke, quien iba a ser cuentista, novelista y dramaturgo.
1937. Publica “Palabras para un amigo”.
1938. “Capitán convalesciente”.
1940. “Función y muerte en el cine A.B.C.”, novela. Wernicke desempañó múltiples y curiosos oficios, entre ellos el de iluminador de cine. Escribe en ese mismo año la colección de cuentos “Hans Grillo”, a la que pertenece “Hombrecitos”, que publicará en 1942.
1947. “El señor cisne”, colección de cuentos. Recibe la Faja de Honor de la SADE.
1948. “La tierra del bien-te-veo”.
1951. “Chacareros”, novela.
1955. “La ribera”, novela. Premio de la Provincia de Buenos Aires.
1957. “Los que se van”, cuentos.
1963. “Sainetes contemporáneos” y “Otros sainetes contemporáneos”. El primero recibió en 1965 el Premio de la Crítica Teatral al Mejor Autor del Año.
1965. “Los aparatos”.
1968. “Cuentos”. Muere en Buenos Aires.
2001. "Cuentos Completos". Ediciones Colihue.

Su hija María Wernicke 



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EDGAR MALDONADO BAYLEY: UN POÉTICO DOCTOR PI

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 Lo conocí en una galería de arte de la calle Florida ya desaparecida, con un vaso de whisky en la mano y hablando en voz alta. Ni sabía que se trataba de un poeta mayúsculo. Me llamó la atención su cabellera revuelta y cierta extravagancia en el vestir. Volví a verlo una semana después, en otro reducto, pero esta vez ya hablando sobre poesía. Así conocí a Edgar Bayley. 

 Dice Rodolfo Alonso acerca de su persona: “Enemigo decidido de todo pavoneo y toda bajeza, Bayley fue capaz de sostener sus ideas y sus sentimientos en el ejercicio de la creación poética y de la reflexión estética, a las cuales dedicó la totalidad de su existencia. Supo también mantener siempre en la práctica las convicciones éticas que lo acompañaron desde su juventud, como una innata reserva moral, poco evidente para quienes se conformaran apenas con su apariencia, tantas veces estrambótica cuando no estrafalaria, por su enorme tamaño, su permanente sentido del humor y su gentileza de niño grande.”

 Poeta, dramaturgo, ensayista, el creador del "invencionismo" y del doctor Pi fue uno de los escritores argentinos más originales del período 1945-1970.






 Rodolfo Alonso nos ilustra: “Llegó a crear un personaje, el Dr. Pi, criatura digna del más elevado humor negro, cuyas aventuras, donosamente escritas antes incluso de ser recopiladas en volúmenes deliciosos (por ejemplo, Vida y memoria del Dr. Pi y otras historias ,1983), el autor se complacía en revivir verbalmente, no sin pícaro regocijo y por lo general entre sus jóvenes amigos y colegas, de los cuales gustó rodearse en tiempos tan dolorosos y oscuros para el país como fueron los de la dictadura del Proceso.”

EL BRAZO

Entrega tu sueño
al pájaro del alba.
Tú ya no puedes penetrar el aire.
Vuelve
con los brazos abiertos,
en silencio.
No despiertes al mar.
Entrega tus tambores.
No te expliques nada,
deja al cielo la noche.
Ya es hora.
Cada recuerdo queda
con su guerrero propio.
No te expliques nada,
no pidas el rescate
ni la palabra justa.
El nido abre su piel
para alojar tu voz.
La rosa del viento
aclara tu alfabeto.
Los coros descienden
a la luz de otra luna.

Yo entrego mi temor
y la esperanza.
Toda noche vuelve
al borde del espejo.

Vuélvete,
deja tu nombre
y tu defensa.
En el claro del viento
otra palabra te sorprende.
Los árboles giran
quince años atrás.
La espesura del alba
ha cambiado los tiempos.

Abandona más todavía;
espanto,
trinos,
el agua de siete colores,
tu mano sumergida,
aquella rosa,
estos labios
y el sombrero
de los cuatro puntos cardinales.

Deja fluir tu brazo
sobre el mundo.
Nada más que tu brazo.

(de Buenos Aires, poesía, Buenos Aires, 1954)


OFICIO DE VIENTO Y SOMBRA

frente a las pruebas de la noche
coraje de prolongar con tu voz
el silencio opulento

por aquí he marchado
al alba
retenido
pasajero
entre el viento y la sombra
entre las ramas

no relegar a un mundo aparte
las donaciones del viaje

me tiendo a su costado
conozco el fluir de este camino
esta mezcla de mí mismo
de mis manos
esta ignorancia

coraje otra vez para ser
al mismo tiempo
la piedra y el horizonte
y descubrir entre los anuncios del desprecio
los indicios del sol
de un camino abierto
reconquista del mar y la intemperie

(de La vigilia y el viaje - Poemas 1944-1960, Buenos Aires, La Razón Ardiente, 1961)


MARTES DE CARNAVAL
a Jorge Souza
a Paco Urondo

lejos de helena de troya
del hotel notre dame
de hans de islandia
y del mar de hojas desiguales y motores ahogados
lejos del sombrero olvidado en la última estación
lejos de las madrugadas y los días siguientes
de las cruces y el pálido fuego
circuido por vagabundos
lejos de la sonrisa del bien perdido
de la bahía y la noche rectangular
lejos del sol piel del amor
de la eugenia posible
de la madurez esquina posible del mundo
lejos del ascenso de la incisión más bien
de la ternura a la raíz del sur
lejos del punto de vista y los párpados lentos
de algunas islas detenidas para siempre
en el corazón y en las manos
lejos de algunas calles
de algunos dolores y compromisos
de escenas a la luz de las estrellas
y de conversaciones entre caballeros
lejos del rostro
lejos del trapecista internacional
lejos de la cascada
por donde corre tu vida
lejos de los nombres
de los días sumergidos en la amistad y el amor
lejos de las líneas telefónicas
de los precios módicos y los sueldos mensuales
lejos de las organizaciones
y de las plazas a la hora del amor
lejos del insulto
del olvido y las intemperancias
de algunas trompadas y grescas
de algunos incidentes policiales
lejos de la pálida existencia
de la oscura o la brillante
lejos de la caída o el ascenso
de algunas noches en blanco
de algunas pasiones en procura de lo absoluto
de canales por donde iban tus días sin saberlo
hoy recorres las calles de tu ciudad
es un martes de carnaval
quisieras ver otra vez algunos rostros
hace unos años pasaste la treintena
y procuras dominar unas pocas palabras
desconoces el nombre del porvenir
y el horario de los trenes
tengo hijos y amigos
voy al encuentro del día siguiente
las máscaras me rodean
bebo en un viejo vaso
entro en la caravana
oh mis lecturas mis embarcaderos
abro las puertas de par en par

(de Obra poética, Buenos Aires, Corregidor, 1976)

ABRIR LA PUERTA

me pregunto
y es una pregunta inmoral
si servirá de algo abrir esa puerta
que da al patio
a la tierra
al viento del mundo
a los pasos de la gente
me pregunto
si servirá de algo escribir
a estas horas de la noche
en el silencio de mi habitación
con la puerta cerrada

sería tan sencillo
me digo
abrir por fin la puerta
y asomarme y mirar
dejando que me lleven
los pasos y la sombras del camino
me pregunto si servirá de algo explicar
por qué no explico
cuando tanta palabra y confidencia
intentaron traducirme
y ponerme al descubierto

si servirá de algo abrir la puerta
me pregunto
y andar por el patio
por el mundo entre la gente
abrir de par en par la puerta
para que todo pueda cumplirse
como la hoja de un cuchillo al extremo de un puente
como la red y el roble que salvan la alegría al final del espectáculo
como el canto de las aguas y el susurro de la siesta
como la playa en sombras y el lecho infinito de los amantes reencontrados

para que todo pueda cumplirse
la luz la noche la inocencia
el nombre que pasa entre las ramas
la puerta se abrirá enteramente
se abrirá por fin la puerta
por si alguno
quiere volver a entrar o salir
o curiosear entre mis cosas
o esperarme mientras vuelvo
y si tardo y no regreso
salir al viento
y olvidarme

(de El día, 1968. Luis Soler Cañás, Generación poética del 40, Buenos Aires, ECA, 1981)


LOS DESIERTOS REALES

los desiertos reales
los mares imaginarios:
no hay palabras para elogiar a esta magnolia
tampoco hay forma de destruir las palabras
ni el oficio de florista

(guarden compostura:
en la soga de colgar se agita la flor blanca)
una tez de flores de cerezo
la última gota de sangre
los desiertos reales
los mares imaginarios
no pueden compararse a esta magnolia

(de Nuevos poemas 1977-1981, Antología personal, Buenos Aires, CEAL, 1983)







TODO EL VIENTO DEL MUNDO

No he de volver al aire. Caminos. Caminos del libre odio, sombras, torpezas que rescatas en la espiral. Serpiente del lanzamiento. Odio, razón de vida, vino del sueño del sueño vidente, cosecha entre las rocas. No he de volver al aire. Condena, sospechas, abolición del hermano, cuerpo renegado de un pan sin justicia, cielo negro, tronco hostil, heridas del alba, floración lenta del rechazo.

No he de volver a la playa secreta ni cosecharé en la noche los frutos ocultos. Caminos del delirio mudo. Separación. Golpes en la muralla. Ilusión taciturna de la palabra-calle de la furia. Allí mismo, flor de la guerra, destrucción del valle, lógica del poder. Tierra de nadie, aridez del rechazo propio. Rechazo de los otros, sangre del desamor. Dominio del cuidado. Estrategia del desprecio. Libre serpiente, sembradora de la renuncia y la negación.


Nadie se consuela, nadie se compadece en las arenas del desprecio. Los días no colman ninguna ternura. Con los ojos abiertos, con la memoria vacía, asistimos a la fiesta de la destrucción. Ni ellos ni yo. No será parea nadie la patria verdadera. No serán para nadie las linternas y la confianza. Reino de la traición, sin dudas ni dioses. Juegos del odio, milagro de la crueldad.

Pero el viento prosigue, más allá de la humillación y la alegría, cantando la transformación de los colores, igualando el desprecio con la esperanza, el cuidado con la inocencia. El rechazo, al quedar solo, se hace habitable. Se establece, habla sin declamación ni cálculo.


Es mi propiedad en la arena. Es una voz al borde de la destrucción. La negación que hace un hombre, todos, más allá del cuidado. Va a nacer del asco un rostro.

Los ojos abiertos mirarán por fin.

Alguien es finalmente para sí mismo, para los otros. La catedral del desprecio abre sus ventanas. La libre serpiente llama, descubre. No hay caídas ni impaciencias en esta luna fría. No hay temor en las fronteras del bosque. El reflejo cede ante el agua de la fuente.

Un nombre. Una lucidez fraternal. Un nacimiento. El mundo llega a ser un tú. Canto. Luz en la piedra fecundada. Nos reconocemos. Luminoso cielo oscuro. Sangre del desamor enamorada. Rostro del hermano. Admisión del sí mismo en el rechazo. Lentamente surge la compañía de los otros. Un camino. Nos volvemos viento. Todo el viento del mundo.

(de Antología personal, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1983)
Fuente: Zoopat

EN COMÚN (fragmentos)

II

volvemos por horas a tantos silencios del mundo
nos despertamos para no desnudar la memoria
ninguna soledad existe
ningún eco de los ojos
unidos sobre las manos los nombres
para sostener lo mejor de cada uno

tu evidencia prolonga la tierra
tus labios halagan el sobresalto
tu alegría tu tristeza extreman la libertad de los refugios
tus puertas han desplegado sus molinos vivientes
tus palabras guardan para todos el hábito de las pupilas

esta noche acrece el curso que que te rodea


IV

lento acero interrumpe el sueño
los ojos abiertos
los labios a que llegamos los dos
un día cualquiera un vínculo cualquiera
el humo empeñoso
el roble y su apoyo más allá de los meses
un día cualquiera y el claro entendimiento
las buenas nuevas de los muros

en el ámbito del roble
en el rostro del alba
en el paso contraído de la lluvia
en la cita secreta
en la cita pública
en el comienzo y ahora
ahora
en todas las fuentes del reloj
en sus órdenes despiertas
en la hierba húmeda
y en la fría de la violencia y el arrojo del azar
nuestra libertad futura hace su nombre
y el curso de sus manos


IX

en tu misma confianza como un astro
como tus sueños alrededor de mis palabras
mis ojos no cambian
mi horizonte abre tus brazos

en los cinco días del cielo
tu confianza disuelve los ponientes

es esta claridad la que buscaba
esta rueda persuadida por el aire


(de La generación poética del 40, Buenos Aires, Ediciones culturales argentinas, 1981)
Fuente: Ignoria


DE TODOS MODOS

ella se va sintiéndose llamada
abre este sol su mano extiende
rechazo amor
una quimera


su oficio es ser de todos modos
aquí estará
su nombre sabe
nada la oculta
ni destello falaz
tormenta sol
ni la avenida

vuelve a ser furor helada fauce
presagio estrella nacimiento
aplomo y ansiedad
dulzura imprecación testigo
aquí está
para ser de todos modos

ESTADO DE SITUACIÓN
(poema inédito)

Quieres sostener en pie los pilares
de un barracón caduco.
Por el techo
y las paredes
entran el viento y el agua.
Se confunden el río y el mar cercano.
Quieres mantener sobre las olas
el muelle semihundido,
mientras el tumulto de la corriente
arrastra flores,
troncos,
un mascarón de proa.
Todos se han ido,
estás solo
en una lucha insensata.
No tienes más que una débil camisa,
un pantalón raído y una pala en la mano,
entretanto el agua supera tu cintura
y las olas grandes te voltean y sacuden;
te vuelves a levantar
y esperas tontamente la salida de la luna.
Nada queda del pueblo ya,
lo que plantaste se fue,
los amigos,
los compañeros no están;
se ahogaron los animales.
Las líneas que escribiste,
las promesas que hiciste
se ahogaron también
y,
sobre todo,
se ahogó el amor cruel,
refugiado en la copa del árbol.

(de Intramuros, Número 8, octubre 1998, Buenos Aires; Argentina)
Fuente: Mundo Poesía






LOS HOMBRES Y LOS AÑOS

a uno y otro lado de la muralla
los años quedan clausurados en su primer regazo
en los ojos abiertos hasta el amanecer

hablo de la sed y el sueño líquido del hombre
de los deseos de la esperanza el insomnio en el extremo del valle
del enjambre de la memoria y nuestras mandíbulas fuertes
del temblor la ronca membrana de los rieles
y el humo del poblado

hablo de los vidrios lentos a la madrugada
de la parturienta amenazando la medianoche
con sus gritos y sus cadenas puras
hablo de los fusiles y la sangre fluyente
herida
descompuesta
de las horas por llegar
de los frutos de la ternura
de los ojos digitales
mezclados a la multitud en las manifestaciones

hablo del amor adolescente
y de las ventanas del alba
de los expedicionarios perdidos
inmóviles en espera de la claridad
hablo de los niños y la demencia lindando la poesía
de la mentira la humillación las torturas renovadas

hablo de cosas simples
en las manos extendidas
gratuitas

es necesario inventar el mundo
iluminar los ojos
ver la extensión abierta a nuestro impulso
una rama en la luz
acunada por las voces de los héroes anónimos
castigada por el peso muerto de los consuelos

la alegría de las conversaciones ingeniosas
el contagio de los sentidos
el buen apetito la sed de buena ley
el olvido y la palabra absorbidos en la fronda
la siesta a ras del suelo
el debate moroso de los reptiles
el plácido quejido del pajonal
el polvo del camino ahogando las viñas
el apremio de las multiplicaciones
el vacío irremediable
del signo viejo y nuevo

(de En común (1944-1949), Obras, Grijalbo Mondadori, Buenos Aires, 1999).





ÚNICOS

la única mujer que me ha querido
el único hombre que ella ha querido
la única mujer que yo he querido
el único hombre que la ha querido
y el tiempo
el paso
y una serena piel
la u
laud
au
por siempre

(de Poemas inéditos, Obras, Grijalbo Mondadori, Buenos Aires, 1999)

DE LA POESÍA

El poeta Madariaga había adquirido un haras. Con caballos de raza. Caballos de mucha alzada, petisos, y caballitos muy pequeños obtenidos a través de sutiles entrecruzamientos y técnicas refinadísimas. Su intención no era preparar caballos de carrera, aunque los tenía velocísimos y muy codiciados por varios studs. Su propósito aparente era obtener nuevas especies de caballos. Caballos que en realidad no iban a parecer caballos.
Tenía padrillos de diversas razas: enormes, silenciosos, de impresionante apostura y yeguas ardientes, huidizas y buscadoras a la vez. Tenía peones y técnicos avezados y tenía también un proyecto muy audaz que mantenía en absoluta reserva. Sí, había mucha actividad en ese haras (“Don Eusebio” se llamaba).
Al término de la jornada, y tras la cena, se producían discusiones, a veces enconadas, entre los biólogos, los zoólogos y Madariaga.
-A ustedes les falta imaginación -solía decir Madariaga-, formación literaria, les falta saber mitológico.
-Puede ser -le respondían-, pero sabemos lo que no puede hacerse.
-No es sólo eso; ustedes no creen que sea posible ahora lo que alguna vez fue posible -insistía Madariaga.
-Hay un límite para los cruzamientos y las hibridaciones, y, en todo caso, no están dadas las condiciones para que aparezca un nuevo animal sobre la tierra. Además nada sabemos sobre la clase de animal que usted pretende conseguir -le respondían.
Al llevar a este punto de la conversación, Madariaga callaba prudentemente.
El doctor Pi, que solía asistir a esas reuniones, poco a nada decía, pero lo intrigaban los planes de Madariaga. Cierta noche en que Pi permanecía, como de costumbre, ajeno a la conversación de Madariaga con los sabios y se dedicaba a observar los distintos objetos que decoraban el amplio salón comedor, se sintió atraído por una porcelana.
-Una porcelana valiosa, no hay duda -se dijo.
Pero ¿por qué le había interesado tanto? Se acercó a la porcelana, la tomó entre sus manos; era una hermosa pieza. Sin embargo, algo le decía que ese objeto lo atraía por algo más que por su valor artístico. La porcelana tenía la forma de un centauro. Quizá fuese Quirón, el prudente.
-Una pieza de valor, ¿verdad, Madariaga?
Este se limitó a asentir y prosiguió conversando con los sabios.
-Hasta estamos obteniendo caballos que cada vez se parecen menos a caballos: las cabezas, especialmente, son cada vez más diferentes de las cabezas de los caballos comunes.
-¿Qué se propone usted? -preguntó el profesor Héctor Maldonado.
-Todavía es prematuro decirlo. Prosigan sus experiencias en esa dirección y luego hablaremos.
Fue entonces cuando tomó la palabra el profesor von Krausen.
-Hemos de acompañarlo -dijo-, hasta un cierto punto de su investigación, experimento o como quiera llamarlo. Le daremos un plazo (un mes, digamos), si al cabo de ese lapso usted no nos confiesa cuál es el fin que persigue con todo esto, le anunciamos desde ya que no tendremos más remedio que abandonarlo.
-Sería una lástima, una gran lástima, me vería obligado a recurrir a servicios menos eficientes y eso lo echaría todo a perder.
El doctor Maldonado, más conciliador, se acercó a Madariaga.
-Comprenda -dijo- que no es posible que trabajemos a oscuras. Debe darnos alguna pista para descifrar este enigma.
-Bien -contestó Madariaga-, les daré esa pista que me piden: la solución de ese enigma, como usted lo llama, está en esta misma habitación.
Los científicos se miraron asombrados. Sólo el doctor Pi encontró en esas palabras la confirmación de una ligera sospecha, que había surgido al observar la porcelana. Ahora veía claro: el poeta Madariaga se proponía volver a la vida al centauro Quirón.
Nada dijo Pi al respecto. Tampoco comentó nada sobre el particular con los científicos. Otras ocupaciones, obligaciones o vocaciones lo absorbieron. Nunca supo cómo habían terminado esos experimentos. Pi tiene una curiosidad intensa, pero muy diversificada, por eso no podemos saber hoy si el centauro es sólo una porcelana junto a un tapiz o ha vuelto a vivir, y aconseja y orienta. Quizá Madariaga pueda decirlo.

(de Vida y memoria del doctor Pi, Obras, Grijalbo Mondadori, Buenos Aires, 1999)
Fuente: Otra iglesia es imposible


 NI RAZÓN NI PALABRA     

cada noche los sueños inmolan tu pena y tu culpa
de frente al olvido
a la pregunta y la canción inexcusable

 es necesario empaparse herirse hundirse
buscar el estallido hasta decir: perdón no soy el mismo
pero el fuego desgrana tus razones de tierra
debes perder la luz plena
los motivos de la victoria
agrio pesado cruel
la ciudad te vuelca te vacía
corazón vacío
miseria burbujeante

no es preciso razón ni palabra
para este airado hogar
que nadie después sume su nieve o su festejo
despierto queda allí en su momento
en cambio y permanencia
en nube recia
en la libre mano
y el cabalgar del sueño

CUANDO EL AIRE

cuando el aire se puebla estoy presente
canta la puerta el fuego la esperanza
conoces tu nombre y la sangre de su sueño
la tierra donde amanece el día
cuando la luz llega canta mi silencio

es suficiente el lejano retumbar del trueno
la verde falda de la montaña
y este momento ayer mañana
es suficiente
confiar esperar
estar despierto

(de Obras 1919-1990,  Grijalbo Mondadori, Buenos Aires, 1999)
Fuente: Alcanza para todos





LA VIOLENCIA

I

la violencia al sofocar el día
al arrojarte fuera del camino
te hace crecer por dentro un cliente helado
violencia reina de una madrugada oscura
olvido entre palabras calcinadas

estoy aquí debo comprender
decir correctamente organizar
no ceder posiciones al tumulto

debo salir cruzar no detenerme
compartir otra vez una alegría
venida del más alto corazón
entre los hombres

debo seguir cavar un nuevo surco
buscar buscar la voz del otro
escuchar extender
la morada y el aire

II

entretanto el horror
la confusión el miedo y la codicia
extendidos de costa a costa
socavan el ademán más puro
de la tierra al cielo

no sé nada
sólo veo las vías de la violencia
la fe el odio sordo del rechazo
y alguna esperanza no bien fundamentada

pero llegará un día en que las grandes floraciones del sueño
el amor resurrecto la cabellera distante del ave multicolor
el pífano del dios enmarañado y próximo
den otro rumbo a nuestra andanza
un día un día no contaminado

y el entretanto cae gota a gota
en la pulida oscuridad

(de Celebraciones 1968-1976)


UNA VOZ SOLAMENTE

Este juego tuyo
esta ventana

Puedes mirar más lejos
conversar

Otros miran por ti
aprenden
conversan con los dioses

He aprendido
he vivido
hago mi propio juego
es todo lo tengo

Humilde es el camino
del corazón del hombre
te es dado un solo juego
una voz solamente

He jugado
he mirado
es todo lo que tengo.


ALGUIEN SERÁ

es muy difícil decirlo
no es asunto de una playa desierta
o del presente o del pasado
es cosa del viento
de la voz que pasa y viene
y del rocío y del acuerdo
y la pregunta
alguien es
alguien será



ES INFINITA ESTA RIQUEZA ABANDONADA


Es infinita esta riqueza abandonada
esta mano no es la mano ni la piel de tu alegría
al fondo de las calles encuentras siempre otro cielo
tras el cielo hay siempre otra hierba playas distintas
nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada
nunca supongas que la espuma del alba se ha extinguido
después del rostro hay otro rostro
tras la marcha de tu amante hay otra marcha
tras el canto un nuevo roce se prolonga
y las madrugadas esconden abecedarios inauditos islas remotas
siempre será así
algunas veces tu sueño cree haberlo dicho todo
pero otro sueño se levanta y no es el mismo
entonces tú vuelves a las manos al corazón de todos
de cualquiera
no eres el mismo no son los mismos
otros saben la palabra tu la ignoras
otros saben olvidar los hechos innecesarios
y levantan su pulgar han olvidado
tú has de volver no importa tu fracaso
nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada
y cada gesto cada forma de amor o de reproche
entre las últimas risas el dolor y los comienzos
encontrará el agrio viento y las estrellas vencidas
una máscara de abedul presagia la visión
has querido ver
en el fondo del día lo has conseguido algunas veces
el río llega a los dioses
suben murmullos lejanos a la claridad del sol
amenazas
resplandor en frío


no esperas nada
sino la ruta del sol y de la pena
nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada

(de La vigilia y el viaje , 1961)
Fuente: Otras criaturas poéticas


LLEGO NADANDO

cuando alguien me escribe yo le escribo
cuando alguien me piensa yo lo pienso
cuando alguien me olvida yo lo olvido
tengo mi corazón la mano la araucaria
alianza y comunión
es mi destino

navego otra vez
este mar me lleva hacia mis bodas
brillo y oscuridad
llego nadando


TODO LO VISTO Y VIVIDO

todo lo visto y vivido
cabe en muy pocas palabras:
en la luz de una mañana
en un trompo saltarín
en una tarde de sol
en una silla vacía
en cada piedra y la casa

todo lo visto y vivido
fulgura
se va ocultando
tras las hojas
y entre el viento
al borde de la bahía

todo lo visto y vivido
cabe en la sal
y en la mano
de quien saluda
y me lleva
al caracol y la araña
a la verdad de este día
a mi sendero y mudanza





CERTIDUMBRE

un ladrido es un problema de garganta
de corazón más bien
es disonante en un coro de callados
concuerda con el estruendo y la violencia
¿para qué más? ¿qué otra certidumbre?

gota a gota cae el sentido
de las voces y ladridos

las cuerdas vocales han durado
en esta sonora certidumbre

Fuente: Artesanías literarias


CUANDO ELLA

Cuando ella abre los ojos las horas despiertan
respiran como matas de hierba al amanecer
como pájaros en la mañana del día siguiente
cuando ella extiende sus brazos la máscara cesa
el olvido cesa las orugas reinician su marcha
cuando ella vuelve a nadar en el agua dormida
la tierra entrega sus llaves sus momentos propicios
su amapola su maíz
una lluvia de azufre una bandera en llamas
cuando ella mira a lo lejos
se disuelven las sombras y el nacimiento llega


MI AMADA ESTANQUE AZUL HUERTO CABELLOS

fulgurante viva fluvial origen buscada reencontrada
como un islote un puente una manzana un tatuaje
en la noche hendida en la marmita en la estrella marina
en la mano párpado llamado reflejo de mi amada
en forma de estanque azul
de miel
de estornino
de gota de agua
de cabellos
regresamos una y otra vez al centro del fuego
del dolor
del huerto
la distancia la desgarrada higuera
y eternamente otra y eternamente igual
en la corriente en el llanto
salitre otoño alba rota soledad escondido silencio brisa furia
años sombra desventurado niño simiente
paredes de olvido lluvia y grito y casa
roja estancia andenes
te doblegas te curvas en tu fiebre antigua en tu costado
los dos solos devorando toda noche toda celda
súbito amanecer canal del sueño
lengua que disuelvo en mi silencio en mis dos puertos
tibio cuerpo llegada partida del mar polo irremediable
sin memoria sin nombre
abierto al dios que nos recrea
en cada espasmo de labios azules de piedras azules
en la nuca en la espuma en el purísimo rescoldo
desciendo al día primero a la primera mañana al aviso inicial
por tus ojos por tu boca por tu sexo penetro me despido
pierdo altura razón vidamuerte te tomo me disuelvo
y otra vez te amo soy el día cerca de tus hojas
un río una voz

(de Todo el viento del mundo, Buenos Aires, Grijalbo, 1999)
Fuente: Poéticas


A SER OTRO

he venido a ser otro
a ser el mismo
a entrar salir estar despierto
no quiero eternizarme en una cara
en un traspié canal en un cuidado

he venido a ser otro
a convertirme
en cal en hoy en calle
en mi enemigo
he venido a mezclarme
a estar parado
a darme a ser a no mirarme
a no decir ya está he terminado

he venido a estar a empobrecerme
a seguir con mi apuesta
entre los hombres

he venido a morir o no morir
enamorado

a partirme en cielotierra
entre dos pasos
habitando el desamor
y la alabanza

UN SENTIDO ILUMINADO Y CIERTO

digo amiga y digo lentamente
las formas del viento y la madera
digo un momento un fuego
una bondad un río una fe
un nacimiento un aire
un sentido iluminado y cierto

digo amiga con palabras con horas
con ojos con adioses
con claridad y sombras
y una estrella

y tan especial
tan solo
y verdadero
es este amor
y tan cumplido en sí mismo
tan abierto
y rico y generoso
que dejémoslo ya
sin tocarlo
mirándolo a distancia
o démosle la mano
y marchemos con él
adonde quiera
sin ver
y sin dudar
y sin cuidado.

de Todo el viento del mundo
Selección Daniel Freidemberg
Grupo Ed. Mondadori Grijalbo - 2000






 Beatriz Vignoli  analiza su obra de esta forma: “En su primer libro. En común, escrito bajo el gobierno peronista, al final de la segunda guerra mundial, Bayley -cuya elección del apellido materno, británico, en vez del Maldonado del padre, representa toda una bandera pro-aliada en el contexto de aquella época- es el poeta de la reconstrucción del lazo fraterno luego de la caída de toda posible comunidad. También después, toda su obra estará minada de los rastros de un evidente desgarro existencial: cómo vivir y escribir a fondo la paradoja de una esperanza desesperada. Y el buen humor de Bayley a la vez que lucha por mitigar el sentimiento de la catástrofe, lo agudiza. La ternura de sus personajes ante la destrucción es una forma dramática de la ironía. Decir esto de quien escribió poemas de amor especialmente gloriosos, no habla precisamente bien de su siglo.

 En su Antología personal, Bayley no incluyó nada de su opera prima. Típico gesto pudoroso de poeta que, en su caso, estaría tal vez reforzado por el hecho de haber escrito parte de este libro estando todavía “cerca” del Partido Comunista, del que se “alejaría”, en 1945, junto con otros artistas e intelectuales. La causa explícita del divorcio consta en la cronología incluida en esta edición. La estética oficial del realismo soviético estanilista no dejaba margen alguno a la libertad creativa, libertad de la que Bayley fue uno de los más elocuentes defensores por entonces. Cabe agregar que su tarea en este sentido puede parangonarse a la que realizaron en Europa los integrantes del grupo Cobra, muchos de quienes abandonaron el PC por la misma época y por similares razones. Habría que preguntarse si el final de la guerra no obró como causa implícita: las posturas antifascistas, la del PC entre ellas, podían distenderse una vez terminado el conflicto bélico,

 Es interesante observar el desarrollo que algunas ideas teóricas van teniendo en los distintos períodos de la ensayística de Bayley. Desde su manifiesto “Arturo” (1944) hasta su ensayo de 1958, “La poesía como realidad y comunicación”, Bayley defiende a ultranza la autonomía de la obra de arte, autonomía que relativizará a partir de 1966. Los valores éticos y estéticos que Bayley defendió en sus ensayos y practicó en su poesía, le otorgan a su obra una translucidez muy particular. Dada la notoria influencia de la crítica formalista rusa y otros debates del siglo en los ensayos que integran Realidad interna y función de la poesía (Editorial Biblioteca Popular Constancio C. Vigil, 1966), podría pensarse que esta capacidad de dejar sus huellas digitales en cuanto texto construye/ lejos de ser mera inocencia, responde a un programa: a un proyecto de autorrepresentación, signado por una voluntad de inocencia.

 Esta relectura es hoy posible gracias a que la presente edición, basada en un prolijo trabajo de investigación, reproduce sus manifiestos y sus ensayos, junto con otros artículos sobre artes plásticas, teatro y poesía, algunos de estos últimos publicados en la revista Poesía Buenos Aires, dirigida por Raúl Gustavo Aguirre. También figuran, en orden cronológico, poemas y ensayos inéditos, algunos de los cuales fueron hallados entre los papeles del autor. Los editores agradecen la colaboración de su viuda, Matilde Schmidberg.




 Donde mejor se expresa la vena surrealista de Bayley es en cierto subgénero oculto, que crea vasos comunicantes en estas Obras: por entre los poemas y los cuentos (a partir de 1960, muy especialmente) se va enhebrando una especie de diario de sueños, rico en motivos freudianos: trenes, tarjetas de visita…

 En esta edición de sus Obras se incluyen tres piezas teatrales inéditas. Para atemperar un poco la extrañeza que estos textos podrían provocar en el lector de hoy, recuerde el alma dormida el gran desarrollo que tuvo el teatro vocacional en la Argentina por los años cincuenta y sesenta, con su consiguiente demanda de obras que representar. Con las cuestiones políticas en el orden del día, y dada la relevancia de la colectividad española en los cafés y teatros de la Avenida de Mayo, no es de extrañar que estas piezas tomaran frecuentemente como modelo a Fuenteovejuna. No sería raro que la Burla de primavera escrita por Bayley en un castellano casi bizarro a fuerza de anacrónico, fuese una parodia de La soldadera de Luis Seoane (Ariadna, 1957).”




 Edgar Maldonado Bayley, quien a partir de 1945 elegiría el nombre de Edgar Bayley para firmar su obra literaria, nació en Buenos Aires en 1919. Durante la segunda mitad de los años 40 integró con otros poetas y pintores uno de los más importantes movimientos de vanguardia de la Argentina, el "invencionismo" y luego participó en la dirección de Poesía Buenos Aires (1950-1960) y Zona de la Poesía Americana (1953-1954) dos revistas decisivas en la historia de la poesía de su país.

 Dramaturgo y director teatral, traductor, autor de inclasificables relatos, Bayley fue ante todo poeta y uno de los teóricos que mas profunda y lúcidamente reflexionaron sobre la poesía en América latina. Escribió ocho libros de poemas (En común, La vigilia y el viaje, Ni razón ni palabra, El día, Celebraciones, Nuevos poemas, Alguien llamay Algunos poemas más), uno de relatos (Vida y memoria del doctor Pi) dos de ensayos (Realidad interna y función de la poesía y Estado de alerta y estado de inocencia) y tres piezas teatrales (Burla de Primavera, Farsa de Isopete, y El sastre y Dulioto), todos ellos reunidos, junto a otros textos no incluidos en libro o inéditos, en el volumen Obras, publicado por Grijalbo Mondadori en 1999.

 Desde 1947 hasta su jubilación en 1980 trabajó en la Biblioteca de la Caja de Ahorro y Seguro.-

 Falleció en Buenos Aires en agosto de 1990.







ADOLFO BIOY CASARES: UNA VIDA LITERARIA

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  Uno de los más grandes escritores argentinos dialoga con Lara Montalbán. En la entrevista que ya lleva 20 años, rescatamos al enorme autor que supo engalanar la literatura argentina. Un reportaje imperdible que Hojas del Abanico sube a este espacio para que todos ustedes se encuentren con el ser humano que vivió los momentos más polémicos de nuestra historia literaria.

Hotel Bellman
París, domingo 8 de octubre de 1967
Silvina querida; Almorcé en la Tour d'Argent, tuve sueño, me vine al hotel a ¡dormir la siesta!¡Para lo que vengo a París! Ahora leeré un rato la autobiografía de Bertrand Russell. Después iré a comer, veré algo en el cine y vendré de nuevo a dormir. Si no fuera por la ansiedad de estar lejos de ustedes, diría que ésta es una vida apacible.Un día lindo, de sol, tibio. Quizá llueva a la noche.
Te abrazo y te adoro A.
de En viaje (1967)

ALBERTO MANGUEL: EL LIBRO COMO UNIVERSO

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Encaminados hacia un nuevo año, desde este espacio que compartimos desde 2010, queremos saludar a todos nuestros amigos y miembros, deseándoles felices fiestas. 

A lo largo de todo este tiempo fuimos entregando retazos de vida de escritores que muchas veces por desidia quedaron en el olvido. Nuestra tarea fue y será rescatar a los hombres y mujeres de letras que nos han enriquecido con sus obras. 

El propósito de Hojas del Abanico seguirá vigente, incorporándose a partir del mes próximo a la página oficial de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno (www.bn.gov.ar/abanico), de manera paralela a este blog. Así pues, los lectores podrán encontrarse con el nuevo material, usando ambas vías de comunicación. Esta idea,sin duda, enriquecerá la propuesta y los objetivos que nos hemos trazado.




Como cierre queremos conectarlos con Alberto Manguel, el nuevo director de la Biblioteca Nacional. Lo hacemos a través de un video donde la nueva autoridad reflexiona sobre "El libro como universo".    

RODOLFO FOGWILL: EL REBELDE ENCUENTRO

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Uno de los escritores más representativos de nuestra literatura. Magia y rebeldía revelada sin atadura que plasma en un lenguaje atrevido y desbordado. Fogwill nos dejó la certeza de que la literatura  es un juego peligroso y enloquecedor, pero a la vez, atrayente y venenoso, frágil y duradero; una suerte de velero sin timón. 
A disfrutar con su misterio y sus deseos. 

DELFINA BUNGE: "La prodigiosa señora de Gálvez"

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Las preguntas no siempre tienen respuestas y las respuestas no siempre conforman. Uno debe ubicarse en el tiempo y espacio, reconocer que la mirada hacía el pasado está llena de subjetividades y ante las dudas equilibrar el pensamiento. ¿Fue Delfina Bunge una rebelde, una señora valiente para la época?. La primera respuesta es sí, pero tengamos en cuenta muchas variables, sensibles detalles y manejos sociales para que esta afirmación sea rotunda.  Delfina Bunge Arteaga  nace una nochebuena de 1881, en una casa de la calle Tacuarí, en el barrio de San Telmo; hija de María Luisa Arteaga y Octavio Raymundo Bunge, parece ser la “niña deseada” entre tantos hermanos hombres, y ese aura del 24 de diciembre, dejaría marca con una cruz en la frente en su condición de católica practicante. A pesar de no enseñarse en esa época la religión a los pequeños, su formación estuvo focalizada en la cultura del amor a Dios: “El mundo en que vivía se iba moviendo junto conmigo y todo su maravilloso contenido dentro del glorioso y pacífico reinado de la santísima Trinidad”. La niña  que crecía se amparaba en el cuidado de los ángeles y soñaba protegida como hija del Señor. Amparada por una infancia feliz y acompañada por cinco hermanos mayores y dos menores, Delfina encamina sus primeros pasos en el colegio María Auxiliadora de San Isidro, donde su fe cristiana se enriquece. Esa primera historia de vida quedará plasmada literariamente en un libro de memorias que fue leído hasta el cansancio por muchas jovencitas de la Acción Católica y que lograra agotar cuatro ediciones sin interrupciones. Titulado Viajes alrededor de mi infancia, un documento que supera las 10 mil palabras, acude a la pintura fresca y a las descripciones de los usos y costumbres del período que abarca entre 1897 a 1920.

Su nieta Lucía Gálvez, quien  se basó en los diarios de su abuela para escribir un libro en el que relata la vida de esa mujer que deslumbró en su juventud a la adolescente iracunda Victoria Ocampo, expresa que “…las ideas de Delfina son propias. Las lecturas van apareciendo después. Lo que había era un espíritu de libertad impresionante en las conversaciones de la casa. Imagínate que eran seis varones y dos mujeres. Eso era una gran ventaja en un momento en que las mujeres eran consideradas unas bibelot de lujo. En la casa se hablaba de ideologías, política, religión, y los chicos hacían teatro, música, porque todos los Bunge Arteaga tocaban un instrumento, además de saber un oficio.”









Continúa Lucía Gálvez: “Victoria Ocampo, de 16 años, buscó con ansiedad la amistad de Delfina, de 25, y logró subyugarla al mostrarle sus poemas. Fue una amistad casi exclusivamente epistolar que duró hasta el casamiento de Victoria. Después, ésta se distanció sin dar explicaciones aunque ambas reconocieron siempre el cariño que las seguiría uniendo hasta la muerte de Delfina. A los cuatro meses de casada, Victoria se enamora de Julián Martínez y al poco tiempo empiezan a tener un romance. Ella era muy sincera y no podía hablarle de eso a mi abuela por la forma de pensar que tenía, y tampoco quiso no decirle nada porque eran muy amigas. Y después... los intereses también. Victoria se desarrolló mucho hacia afuera y mi abuela hacia adentro, eran mundos distintos.”

La escritora, cargaba con un abuelo extranjero (el alemán Karl August Bunge) y los otros tres de vieja raigambre hispanocriolla. Sus dos abuelas, Genara Peña y Lezica de Bunge y Luisa Sánchez de Arteaga, eran muy amigas de Mariquita Sánchez, quien habla de ellas en cartas a su hija Florencia.

Delfina da los primeros pasos en la literatura de forma accidental en 1904, por entonces le informaban que había ganado una tercera mención en la revista francesa Fémina, una publicación de enorme llegada en la sociedad argentina. El tema: “la jeune fille d’aujourd’hui, est-elle heureuse?”. Defina había traducido ella misma unas páginas de su diario. Impulsada por la repercusión, la revista Caras y Caretas la invita a publicar el texto, pero las críticas de sus familiares y amigos la hacen desistir de la invitación.

La consecuencia más perdurable de aquella distinción recibida en Francia fue conocer a Manuel Gálvez, tímido muchachito provinciano de 22 años, que fue a visitarla y pedirle el artículo premiado para publicarlo en la revista Ideas que él dirigía. El mutuo enamoramiento hizo desistir a Delfina de una pretendida vocación religiosa, pero el noviazgo fue largo y difícil: mientras ella se reponía de una tuberculosis en distintos lugares de las sierras de Córdoba y empezaba a escribir sus primeras poesías en francés, Gálvez viajaba a Europa y luego recorría el país por su cargo de Inspector de Enseñanza Secundaria. Todo este noviazgo está ampliamente tratado en el diario de Delfina y en la abundante correspondencia que ambos mantuvieron. Se ve allí la lucha entre el puritanismo victoriano de fin de siglo y los genuinos sentimientos que debían ser reprimidos o sublimados de acuerdo con los códigos de la pacata moral imperante. El casamiento y la maternidad no la alejaron de su vocación literaria. Todo lo contrario, aquella etapa de manuscritos insolventes dieron paso a su obra mayor. De soltera había escrito poesía en francés y cuatro libros de lectura primaria junto a su hermana Julia Valentina, después de su casamiento se edita en Francia su primer gran éxito: Simplement publicado por la imprenta Lemerre y que recibe los elogios de Rubén Dario quien en una carta la llama “la prodigiosa señora de Gálvez”. De esa obra Alfonsina Storni traduce algunos poemas que se publican en 1920 con prólogo de José Enrique Rodó.







Volvamos a Lucía Gálvez: “La experiencia de la maternidad le inspiró El alma de los niños, libro que tuvo dos ediciones. En 1922 su ensayo Las imágenes del infinito fue premiado en el concurso literario municipal. Esta obra dejó asombrado al filósofo Alejandro Korn, quien no podía creer que su autora no tuviera formales estudios universitarios. Ese mismo año había publicado con éxito Las mujeres y la vocación y al año siguiente, El tesoro del mundo. En 1924 escribió el libro de cuentos Oro, incienso y mirra, ilustrado por Guillermo Butler y en 1926, Los malos tiempos de hoy. Les sucedieron otros ensayos sobre temas diversos, como La vida en los sueños, Viaje alrededor de mi infancia, En torno a León Bloyy Cura de Estrellas.

Tierras del mar azul (fragmento)

"El espíritu de Tutankamón nos fue propicio. El día en que nos fue dado visitar el estupendo museo del Cairo supimos que en la víspera llegara una parte de los tesoros extraídos de la tumba de aquel joven y viejo faraón, de tan breve reinado y que habría de reinar de nuevo modo en nuestra era. Y por cierto que la sala de Tutankamón quiso con su brillo eclipsar a nuestros ojos el resto del museo...   
No será sin causa, me digo, que todo aquello fuera retenido bajo tierra durante millares de años para reaparecer a la luz y ser expuesto aquí, justamente el día de nuestra llegada ¡desde tan lejanos países, a través de tantas dificultades! Tutankamón debe tener algo que decirnos...
En efecto: allí está para nuestros ojos la cubierta de oro de la momia, reproduciendo las facciones jóvenes, tersas, impávidas. Toda dibujada e incrustada de piedrecillas o de trocitos de maderas brillantes. Allí está, igualmente intacto, el busto de oro macizo del joven rey. Para deslumbrarnos está ahí todo aquel oro, no como extraído de debajo de la tierra y del peso de los siglos, sino pulido y brillante, como salido de nuestras joyerías y trabajado hoy. Nuevo y pulido el cincelado del oro, joven la cara del rey. Pinturas de colores vivos y frescos. Hay en todo esto una frescura que desconcierta... Y son los preciosos vasos de alabastro que encantan nuestra vista como, hace quizá cuatro mil años, encantaron la vista de la joven reina a quien, según el delicado dibujo en el respaldo de un maravilloso sillón, el rey ofrece un ramo de flores. Aquellos sillones, con incrustaciones de piedras finas en sus brazos de curvas gráciles, con las finísimas figuras en ellos trazadas, de aspecto tan delicado y frágil que parecen sólo destinados al descanso de ligeros fantasmas, han soportado, sin embargo, el peso de los siglos y de los milenios. Nuestra impresión es la de ver, abierta ahora, una flor que abriera hace mil años. Es el ayer con la frescura del hoy; es el pasado con el rostro del presente. 
Y el enigma del tiempo nos asalta. Se evidencia la absoluta falta de sentido de esta palabra: "la acción del tiempo". El tiempo, incorpóreo y abstracto, no puede ejercer acción ninguna sobre seres corpóreos y concretos. Éstos desarrollan su acción en el tiempo, pero no a causa del tiempo, como parecemos creerlo. El tiempo, que no puede ser, en sí, un elemento de destrucción, nada destruye por sí mismo. La corrupción de las cosas no viene, pues, del tiempo, sino de la acumulación, en el tiempo, de otros elementos a él ajenos: la humedad, el sol, el viento, los insectos. Suprimamos todo esto imaginativamente y ¡cuan fácil nos resultará el concebir la duración eterna de los seres allí donde ningún elemento de corrupción exista! Y si los egipcios supieron eliminar, en gran parte, dentro de sus subterráneos los agentes destructores, ¿qué no podrá Aquel que posee el secreto de todas las regiones posibles y de los seres todos? La conservación eterna de los cuerpos, en el dogma católico de la resurrección de la carne, nos aparece como una consecuencia lógica de las lecciones de este museo del Cairo. 
Y he aquí entonces la palabra que para mi florece en los frescos labios dorados del joven y viejo faraón, oculto durante varios milenios para reaparecer diciéndonos: "Si nosotros hemos hallado el secreto del tiempo, que en sí mismo nada es, a vosotros os toca hallar lo que en realidad es algo, y en lo cual consiste el secreto de la Eternidad. Esa Eternidad que en vano buscáramos en la conservación terrena de los cuerpos. "




Delfina Bunge colaboró con los principales diarios y revistas de la época: Ideas,Criterio, Ichtys, El Pueblo, Vida Femenina, El Hogar, La Nota, Nosotras, La Nación. Y realizó traducciones de Guillaume Apollinaire, Louis Aragon, Georges Duhamel, Henri Michaux y Paul Éluard.

Laura Ramos, en un artículo publicado en el diario Clarín del  12 de mayo de 2013, titulado El cuarto de costura de los Bunge, nos acerca a una Delfina cotidiana: “Una tarde de ocio en que Delfina buscaba una estancia con luz para seguir con una lectura sobre la divinidad de Cristo se refugió en el cuarto donde Josefa estaba cosiendo. “¡Cómo me gustaría escuchar lo que usted lee!” le dijo Josefa. Al leerle en voz alta, la joven se asombró de sus conocimientos sobre Mahoma y las Sagradas Escrituras. ¿Qué clase de vida habría tenido Josefa, esta Josefa sin apellido de los recuerdos de Delfina Bunge, con suerte o fortuna? ¿Hubiera sido escritora, como su patroncita? ¿Mejor escritora que su patroncita?

En una entrada de su diario de noviembre de 1904 Delfina anotó: “Elena, la mucama. Quiso ser Hermana de Caridad, y negándole los padres el consentimiento, se casó… No sé qué es lo que no le ha pasado a esta pobre mujer: pérdida de dinero, de marido, de situación (la gran situación inesperada que, como a una Cenicienta, le trajo el casamiento). De diez o doce hijos que tuvo, sólo le quedaron dos. Uno es Nicolás, bastante sordo, y el otro chicuelo quedó en España, en excelentes manos. Hace dos años que no tiene noticias. Y aquí está ella, lejos de su país y familia, flaca como un esqueleto, y sirviendo… Eso sí, siempre muy alegre, bailando pericones. Es un carácter muy especial; sus dos vocaciones fueron: para religiosa enfermera, o artista teatral…” ¿Y qué hubiera sido de esa monja/actriz española en Buenos Aires si no hubiera perdido “diez o doce” hijos, una patria y una situación holgada? En su diario íntimo, Delfinita escribió menos los pensamientos secretos de una adolescente que los primeros trazos de una historia nacional.





Según detalla Lucía Gálvez en la biografía de su abuela Delfina Bunge, Diarios íntimos de una época brillante, los Bunge Arteaga no eran ricos. Octavio Bunge, el padre, fue juez y luego ministro de la Suprema Corte, pero no se dedicó, como sus hermanos, al negocio redituable de la época: el campo. Sus dos hijas, Delfina y Julia, se cosían su propia ropa, con la ayuda de una costurera, sobre modelos que ellas mismas inventaban. Hasta 1902, en que se mudaron a un departamento en Callao y Vicente López, en barrio norte, habían vivido en el barrio sur y cerca de Plaza de Mayo, rodeados de conventillos poblados por inmigrantes pobres y criollos empobrecidos. En la calle Tacuarí no menos que en la calle Reconquista se cruzaban con sastres, albañiles, zapateros, jornaleros, peones y las mismas planchadoras, lavanderas y costureras que trabajaban en su casa. Los sonidos de las fraguas del herrero y de los carros que cruzaban las calles eran tan familiares para los niños Bunge como los olores a trapos viejos que destilaban las casonas ocupadas por los vecinos pobres. Recién en 1899 el Concejo Deliberante conminó a los propietarios de los conventillos a instalar un cuarto de baño con ducha cada diez cuartos. Y ni siquiera esa ordenanza se cumplía.

“Me gusta ver a los chicos pobres que se juntan a escuchar cuando toco el piano. Deliciosas criaturas que son el adorno de esta calle tan tranquila. Cuando nos ven salir se agrupan en nuestra puerta y nos sonríen. Esa sonrisa es para mí un regalo. Decimos con Julia que han de mirar a las grandes señoras como nosotras imaginábamos, cuando chicas, las hadas de los cuentos. Una vez que salíamos en coche abierto para el corso de las flores, me sentí como humillada de nuestro relativo lujo, al pasar junto a un grupo de aquellos chicos. En ese momento hubiera preferido ser uno de ellos en lugar de la niña del coche”, escribió Delfina en su diario íntimo, con un sentimiento oscilante entre la condescendencia de una dama de beneficencia y una sobrelucidez libertaria.





Delfina Bunge junto a su amiga Guillermina Achával tomaron el compromiso de levantar una gruta y la capilla de Nuestra Señora de Lourdes en Alta Gracia (Córdoba) donde la escritora había pasado largos días cuando se recuperaba de la tuberculosis. En ese lugar serrano, el sábado 30 de marzo de 1952, murió repentinamente durante las celebraciones por los 25 años de la consagración de la Capilla en la Gruta.
















RICARDO GÜIRALDES: SIN LA MAGIA DE DON SEGUNDO

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 Si hay algo que debemos analizar sobre Ricardo Güiraldes (1886-1927) es que no sólo se lo debe reconocer como el autor de Don Segundo Sombra. El siglo XX que se caracterizó por una literatura de élites europeas, donde Güiraldes no estuvo ausente, lo muestra de un modo particular y conviene estudiarlo desde distintos aspectos para contemplar que, sin escapar del viejo esquema liberal “civilización y barbarie”, su espíritu estético avanzaba hacia una revisión más ligada al criollismo. Güiraldes conoció París antes que Buenos Aires y recién en 1890 toma referencia de su tierra de nacimiento. Su vida transcurre entre Caballito, donde pasa el invierno en la casa de su abuelo y San Antonio de Areco, la estancia propiedad de su padre, bautizada La Porteña. Tanto él como sus hermanos hablaban a la par el francés como el español y esa cultura de clase acomodada que le era natural y cotidiana nunca la desdeñó. En esa etapa de crecimiento , educado por intitutrices, el niño se fue formando en un clima ideal hasta la llegada a su vida de Lorenzo Ceballos, un ingeniero mejicano exiliado en Argentina, quien lo fue templando en el rigor del trabajo y lo impregnó de imágenes, costumbres y modalidades sobre las tareas en el campo, en especial el transitar de los peones de estancia. Güiraldes se recibe de bachiller, ingresa en la Facultad de Arquitectura pero no conforme se inclina por el Derecho mientras trabaja como escribiente en una secretaría de juzgado; pero nuevamente fracasa y consigue un puesto en un banco y en una casa de remates. 

 En todo momento la lectura está presente. Por sus manos pasan Nietzsche, Spencer, Michelet, Renan, Dickens, Balzac, Zola, Maupassant, Flaubert, Dostoievsky, Lugones, Darío, Campoamor, Espronceda, Bécquer, Isaacs. Es claro que el camino a seguir está ligado a la literatura. En mayo de 1910 en compañía de su amigo Roberto Levillier, viaja a París y es en este periplo donde aparece su verdadero destino de escritor.





 Hacia 1912 Güiraldes se integra en Buenos Aires al grupo de artistas y escritores que se nuclea en el taller de Alejandro Bustillo, bautizado como grupo Parera; allí es donde conoce a Adelina del Carril, la que posteriormente sería su esposa. El casamiento se realiza el 20 de octubre de 1913 en La Porteña. Aquí se produce un hecho mágico. El hombre que lleva a la futura novia hasta la estancia es un gaucho llamado Ramírez, el que con el tiempo se transformaría en la leyenda de Don Segundo Sombra.

 No debemos quedarnos con la imagen épica del viejo hombre de campo. Güiraldes es un hombre que vivió entre dos culturas pero que no perdió su argentinidad; como el mismo lo expresa: “Entre extraños aprendí a ver lo que había en mí de nacional, lo que hay en mí, no de individual, sino de colectivo común a todo mi pueblo”.

 Güiraldes transita un camino al filo de la cornisa entre un texto realista y un impulso naturalista que permite sostener su obra con un color de amanecer pampeano. En esa evocación histórica y documental está su mundo interior y el valor artístico de su obra. Güiraldes, como dijimos, es mucho más que su leyenda campera, no podemos olvidar al cuentista, al novelista de Xamaica, obra rica llena de aventuras y viajes, a su Raucho, que aparece en 1917, reorganizada a partir de Los comentarios de Ricardito, una autobiografía de la que no cabe ninguna duda, a aquellos cuentos manuscritos entregados a Leopoldo Lugones -Cuentos de muerte y de sangre- o ese relincho teatral titulado El reloj que su esposa lo desiste de publicar.







 Entre 1921 y 1922 Güiraldes escribe Poemas solitarios, publicados póstumamente, salvo los tres primeros que aparecen en Proa.

 Desde 1922 el novelista había dado un giro espiritual hacia el hinduismo.

 En 1924 junto a Jorge Luis Borges, Pablo Rojas Paz y Brandán Caraffa funda la revista Proa que lamentablemente no tiene el éxito esperado en Argentina pero sí en hispanoamérica. Desconsolado decide cerrarla y se aboca de lleno a su Don Segundo Sombra.

 En marzo de 1926 Güiraldes termina Don Segundo Sombra, iniciado en 1920.

 Su pasión por la teosofía y la filosofía oriental lo domina a punto tal que estando en París decide viajar a la India, pero ya la enfermedad de Hodgkin (cáncer de ganglios) había minado su salud y todo parece llegar a su fin. En ese momento está escribiendo El sendero y pocos días antes de su muerte le llega la noticia que fue reconocido con el Primer Premio Nacional por su Don Segundo Sombra.

 El 8 de octubre de 1927 fallece en compañía de su esposa en la casa de su amigo Alfredo González Garaño. Sus restos llegan a Buenos Aires el 27 de noviembre, son recibidos por el presidente Alvear y después son trasladados a San Antonio de Areco.

 Entre los textos que queremos recordar nos interesa El libro bravo, según Alberto Gregorio Lecot “A partir de la muerte de Ricardo Güiraldes, Adelina del Carril asume con devoción la delicada tarea de custodiar y divulgar la obra artística de su marido. Conserva entre otros papeles inéditos del poeta, los manuscritos de un trabajo inconcluso: EL LIBRO BRAVO, cuya publicación decide en ocasión del Homenaje póstumo a Ricardo Güiraldes tributado por un grupo de Sociedades Culturales Argentinas en San Antonio de Areco, el 6 de diciembre de 1936.”
Dice su esposa:

EL LIBRO BRAVO

Libro de poemas en que había de exaltar las características excelencias de los hombres de nuestra raza.
Desgraciadamente no le fue dado llevarlo a cabo en su totalidad y solo nos queda el Índice, con la enumeración del proyecto; un Prólogo explicativo y dos Poemas que dan la pauta de lo que hubiera sido EL LIBRO BRAVO si le fue dado terminarlo.
En ocasión del Homenaje póstumo a Ricardo Güiraldes que un grupo de Sociedades Culturales Argentinas le tributará en San Antonio de Areco, el 6 de diciembre de 1936, don Francisco A. Colombo, primer Impresor de Rosaura, Xaimaca, Don Segundo Sombra, Poemas Solitarios, Poemas Místicos y Seis Relatos ha querido adherirse al acto, publicando algo inédito del poeta, para ser distribuido a los concurrentes en recuerdo de este acontecimiento.
Mucho me place, para esta ocasión, cederle este manuscrito donde se evidencia el gran amor lleno de esperanza que sentía Ricardo Güiraldes por «su tierra, su raza, su nación, su pueblo».
Adelina del Carril.






El libro Bravo


Hacer los canto en primera persona, como para ser dichos por cada uno y teniendo en cuenta los asuntos que puedan ser de exaltación general.


Mi orgulloMi malicia

Mi hombríaMi sangre

Mi insolenciaMi hospitalidad

Mi enojoMi generosidad

Mi risaMi fuerza

Mi amorMi pureza

Mi corajeMi nobleza

Mi cuerpoMi comparada

Mi soledadMi dominio

Mi anarquía



Prólogo


Quiero que mis cantos, a ejemplo de los hombres de mi tierra, vivan por sí mismos y hallen en la capacidad de bastarse, el orgullo de su existencia independiente.
Quiero que mis cantos sean libres de leyes, como los hombres que llevan en sí su propio honor. Quiero que mis cantos al cantar la libertad, sean libres; al cantar el coraje, tengan entereza; al cantar la audacia, sean audaces y al cantar la fuerza, sean fuertes.
Mis cantos deben revestirse de los valores que pregonan para no mentir.
¿Cómo podría loar la audacia y ser modesto?
¿Cómo podría cantar la libertad y ser sometido?
¿Cómo podría cantar el valor y ser temeroso?
¿Cómo podría cantar la libertad enmascarándome?
Para poder ser suficiente, necesario es no haber pedido.
Para no pedir, es necesario bastarse.
Yo no soy anarquista que vive de la sociedad ni se agrupa. Para poder sostener mi orgullo, es que nunca he tendido la mano hacia dádiva alguna
Vosotros de quienes canto estas condiciones, las apreciaréis en mí.
¿Qué autoridad lleva mi mano? Ninguna. Ni tengo quien me lleve ni quiero ser llevado.
Me fui por entre el mundo a ver al hombre. La tierra era para mí «la madre» y el hombre «su hijo vencedor». Conocí las razas, las naciones, los pueblos, y así de lejos pensé siempre en mi raza, mi nación, mi pueblo.
Las razas nacieron porque fueron misterios ignotos del hombre primero, las calderas de vapor que son hoy calor hecho movimiento y han cambiado las relaciones del tiempo y la distancia. Las naciones tuvieron un origen administrativo, hicieron y defendieron sus fronteras a hierro. Los pueblos crearon ideales comunes a todos sus individuos.
Los individuos dentro de sus razas, de sus naciones y sus pueblos, tuvieron sus rostros y su alma propia, pero tuvieron también el rostro de su raza; el alma de su nación, el ideal de su pueblo.
Por eso canto; porque tengo la convicción de que al cantar, no canto yo sólo, sino que inconsciente, soy como la garganta por donde dice su palabra «armoniosa» todo mi pueblo.
Nuestra raza nació de una raza muy vieja y de una tierra muy nueva. Sangre fue su agua de bautismo y al salpicarse de rojo el damasquinado verde de la tierra, nació una amalgama de tierra y hombre, que fue nuestro parto original.
Aquella raza vieja vino de muy lejos. La trajo el viento, soplando en los gayos velámenes blancos que eran una idea lanzada al mundo.
En el hierro de sus espadas dormía el coraje pronto a vivir y en sus almas, una gran idea nueva.
La codicia entorpeció a esos hombres. Quisieron conquistar la tierra, pero fueron conquistados por ella. La torpe sed del oro maldito habiéndolos traído, los expulsaría como indeseables piratas.
Había nacido nuestra raza ya y quedaba en pie, hecha de sangre derramada y tierra invicta.
Hablo a mi pueblo porque hablo por mi pueblo.
Él es quien guía mi corazón por la mano mientras digo estas cosas. Mi palabra no es personal ni aspira a expresar sentimientos personales. Entre extraños aprendí a ver lo que en mí había de nacional, lo que hay en mí no de individual, sino de colectivo y común a todo mi pueblo. Los contrastes evidenciaron lo propio de lo extraño. La incomprensión obró como piedra e hizo nacer el reflejo que me apareció como luz, como mi luz, como nuestra luz.
Paulatinamente, al contacto de otros pueblos y pulsando en la ausencia de ciertos rasgos, cuales eran los nuestros, propios como creaciones, vi que el conjunto de pequeñas luces rechazadas, hacían una gran luz y que esa luz era «armonía».
La armonía delata la existencia de un ser completo y vi que mi pueblo era un ser completo ante el cual mis ojos se anegaron de cariño.
Me fui por entre el mundo para ver al hombre.
Sentí los límites que no se ven en el idioma de los hombres, en sus gestos. Sentí los climas y las religiones en las costumbres, la moral, el sentir del hombre.
Vi las razas en la fisonomía y las comprendí en sus modos de sentir y de vivir.
Asistí al culto de las religiones distintas y comprendí que ellas hacen en el alma de los hombres, lo que los límites en sus tierras.
Seguí andando por entre el mundo, viendo naciones, razas y pueblos, y comprendí que las razas, las naciones y los pueblos florecen en una religión que es para ellos la representación del estado perfecto y el ideal al cual tienden. En algunas partes no encontré religiones, pero sí filosofías, que es el mismo perro con otro collar.
Siempre pensé en mi pueblo, en mi raza, en mi nación.
¿Mi raza? Es una raza añeja, otrora pudiente más que ninguna.
¿Mi nación? Una tierra maternal y enorme, cuyas fronteras no son zarzas y cuya ley es amiga.
¿Mi pueblo? Un pueblo admirable de simplicidad, de aristocracia anárquica que está en peligro de claudicar.
¿Religión? Tuvo una hereditaria que se muere en mil transmutaciones y ha sido un poco barrida por el viento áspero de la pampa que es verdadera.
¿Filosofía? Aún no tuvo pensadores que le dieran un libro que fuera la tabla de su ley. Pero sí tuvo hombres que a fuerza de ser humanos, dieron fragmentariamente un soplo de grandeza uniforme.








Mi orgullo


No he insultado.
Sin embargo sé que el ala del chambergo que quiebro sobre mi frente es un rebencazo para los que miran de abajo.
Cuando canto en mi guitarra, no hago caso del mulato que babea como un novillo su envidia por los rincones.
Mi orgullo tiene espuelas que se callan en el lodo de las meadas.
Lo que respiro de pampa fluye en tranquilo empaque de mis ojos.

AbajoMi hospitalidad


Sé hospitalario.
Cuando el forastero harto de camino ponga en tu población su mirada como un cuerpo sobre los pellones del recado tendido en el campo, espéralo más allá del umbral de tu casa chata y fresca y ofrécele tu mano como un pregusto de abrigo.
Porque eres señor de tu casa, trátalo cual si fuera amo.
No preguntes quién es.
Tal vez en sus brazos pese un mal hecho, más difícil de llevar por la vida que las arrastradas nazarenas por la barrida tierra de tu patio en que van hincando su corona de espinas.
Tal vez un orgullo demasiado grande ensanche su frente bajo el chambergo cuya ala pretenciosa viene despreciando el aire que crea a su paso.
Siéntalo junto al fogón, corazón de fuego de tu morada tranquila, y dele un banco fuerte en qué asentar su fatiga.
Arrima unas brasas a sus pies para que sequen el barro de sus botas y el calor suba hasta sus labios en confianzas de confidencia.
Déjalo hablar y asiente con tu cortesía sus palabras.
Y cuando el sueño nuble de vacío sus ojos, entonces dale tu lecho y vigila su reposo tendido sobre tus pellones.
Cuando se vaya llevará consigo el regalo de tu hermandad que mejora al hombre.








Paseo

De Río a Copacabana.
Se dispara sobre impecable asfalto,
se agujerea una montaña y se redispara,
en herradura, costeando océano
y venteándose de marisco.
El mar alinea paralelas blancas con calmos siseos.
El cielo está siempre clavado al techo,
por sus estrellas;
los morros fabrican horizontes de montaña rusa...
Y la luna calavereando.


Viajar

Asimilar horizontes. ¿Qué importa si el mundo
es plano o redondo?
Imaginarse como disgregado en la atmósfera,
que lo abraza todo.
Crear visiones de lugares venideros y saber
que siempre serán lejanos,
inalcanzables como todo ideal.
Huir lo viejo.
Mirar el filo que corta una agua espumosa
y pesada.
Arrancarse de lo conocido.
Beber lo que viene.
Tener alma de proa.


Verano

Buenos Aires. Calle Santa Fe en el 900. Diciembre.
La casa abierta, respirando de noche,
todo apagado dentro.
Cielo, implacablemente estrellado, cuyo azul
de zafiro australiano se aleja,
por obra del aturdimiento luminoso que mandan
a los ojos los focos eléctricos.
De tiempo en tiempo, coches pasan,
en rectilíneos destinos.
En la acera de enfrente, una madre aparea
la obesidad de su flácido descanso
a las epidérmicas lasitudes de su hija,
que corre mano distraída sobre su muslo,
apenas suavizado por un batón rosa.
El reflejo de los focos se aplasta,
extendido contra el asfalto.
Caballito, caballito que llevas el fiacre vacío,
pareces un cuento,
infantil,
de madera.


Proa

Hace mar fuerte...fuerte...
Los egocultores decimos así a lo
que nos vence y no es el caso.
El mar arrea cordilleras renovadas,
que columpian al vapor
en cuya proa frenetizo de borrasca.
Busco una metáfora pluriforme
e inmensa; algo como fijar el alma
caótica,que se empenacha de pedrería.
¿Cómo decir?...Mar...mar...y mientras
insuflo el cráneo de espacio
para cantarle mi visión, el insolente
me escupió la cara.


Durante años en cuarentena

Durante años en cuarentena
la más leve impureza
crece en ropajes. Cubre
con brillos su vergüenza
y mientras delira en su concha
toma la forma de su encierro.

Cada perla un coágulo perfecto
para el engaño.










JORGE LUIS BORGES: LA MEMORIA DE SHAKESPEARE

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En momentos que toda la literatura universal conmemora los 400 años de la muerte de William Shakespeare, desde este espacio nos unimos a la evocación presentando este excelente video que compartimos con todos nuestros seguidores.

JACOBO FIJMAN: LA POESÍA DE LA LOCURA

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"No soy enfermo. Me han recluido. Me consideran un incapaz. Quiénes son mis jueces…
Quiénes responderán por mí.
Hice conducta de poesía. Pagué por todo.
Sentí de pronto que tenía que cambiar de vida. Alejarme del mundo. Y me aislé. Me fui de todos, aun de mí…
Hoy es la demencia un estado natural.
Todas las palabras son esenciales. Lo difícil es dar con ellas.
El delirio son instantes. Puede durar toda la vida.
Mi poesía es toda medida.
El arte tiene que volver a ser un acto de sinceridad."

"Todo lo que uno recibe es pasión". Jacobo Fijman


Nada es más doloroso que morir en un neuropsiquiátrico. Desgarra, duele, deja una herida abierta, un misterio oculto, un silencio profundo. El clima de la muerte entre los internos es una suerte de viaje que no se vive como pérdida, acaso cada uno encerrado en su mundo no habita el encierro del otro. Cada loco no es loco, no es demente, es un ser en estado de pureza.

Transcurre diciembre de 1970 (en polaco Grudzień 1970), un momento ligado a las manifestaciones de los obreros en la República Popular de Polonia. Las protestas tienen lugar en Gdynia, Gdańsk, Szczecin y Elbląg. La causa más importante golpea la decisión del gobierno sobre el incremento de los precios.

El partido comunista decide arremeter con los militares. Resultado: 39 obreros muertos. La situación da lugar a cambios en la posición de Secretario General. Władysław Gomułka es derrotado y reemplazo por Edward Gierek.

En el Hospital Borda, en el infierno del Fin del Mundo, el enfermero de turno, sin mucha desazón, anuda en el dedo del pie de un interno, la tarjeta rosa que confirma su deceso: “Jacobo Fijman, 72 años, muerto de edema pulmonar agudo”. “Otro más”, dice sin culpa. Sabe de quien se trata pero para él son todos “enfermitos”. Sí sabe que es el “loquito del violín”, que estaba allí desde hacía 28 años y que escribía poemas, pintaba y dibujaba caras.

Nadie conoció tanto a Fijman como Vicente Zito Lema. Creemos que su empatía con el poeta fue tan grande que nunca pudo reconocer su ausencia, su viaje sin despertar. Lo visitaba periódicamente y fruto de esas reuniones logro dejar muchas de las opiniones que el escritor captaba en su mundo surrealista, en su mística delirante. Una entrevista -Poeta en el hospicio- publicada en la revista Crisisde los años 70 y reproducido en Crisis Nº 49, segunda época, en diciembre de 1986, es un documento indispensable para acercarse a Fijman. A partir de su edición, el reportaje ha sido reproducido en distintos medios. El siguiente texto fue tomado de Crisis Nº 49, año 1986.





Poeta en el hospicio

Entrevista de Vicente Zito Lema

Pocos artistas han tenido en nuestro país un destino más aciago que Jacobo Fijman. A la reclusión en un hospicio por casi treinta años. Al olvido y falta de solidaridad de quienes habían sido sus amigos y compañeros en el periodismo y la literatura, se une el silencio pertinaz que rodea su obra y que apenas en los últimos años comienza a ser quebrado. Continuando en la tarea que iniciáramos hace muchos años, y sumando esfuerzos al de otros, publicamos este reportaje muy importante para acceder al mejor conocimiento y valoración del autor de “Molino Rojo”.

Jacobo Fijman. El ángel enjaulado.

-Abordemos la poesía, ese "fenómeno del estupor frente a la vida". ¿Cuál sería el elemento que la identifica? ¿Cómo se genera una vivencia poética?

-Todo se acentúa en el alma. Todo se encuentra en el alma.
Entonces el poeta a partir de la materia sensible, concretará el poema, que puede ser o no una total realización. Lo fundamental aquí es relativo y tengo miedo de profundizar en estos conceptos por las locuras que despierta.

Las mayores dificultades que nos presenta la materia poética derivan de la falta del hábito de la interpretación. Es entonces que la búsqueda del rostro de la poesía y de las vivencias en que descansa ese rostro se enmascara en un misterio que algunas veces es beneficioso, pero que siempre daña.

-Si admitimos que la poesía lleva al conocimiento, a la par de la razón, ¿podemos reconocerle atributos de la ciencia sin que por ello pierda la naturaleza sensible que la distingue?

-La poesía es ciencia. Algunos intelectuales la consideran una categoría del pensamiento inferior. Sin embargo, la fundamentan todas las ciencias. La química sin poesía se convierte en una burda y peligrosa nada, y el ejemplo se extiende a cualquier disciplina. La ciencia es de Dios, y se la cuenta como uno de los dones del Espíritu Santo: pero el Padre, el Hijo y el mismo Espíritu Santo son poetas.

-Persiste en nuestras sociedades una grave e interesada confusión sobre la necesidad de la poesía y la función social del poeta. Este, día a día, ve cuestionada la dignidad que otras culturas se le reconocía como expresión de la eterna lucha de la vida contra lo inerte. Pese a ello, los poetas siguen creando y algunos, los más decididos en asumir la conciencia de la dignidad humana, enfrentan graves riesgos. ¿Qué debe entenderse hoy por ser poeta? ¿Acaso aceptar la marginación, desafiar la muerte?

-Conforme la etimología de la palabra poeta: hacer o el que hace, el poeta es un hacedor de cada materia. Debe ser entonces integrado en la categoría de lo Divino: el poeta es un Dios. Pero no confundamos a los poetas con los que escriben libros por vanidad o se doctoran en la carrera literaria: esos mismos que se prostituyen detrás de los premios o de las famas de cenáculos: esos pobres tontos que pretenden encerrar la poesía en un cofre, como si las palabras fueran simples joyas y no lo que son: la carnadura del alma.
Esa gente no puede ser considerada realizadores de obras, creadores como lo entendían los antiguos gramáticos por ejemplo Donatus. Se olvida muchas veces que el poema para concretarse necesita de la intuición poética y ella presupone un estado despojado y muy humano del espíritu. ¿Y dónde veremos lo humano más que en el dolor ajeno?
De todas formas ya no quiero hacer más cargos a esta sociedad. El Evangelio dice: "No juzgar". Además, ¿quién conoce a nuestra sociedad?, ¿o quién puede conocer otras manifestaciones que no sean las de su demencia y su congénita maldad?
Buscar la verdad siempre es doloroso y el que no se anime jamás será poeta. Lo he escrito, estamos en el mundo, pero con los ojos en la noche.

-La verdadera poesía nos lleva como a niños de la mano hasta la reflexión; la intuición nos convoca al misterio y a partir de la emoción se amplía nuestra conciencia. Así como usted lo anunció hace años, será posible sentir "la luz entera de la mañana". ¿Sigue percibiendo la poesía de igual manera? ¿Hasta qué punto es superable la incidencia de la reclusión en el espíritu de un artista?

-Persisto en entender la poesía como un estado de ánimo antes de la reflexión. . . y en la reflexión mi alma crece, se hace ligera. . . En cuanto a lo demás, me remito a la obra poética de Aristóteles; allí continúa estando la clave. En estos momentos de crueldad en que vivimos, y que anuncian tiempos de mayor desgracia humana, deberíamos resguardar todo lo referente a la poesía como un gran secreto, un secreto de Estado. Hay que prepararse para salvar la poesía de sus enemigos. Yo he tenido una infancia poética. Recuerdo que desde niño me llamaban "el poeta". Mi cuerpo, muy temprano, se acostumbró a alimentarse del dolor. Por eso, vivir en el hospicio no puede cambiar ni limitar mis sentimientos sobre la poesía ni dañar mi espíritu más de lo que por destino le fue reservado. Pequeño sería el artista que se dejara ganar por el sufrimiento. Por el contrario, a partir de allí comienza el trabajo.




-Hablemos de sus libros, escritos hace casi cuarenta años y que con dificultad hemos podido rastrear en algunas bibliotecas. Usted publicó Molino rojo, Estrella de la mañana y Hecho de estampas. ¿Qué le recuerdan cada uno de esos títulos?

-Molino rojo me recuerda la demencia, el vértigo. Yo buscaba, precisamente, un título que significara esos estados de mi alma y reparé de pronto en un molinito viejo que tenía en la cocina. Era de color rojo para moler pimienta, y vi en ese objeto todo lo que mi poesía quería expresar.

Estrella de la mañana, en cambio, se refiere a mis estados místicos. Había sido recientemente bautizado convirtiéndome a la religión católica, y quise expresar con ese título la encarnación del Verbo.

En cuanto a Hecho de estampas, yo trataba de volver a la filosofía escolástica y, fundamentalmente, a Aristóteles. Fue en esos días cuando hice una visita al Museo de Louvre y quedé muy impresionado por los maestros clásicos, especialmente por su pintura religiosa. Más tarde, cuando contemplé en Buenos Aires unas estampas muy finas de esos cuadros religiosos, los asocié a mis poemas había una misma intención final.

-¿Cómo ubica su obra en relación al momento social en que fue escrita?

-Molino rojo aparece en tiempos en que se estaba preparando la revolución para tumbar al presidente Yrigoyen. Culturalmente, no existía nada, sólo el movimiento Martín Fierro. Era una época de pobreza atroz. Yo vivía simplemente por casualidad, Recuerdo que mi casa estaba cerca de la del cantor Carlos Gardel, quien me quiso sobornar para que hablara bien de él, sabiendo que trabajaba en un diario, pero no lo hice porque era un gran pecador.

Una vez me balearon desde la Escuela Militar. Pienso si mi internación en el hospicio no habrá sido una medida divina para que no me mataran. . . Yo por entonces amaba el ruido de las balas más que la Novena Sinfonía. Molino rojo tenía un título que atrapaba a los socialistas y anarquistas, ellos reaccionan instintivamente ante el color rojo.

Se notaba en la ciudad un estado de demencia, y en Molino rojohay una intención que empieza por la demencia. Uno de los poemas dice: "Demencia, el camino más alto y más desierto. . . "

Cuando escribí Hecho de estampas estaba en París. Allí había estallado la guerra entre los monárquicos y los demás partidos. En el fondo, todos eran unos vagos y creo que por entonces en esa ciudad estaba prácticamente prohibido ser católico.

Estrella de la mañana corresponde a la época más oscura que he conocido en este país. La gente era perseguida de la manera prevista en el Apocalipsis.

-Usted integró el movimiento martinfierrista que recogió en su seno distintas concepciones del vanguardismo de la época. ¿Identifica su obra con alguna corriente poética?

-No. lo mío está afuera de cualquier escuela literaria. Nunca seguí a nadie, aunque espontáneamente me considero un surrealista. Eso sí, distinto. . . Los surrealistas son auténticos poetas, pero blasfeman y tienen una raíz satánica. Hablo de los franceses, claro, porque aquí los que se llaman surrealistas, salvo unos pocos, parecen nacidos para coronarse detrás de algún escritorio oficial o esconderse debajo de la mesa. Después quieren disimularlo haciendo jueguitos de palabras. . . Recuerdo que en París conocí a varios de los fundadores del movimiento, aunque ya sus caras se me han borrado. Una noche nos citamos para leer poemas, estaban Breton. Desnos, Éluard... venían a ofrecerme una recepción, pero alguien o algo hicieron que se apagara la luz y no pudimos darnos ni las manos.

Con Artaud también nos conocimos en un café, en la Coupole. Estuvimos a punto de pelearnos. Yo me identificaba con Dios y Artaud, con el Diablo. Sin embargo, le tengo aprecio. Un poeta tiene que estar al servicio de Dios y si no es preferible que sirva al Demonio. Lo más denigrante es tener un patrón humano.

-Siento al conversar con usted la presencia simultánea de la oscuridad y la luz. Lo mismo me pasa con sus poemas. De niño, ese par de opuestos que siguen fascinándome los encontraba en la Biblia, aunque tomando aquí las apariencias del bien y del mal, surgiendo con imágenes bellas, pero también aterradoras. ¿Puede leerse la Biblia como un texto poético?

-La Biblia es un libro de Dios y no tiene fondo. Aunque tampoco podrá negarse que el Apocalipsis es realmente un poema terrible.

Roguemos que Dios no permita que cegados por la poesía, transformemos nuestras palabras en blasfemias.

-Usted no sólo escribe, también pinta. ¿Qué busca? ¿Cuál es el fin de su arte?

-Escribo para que mis actos se ordenen con Dios. Buscando la verdad y no la oscuridad. Es decir, escribo para Dios y mi perfección.

Dios, sencillamente lo aprueba. Y esto dicho en lengua baja, para que todos me entiendan.

-¿Y en cuanto a su pintura?

Entre mi pintura y mi poesía hay una sola mano. Por ello, las mismas concepciones.
De niño me dijeron que sería un gran pintor, entonces quemé toda mi obra. Ahora, en el hospicio pinto para purificar mis sentidos, externos e interiores, únicamente así es válido pintar o escribir. Y hasta que aquellos que se dicen artistas no lo entiendan deberían dejar estas actividades, porque están mintiendo.







El arte tiene que volver a ser un acto de sinceridad.

-En sus pinturas y dibujos, cualquiera fuera el tema y como moviéndose tras una gasa, me parece descubrir siempre su rostro. Es como si no hiciera más que obstinados autorretratos. También me provocan un desconcierto ante el tiempo, como si las obras trajeran una antigüedad que nos pertenece. Estas son algunas de mis sensaciones. Me gustaría que usted hablara de las suyas y de las asociaciones que les provocan los colores, en especial el blanco, y el rojo, los que más abundan en sus trabajos.

Sabemos que los colores centrales son el violeta y el verde, y que los periféricos son el rojo, amarillo, el naranja y el azul. Así se sitúan ante mis ojos.

-Yo siento preferencia por el blanco y el negro. Me gustaba de joven ir vestido todo de negro y con guantes blancos. Son los dos primeros colores nombrados en el Génesis: "Separó Dios la luz de las tinieblas… ”. Amo el blanco. En el palacio del castigo los reos iban vestidos de blanco. . . El negro es melancolía. Lo opuesto del blanco y de la dicha. Yo vestía de negro porque no tenía por quién enlutarme. En cuanto al rojo. ¡Ah! el accidente del aire fácilmente conjuga con el fuego. El secreto es saber cuál es el elemento.

-¿Veremos siempre en el negro un símbolo de la muerte y lo maldito? ¿No dejaremos de asociarlo con nuestra melancolía y la pena?

-Dice San Agustín en la distinción que practica sobre el Génesis: “Y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo...”

Interpretaba así a los ángeles malditos, pero no siempre el negro será el rostro de la muerte y lo negado. Podrá verse simplemente como color. La prueba está en las mismas Escrituras. Allí se lee: "negra soy pero hermosa". Los teólogos lo aplicaron a la
Santísima Virgen, que también fue negra ¡y tan hermosa!

Además, aquel que pregunta ya sabe. ¿Para qué difundir lo que los dos conocemos?

-Hace un instante, mientras citaba a San Agustín, tuve presente una imagen que se reitera con frecuencia en su poesía: "La noche de los corderos". ¿Cuál es su significado?

-Hay tres noches. La primera corresponde a los sentidos externos; la segunda, a los sentidos internos, y la tercera noche es la del intelecto. Hay algo esencial para quien se presenta ante estas noches: la sinceridad. El pecador nunca dejará de serlo.
Yo soy un muerto, pero vivo en Cristo.

Los corderos significan la unidad divina. Cuando eran sacrificados en el Templo judío, debían tener siempre un año, para representar la unidad.

¿Quién te enseñó la física? Los egipcios. ¿Quién te enseñó la magia? Los caldeos. ¿Pero quién te enseñó el misterio de la unidad divina? El pueblo de Israel.

-Mientras hablaba de su libro Estrella de la mañana usted citó su bautismo. ¿Qué motivo la conversión de judío a católico? ¿Hay en este hecho, sin duda trascendente, una pista para mejor entender el desarrollo de sus mecanismos creativos y el giro que da en su poesía?

-¿Conocer la obra sin descender a lo más profundo del alma? Pero no se trata de una conversión de judío a católico. Es, simplemente, la aceptación de la religión católica, apostólica y romana. Porque lo de judío no se pierde.

Esta particular conversión es una concesión de gracia. Dios, estoy seguro, ha encontrado méritos para concederme ese conocimiento y esa fe.

-Recuerdo que me contó que había sido violinista. ¿Cómo relaciona la música con su poesía?

-Especialmente en la medida. Mi poesía está totalmente medida y de una manera que la acerca a lo musical.

En Molino rojo hay gran influencia de la sonata de Corelli La locura. Esta sonata tiene dos formas de ejecución El loco y La loca, según sea hombre o mujer el ejecutante.

En Hecho de estampas hay influencia de los cantos gregorianos. Estrella de la mañana, a su vez, sigue la medición del latín clásico, que es toda música.

-Hay en su obra, especialmente en sus primeros poemas publicados, una constante referencia a la locura. Incluso la invoca como si fuera el camino para cumplir su destino, "el camino más alto y más desierto". ¿Por qué esa invocación? ¿De qué demencia se trata?

-Me refiero a la demencia en el sentido más total, absoluto. Hay formas de la demencia que obedecen a los nervios centrales y otras a los nervios periféricos. Pero también puede ser un castigo. El que va a nacer elige ser bueno o malo. Eso se da hasta con las vacas.

También es cierto que la mayoría de los demonios tienen la médula desviada. Cualquier enfermedad, aun el cáncer, es estado de locura. Los médicos tendrían que seguir a fondo las enseñanzas de Hipócrates, que curaba hasta con el fuego. ¡Y pensar que incluso hay gente que se alegra de estar loca!

La demencia debe ser vista desde un punto de referencia moral. A esa pobre gente que está en el hospicio habiendo pasado por lo más horrible habría que darle buena comida (aquí la comida es pésima), y enseñarles a sentarse en la mesa, a no robar, a no blasfemar. . . Hay que cambiar, fundamentalmente, la higiene. Es que el hambre, el abandono, la suciedad, las humillaciones, contribuyen al deterioro sin tregua de la criatura humana, de su cuerpo y de su alma.

Es cierto, en mi poesía invocaba la locura. Aquí se conoce la locura.

-La relación entre el arte y las crisis espirituales más profundas, esos estados que suelen calificarse de locura o demencia, continúa siendo un misterio de difícil revelación. En su criterio, ¿en qué medida la enfermedad mental puede influir en una obra artística?

-Corelli escribió su sonata La locura después de estudiar durante años esas enfermedades. Y cuando terminaba de tocar la sonata en su casa salía a la calle a conocer a la gente, viendo con tristeza que la mayoría estaban locos.

Yo he investigado el alma, también la psiquiatría. Y sé que los ciegos y sordomudos son dementes. Que los muy ricos y los que llevan uniformes son dementes y peligrosos. Y que los que visten sotanas y se llaman hijos de Cristo son los más dementes, hipócritas y demoníacos de todos.

En cuanto a mi obra, los médicos dicen que no hay en ella signos de enfermedad. Y aunque no es gente de gran entendimiento, en esto no se equivocan, ya que no hay en mi poesía nada en contra de la gramática. Pero a la vez presiento que en la poesía y en la locura hay un mismo soplo. . .

-... ¿El soplo de la inocencia?

-¡Y del espanto!

-¿Qué piensa de la obra de Artaud, de Lautréamont, de Nerval?

-En Artaud la enfermedad influyó en contra de su obra. Pero él no podía alejarse de la locura, era la locura de Satán.

Si Artaud hubiera estado sano habría estudiado la escolástica, ¡hay que estudiar!
El Conde de Lautréamont era un loco perverso. Yo leí su obra y supe de su vida viviendo en el Uruguay. ¡Que hombre pésimo! Se habla entregado a los vicios y hacía con ellos poesía. Era un monstruo. Sólo en él había locura, la del lobo que roe la frente.
Nerval en cambio era bueno. Pero se ahorcó de un farol. Le gustaban las manzanas.
Lautréamont y Artaud me angustian. Su psicología es la de los vagos Yo estaba atraído a ser como ellos, pero me salvé con la misa y los libros santos.
Lautréamont y Artaud también sufrieron. Pareciera que en sus vidas no hubo mucho más que dolor. Y ese dolor lo convirtieron con extraña belleza, quemándose en su propia conciencia, en poesía.

No debemos confundirnos. El sufrimiento de los viciosos no es noble, está muy alejado del de los mártires de Dios.

-Me cuesta diferenciar en el sufrimiento y distinguir quienes son los verdaderos mártires, los de Dios o los de los hombres. Pero además, ¿no cree que esa exaltación angustiosa de lo siniestro que encontramos en Artaud y más marcadamente en Lautréamont, adquiere finalmente un sentimiento místico, si aún se quiere culturalmente religioso?

-Lautréamont no tenía nada de religioso. Era un muerto, como diría un teólogo moralista.

Es cierto que no supo más que de penas, pero no pudo dar con la contrición, ese dolor perfecto ni con la contrición, ese dolor imperfecto al que se entregan los pecadores arrepentidos para que se les restituya a la primera gracia y continuar una vida penitencial, hasta arraigarse en un estado de paz y esperar la buena muerte.

Pero él no da señales de haber tenido ninguna instrucción religiosa: aunque nombre mucho a Dios, que lo pudiera llevar a la salud espiritual.

-¿Usted no quema sus años en este hospicio por buscar su verdad absoluta, ese Dios que lo convierta en el mismo Dios?

-Pienso que Lautréamont no hizo en su corta vida con su obra otra cosa que mostrar su desesperada necesidad de amar. Injuriaba a Dios porque lo llamaba en el amor. Exaltaba el mal porque no soportaba la hipocresía del bien.

-Tiene pasión por Lautréamont, ¿no es así?

-Los Cantos de Maldoror marcaron desde muy temprano mi espíritu. Diría más: mi creencia de que la poesía es la posibilidad del hombre para vencer el miedo a la locura y a la muerte surgieron tras la lectura de ese libro.

Voy a decirle algo que lo hará pensar. Es un secreto que he mantenido hasta hoy. Yo, a pesar de todo, quiero al conde de Lautréamont y lo voy a ayudar. Y él me conoce. Como juez he tenido que verlo. Me pidió que no lo olvidara, que intercediera por él ante Dios, que es mi amigo.

Hace un tiempo nos encontramos en otra región. Cuando lo ví estaba como despojándose del sueño, con agua y con algas, pero no con peces. Los peces se habían ido. Se mantenía muy quieto, acostado en el mar. Yo caminaba sobre las aguas y lo llamé: "Lautréamont, Lautréamont -le dije-, soy Fijman".
El se acercó y dijo que me quería, que seriamos muy amigos ahora en el mar, porque los dos habíamos sufrido sobre la tierra. Pero no lloramos, nos abrazamos y permanecimos una eternidad en silencio.

-Recuerda cómo era. Nadie pudo hablar de él con exactitud, y hasta se duda que haya vivido.

-Tenía ojos celestes de gato. Alto, varios metros. La piel azul y las manos huesudas.

-Yo soñé una vez que tenía colmillos y plumas hasta los tobillos.

-Sí. Fino y elegante, pero con una dentadura tremenda, probablemente un vampiro. Debe estar ahora no en el Infierno sino en el Hades que es el reino de la muerte.

-¿Cuál fue el peor de sus pecados?

-La soberbia. Se negó a ser un niño. Es lo que deduzco de sus escritos. Donde se hacen sentir su soledad y su desesperanza.

-Duele estar solo, mientras el corazón se apaga.

-Yo también lo estoy, aunque pienso que he encontrado a usted una buena amistad. Somos amigos -no es así?

-Para mí usted es un maestro al que respeto porque se consume en su propio desierto, ¿me entiende? Y he llegado a quererlo mucho.

-¿Puedo pedirle un favor?

-Sí.

-Sé que dentro de muy poco me voy a morir. Ya soy viejo y he sufrido lo suficiente. Pero tengo miedo de lo que me espera. No de la muerte, porque ya estoy muerto en Cristo, sino de que me abran la cabeza como hacen con todos los internos. . . ¡No quiero presentarme ante Dios cuando resucite con el cerebro dañado y chorreando sangre! Mi vida ha sido el estudio, la poesía; quiero estar hermoso, digno. . . Además va a estar ella, la Virgen, la única que no se burló de mi amor ni me rechazó. . . ¿Se ocupará de mí cuando muera? Sáqueme a toda prisa de la morgue. No deje que me destrocen, ¿me lo promete?

-Se lo prometo... ¿Recuerda que escribió "es muy larga la noche del corazón"?

-Fue hace unos años. . . Nunca imaginé que duraría tanto esa noche: tampoco que serían mis días los de un poeta en el hospicio.


Martín Paz, en una nota editada el suplemento Radar del domingo 20 de abril de 2003, expresa que “de los tributos que cada tanto rescatan la figura de Fijman del olvido, el más eficaz fue sin duda el que le hizo Leopoldo Marechal en Adán Buenos Aires, donde Fijman aparece con el nombre de Samuel Tesler.”

Marechal, por su parte, confiesó que: “quise incorporarlo a la mitología de nuestra ciudad, junto a Xul Solar, señalando su categoría de héroes metafísicos, es decir, en un nivel superior al mito.”


Leonardo Iglesias también nos presenta su mirada: En el año 1948, Leopoldo Marechal lo incluye junto al pintor Xul Solar y al escritor Macedonio Fernández en su mítico libro, Adán Buenosayres. Aquel extraño habitante de la noche parisina, que volvía de sus largas caminatas con una crónica inusual sobre algún aspecto de la ciudad, era ahora Samuel Tesler, un personaje crecido en la fealdad y la sabiduría.

La segunda mitad del siglo viene arropado en penas. Por las mañanas concurre a la Biblioteca Nacional, en donde pasa horas meditando y leyendo poesía antigua. No tiene amigos, ni refugios. Todos los que lo han olvidado saben perfectamente que está loco. Que vive apasionadamente su amor por la Virgen María y que por las noches conversa con ángeles y demonios.

En el año 1958 asiste a la Sociedad Argentina de Escritores, donde aparentemente cobra una pensión tramitada en la entidad. Sus días se parecen a todos los días. Sale del pabellón. Baja hasta el salón principal. Se sienta frente a unas largas mesas y comienza a escribir o a pintar durante horas. Aunque es incluido en las Enciclopedias y colecciones de literatura Argentina, es cruelmente ignorado, y ningún escritor de su generación sabe a ciencia cierta dónde está.

Pecado original

A partir de 1968, la vida del viejo poeta, quedará marcada por la presencia del escritor y abogado Vicente Zito Lema, a quien Fijman concederá los más lúcidos conceptos sobre el arte y la locura y en quien depositará uno de sus máximos temores. "Sé que dentro de muy poco me voy a morir. Ya soy viejo y he sufrido lo suficiente. Pero tengo miedo de lo que me espera. No de la muerte porque ya estoy muerto en Cristo sino de que me abran la cabeza como hacen con todos los internos. ¡No quiero presentarme ante Dios cuando resucite con el cerebro dañado y chorreando sangre! Mi vida ha sido el estudio, la poesía, quiero estar hermoso digno. Además va a estar ella, la Virgen, la única que no se burló de mi amor, ni me rechazó".

Luego de una extensa lucha, Zito Lema es nombrado curador de Fijman, cargo que le permite llevarlo a vivir los fines de semana a su propia casa. En 1969, un grupo de personas, encabezadas por el joven tutor del poeta, edita el primer número de la revista Talismán(íntegramente dedicada a Fijman) y a mediados de año aparecen en la revista Extra, propiedad del periodista Bernardo Neustadt, una serie de notas firmadas por el propio Fijman.

La dictadura de Onganía agoniza, la idea de una Argentina más próspera es sólo una ilusión y la violencia recrudece. Al año siguiente, Fijman es invitado al programa de televisión "La Ciudad Creadora", emitido por Canal 7. Lo acompaña, entre otros el actor Federico Luppi. En un momento dado sucede algo impensado. Fijman alza la vista, acaso como si hubiera visto la luna que tanto amaba, y dice: "Tengo que contar un secreto que llevo toda la vida conmigo". Las cámaras lo buscan, quieren el mejor plano. Hay expectativa, y como un golpe en pleno rostro, afirma: "todos los domingos, en misa, los sacerdotes comen mierda". El silencio recorre el estudio y la tensión se hace insoportable. El poeta acaba de propiciar la más fulminante declaración escuchada, por aquellos años, en un medio del Estado. Y lo sabe. Como también es consciente de que la muerte está a pasos de hacerle la última zancadilla "¿Se ocupará de mi cuando muera? Sáqueme a toda prisa de la morgue. No dejen que me destrocen. ¿Me lo promete?"- le suplica a su amigo Vicente Zito Lema.

"Poeta", Jacobo Fijman: así lo registran las necrológicas de los diarios de diciembre de 1970. No dicen nada acerca de su vida dentro del hospicio. De sus huesos comidos por un montón de soledades. Que escribió y pintó infinidades de papeles y sueños. Que amó profundamente a la Virgen María. Y que un día decidió reencontrarse con los ángeles y los pájaros, con los que tanto había hablado. Tenía 72 años, tres libros publicados, un cuaderno con dibujos y lo puesto. Nada más.








DOS DÍAS de Jacobo Fijman

Hospicio de las Mercedes. Dicen que me han traído aquí porque estoy loco. Esto es imposible. Pensar que yo he perdido la razón siendo una cosa de orden metafísico, trascendental. No puede ser. Además, he padecido hambre, sed, dormía mal, estudiaba mucho, quería mejorara a los hombres, tenía sentido del sacrificio, me redimía, amaba.

No se porqué, en una comisaría de la ciudad, me apalearon.

En uno de sus calabozos se me encontró hablando de tonalidades, del origen de la especie, del super-hombre y cantando La Marsellesa. Me había desnudado; quería ser como los hijos del sol, resplandecer de sencillez, de inocencia, de santidad.

De mañana, vino mi padre; vino hasta el calabozo, acompañado de un policía. Mi padre ha envejecido. Está más canoso. Tiembla. Tiene los ojos azules, más azules y tristes.

-¡Como, hijo! ¿ayer te emborrachaste? Pobrecito, no es nada. ¿Para que te desnudaste? Me pregunta con mucha ternura, con mucho miedo.

Yo no le digo nada. Entonces mi padre se echa a llorar.

El policía mira; tiene un aire seguro, tranquilo.

-Hijo, en la sala de espera está tu madre.

Yo no le digo nada. Interiormente sonrío y reflexiono: ¡Cómo! ¿no sabrá éste que soy un super-hombre? ¿No sabrá lo que todo el mundo: que tengo el cerebro de oro?

Por eso me pegaron en la cabeza. No me la pudieron romper. ¡Y cómo! ¿No sabe que soy el Mesías? ¿No recuerda la sesión teosófica que le di anoche? ¿No le habló Kliguer, que es poeta y teósofo, de mi lenguaje de los dioses! ¡Como! ¿y se olvidó de las tres piezas que toqué en el violín para recordarle “quien era” ? ¿No recuerda de mi “Kol Nidre”, de mi “Air” de Bach y de las “Marcha Fúnebre” de Chopin? ¡Y, cómo! ¿no sabe que mi violín es una antigua sinagoga de Jerusalén? ¿no sabe que soy el Anunciado? ¿No sabe que he escrito mi Tabla de valores?

-Vamos, hijo, vamos.

Fuimos a la sala, donde mi madre nos esperaba. El escribiente que toma nota de mi nombre, domicilio y profesión, lleva lentes. A su alrededor aparecen más policías, con su misma cara rosada, mofletuda; con sus mismos lentes, con su mismo libro, donde anotan los datos, con la misma lapicera.

Ahora todos me miran, me observan, sin duda para no olvidarme.

De pronto, el escribiente interroga:

-Profesor de violín, ¿no?

Ahora interrogan todos: “Profesor de violín, ¿no?”, y anotan lo mismo. Yo pienso: Je. ¡Profesor de violín! Gente estúpida, todavía cree en la división del trabajo.

Al rato, salimos. Es un día de sol, caluroso, 23 de enero.

La ciudad está silenciosa: sin duda la gente ya sabe que no me gusta el ruido.

-Vamos a tomar un auto, hijo. – dice mi madre.

-No, yo no voy, no, no- contesto.

Y aprieto a los dos contra mí de un modo que los hace estremecer. No quiero ir en automóvil después que he escrito mi Tabla de valores. El auto es un elemento de civilización. Yo no quiero debilitar mis pies, yo no quiero el progreso. Yo quiero la caverna del hombre primitivo; quiero a Eva, quiero la llanura, quiero el sol.

Después, les digo:

-Vamos a lo de Alberto, a mi casa de Alberto.

-Nosotros no la conocemos. ¿Adonde nos llevás?

La ciudad está cambiada, pero reconozco el camino. No se cómo, me acuerdo de los pájaros. Los pájaros tienen sentido de orientación,. Aunque la ciudad ha cambiado tanto, me digo: Encontraré la casa de Alberto.

Camino y camino. En efecto, la ciudad ha cambiado. Hay otra luz en la ciudad, velada de un color de fuego transparente, de seda. Estoy, sin duda, en otro plano.

Mi padre, con sus ojos azules, y mi madre, que tiene la cara torcida por una alteración nerviosa, me siguen. Siguen a un fantasma. Se detienen y me aconsejan:

- Volvamos a casa; a nuestra casa; no seas malo.

- No, casa de Alberto-contesto, y los obligo a seguir.

Veo el reloj de la joyería de Alberto. Veo la tabla negra del letrero, que me sugiere la idea de que los de la casa están muertos, que han desencarnado, que se han vestido con el traje de la eternidad. Precisamente, el padre de Alberto estuvo hablándome del “Ayer”.

-Buscas tu Ayer- me dijo.

Como es pelirrojo y sanguíneo, se me ocurrió, se improviso, que tiene el color de los ladrillos que hacían los esclavos faraónicos.

Vi en él algo de Triángulo. Me eché a llorar. Este hombre sabía mi angustia. Sabe que busco un sentido a la muerte. Sabe que soy el Anunciado. Lo sabe todo. Es Salomón. Los dos nos hemos encontrado. Yo soy Moisés: he aquí que mis manos tienen el cayado del profeta. Con él voy a alucinar a los que pegan a mis judíos. Somos dos antiguos que se han encontrado. Ahora, creo que el viejo me cuenta una parábola. Es verdad, al padre de Alberto le gusta hablar de parábolas y contar leyendas de la antigüedad.

Empieza a llover.

-Es fiesta- dice el padre de Alberto con un acento de nostalgia, lánguido, imprevisto.

Llueve ópalo, azul, oro, violeta. ¡Je! Estoy en Jerusalén. Ya estamos en Jerusalén. Salgo corriendo de la casa de Jaime Berg, padre de mi amigo Alberto. Debo anunciar algo: leer mi Tabla de valores. Soy el Anunciado. Voy a darle un abrazo a Kliguer, el poeta teósofo que muchas veces me ha dicho que soy más anciano que él. Tenía razón. Soy el Mesías. Anunciaban que vendría después de la guerra.

He visto a Kliguer en la redacción del “Ydische Zeitung”. Me recibe en su gabinete de corrector de pruebas. Le hago “señas”.

-¿Hablas el lenguaje de los dioses? – me pregunta.

Sigo haciéndole señas.

-¡Qué lastima que no tenga una flor para darte!

Sigo haciéndole señas. – Bueno, ve, anda, si no quieres decir nada.

Entonces le hago un gesto significativo, como diciendo: -Kliguer, te espero mañana en las barricadas- Y golpeando el suelo furiosamente, salgo de la redacción.

Son las cinco de la tarde. La tarde es turbia. Ha refrescado.

Ahora voy a lo de Giacosa con un candado sobre la puerta. Ya debe de estar preso. La policía ya sabe que mañana estalla el caos. Me echo a reir y grito:

-¡Yo soy el anunciador de la tempestad!

En la calle hay poca gente. Se cierran las casas de comercio. Camino por la calle Corrientes, risueño, gozoso.

Veo un judío de barba; usa pastillas de patriarca, anteojos negros; viste de levita negra. Lo reconozco. Es el padre de un muchacho sionista. Se llama Stein.

-¡Ah!, si él supiera que yo soy el Mesías.

Ya lo he perdido de vista. Sigo caminando. En la trastienda de una sastrería hebrea están dos sastres que perecen ser los dueños, y Moicha, un conocido violinista de piezas típicas de casamiento. Los dos sastres son morenos, afeitados, gordos; usan anteojos de carey , son de mediana estatura, algo encorvados; Moicha, el violinista, es rubio, calvo, flaco, rasurado; lleva una vieja levita de un negro desteñido que tira a verde. Ninguno de los tres me conoce, pero yo si los conozco; los he observado muchas veces. Están examinando un violín; me parece que Moisés también se dedica a revender violines. Me detengo y los miro. Después me acerco a ellos. Pido el violín. Me miran curiosos, asombrados. Pruebo el violín cual un consumado luthierista, golpeando en la tapa y aplicando el oído por si se percibe la vibración simultánea de las cuatro cuerdas.

Dicen en yergón:

-Parece que se entiende.

Me hago el ingenuo y les digo:

-Este es un instrumento hebraico.

-Si, si- dice uno.

Y otro, en yergón:

-Sabe, sabe.

-Hoy es día de la raza, ¿no?- les pregunto.

Todos me miran azorados. De pronto pego un formidable puñetazo sobre el mostrador, gritando:

-¡Llegaremos!

Ellos tres gritan horrorizados:

-¡Está loco!





Salgo corriendo, lanzando carcajadas terribles, ásperas, sarcásticas. No saben que soy el Mesías. No me presienten. Todavía tienen miedo. Esperan. Sigo caminando. Y he hecho un trecho enorme. Estoy cerca del barrio de Flores. Ahora me voy a leer mi Tabla de valores a Enriqueta Gómez, una grande alma solitaria.

No se quien la llamó Luisa Michel o la comparó con ella. Me parece que estoy enamorado de Enriqueta. Tengo que leerle mi Tabla. Se alegrará mucho. Hace tiempo que no la veo. Además tengo que decirle que estoy enamorado de Carolina Mendoza. Ella debe de conocerla. Algo tengo que contarle.

Carolina es una muchacha rara; le gusta enamorar a los hombres y después volverles la espalda, como hizo con mi amigo Berman. Posiblemente, si Berman no se hubiera enamorado, ella seguiría siendo su amiga. A mi me tiene miedo. No me tiene odio. No, a mi me ama. Tampoco. Conmigo le gusta hablar sobre pesimismo.

Carolina es escéptica, amarga, pesimista. Carolina sabe más que el padre, un abogado que no ejerce, tolstoyano, que cree en la moral, no cree en Dios, es enemigo del Estado y ha publicado sobre moral veintidós tomos.

La madre de Carolina es una mujer pequeña, flaca, neurótica. Habla de melancolías, de flores, de la provincia natal, y es enemiga del matrimonio. Ahora vive sola con Carolina. Odia al marido. El, a su vez, también la odia. Todos ellos se odian. Me causan risa. Carolina tiene unos hermanos pelirrojos que la detestan. La llaman perversa. Son bolcheviques. Trabajan en una fábrica. Hablan mucho. Dicen cosas disparatadas. Son pelirrojos e impulsivos. Pero yo amo a Carolina. Voy a decírselo a Enriqueta Gómez, que me comprende. Pero también estoy enamorado de Sofía y compadezco a Emma. Amo a Sofía desde que hablé con ella en la Maternidad.

Tiene ojos de ensueño. Me acordé de Schumann. Oí música. Consulté con ella sobre Carolina.

-Yo soy muy franca- me dijo. – Esa muchacha tiene mas inteligencia que sensibilidad.

-Siento que me vienen desmayos. Sofía me mira con sus ojos de ensueño. Estoy enamorado. Me muero. Oigo música de Schumann. Estamos enamorados. Entra Emma con su hermana, que practica en la Maternidad. La hermana nos dice, sorprendida:

-¡Oh! ¿qué les ha pasado?

Sofía y yo estamos en silencio.

Me voy con Emma. Emma está triste; ama y no ama. No quiere casarse con un judío de Entre Ríos porque es ordinario, bruto, feo.

-Me consolaré con ser madre –va diciéndome Emma.

Emma es buena y fea; quiere estudiar medicina.

-La vida para mí no tiene objeto.

-Para mí, sí -le contesto.

-¿Por qué? -me pregunta.

-Porque dos y dos son cuatro.

Pasamos cerca de la Penitenciaría Nacional. Me parece que hago una seña. Con ella quiero decir: “Mañana, a primera hora, larguen los presos. Mañana Beethoven dirigirá en el estadio la Novena a coro”. Emma me habla de Fanny. Fanny me quiere mucho. Es rubia, tiene ojos azules; dice que soy un tipo original. Fanny me ama, me adora, me comprende. Voy a decírselo a Enriqueta Gómez para asombrarla.

Un día me preguntó si alguna vez estuve enamorado. Una noche volví cansado de vagar y soñé que Enriqueta Gómez me daba un abrazo de alma, un abrazo inmanente, un abrazo de alma extraordinaria.

Ya estoy en la casa de Enriqueta Gómez. Sale una señora de luto. Me dice que Enriqueta Gómez no está. Me siento sobre un montón de ladrillos a esperarla. Yo venía a anunciarle que mañana estallaba la revolución; pero ella debe de estar preparándose, si es que no está en la cárcel. Pero necesito leerle mi Tabla de valores para que tenga ánimo en las barricadas.

Ya son las nueve de la noche. El cielo es claro; las estrellas brillan. En todas partes levantan barricadas. Una alegría cósmica inunda. El ambiente está perfumado. De pronto, unos niños se acercan, y me tiran piedras. Me echo a caminar. Sólo encuentro mujeres de ojos negros, ojos tristes de horror. De fijo que es la hora. En este momento anoto no se qué impresión en mi Tabla. Me encuentro con unas mujeres hermosas, divinas.

-¡Oh, un poeta! –exclaman y se acercan para observarme. Miro el cielo. El cielo está cada vez más azul, más alto, más lejano. Camino y camino.

Estoy cerca de Palermo. Es verdad que soy Beethoven y tengo que dirigir la Novena Sinfonía. Ya los músicos están reunidos. Visten de negro. Visten de negro, porque saben que es el color que más me gusta. Hay un gentío enorme. Ruido, mucho ruido. Los fulmino a todos con una mirada amenazadora, lanzando rayos, anatemas. No saben que soy Beethoven. Los músicos están preparados. Empiezo a dirigir a distancia. Ahora todos escuchan en un silencio religioso. Algo trágico, milagroso, presienten. Después de la Novena, pienso, sólo falta consumar la gran obra: la Revolución Social. Yo soy Beethoven; “Ayer” usaba trapo rojo; hoy soy el mismo. Soy el Cristo Rojo. Por fin termina la sinfonía. La multitud estalla en aplausos, delira. Se oye un trueno. La gente escapa. Alguien grita:

-¡Es dinamita!

Hay un desbande. Alguien me ha tirado una flor roja. >Ese alguien me ha reconocido.

-Es la hora –pienso. –Yo soy el Cristo Rojo.

Los rayos se desdoblan en el espacio. Ya no hay estrellas. Ya no hay gente. Llueve.

Me vuelvo a mi casa. El portón negro del palacio en que vivo se abre empujado por una mano misteriosa. Ah, si, ya sé, es Chernichevski, el espíritu del jefe de los nihilistas, que me abre la puerta. Entro a mi casa. Todos duermen. Duermen en el suelo; se explica, hace calor, mucho calor. De pronto, me detengo a contemplar a mi hermanita Fedora. Todo su cuerpo es blanco, de mármol, de diamante. Veo sus envolturas astrales. ¡Dios mío, la inmortalidad del alma es un hecho! Ahora, por fin, siento la alegría de vivir. No se muere nunca. Se “es” eternamente. Bienaventurados todos nosotros. Aleluya. La vida tiene sentido; la muerte tiene sentido; todo tiene sentido. Pienso que todos los cuerpos de mi casa contienen espíritus antiguos, superiores. Evohé, toda Grecia está en mi casa.

Tengo sed. Es verdad que hace varios días que he decidido no comer, porque eso de comer es cosa de bestias. No hay que ser bestia. Hay que ser un dios, algo más y siempre más.

La canilla de la pileta resplandece. Me digo: “Es de oro”. Ahora todo es de oro. Se explica; yo, el super-hombre, encontré la piedra filosofal. La piedra filosofal la descubrí en el sonido. Soy el alquimista de los sonidos. Ahora todo es de oro puro. Todo se ha purificado. Todo brilla. Ha llegado la hora del alba eterna, del alba esperada. Homero ha vuelto a reencarnarse para mi fiesta. Pues bien, bebo. Bebo agua. Son las últimas gotas de agua que beberé, nada más que para limpiar mis órganos de oro, los órganos eternos; los órganos que no saben del bien, ni del mal, ni de la virtud, ni del pecado; los órganos del Integral, del Superhombre.

Entro en la cocina. Está clara, limpia. La lamparilla eléctrica es de color rojo y amarillo. Debe de ser una comunicación de Moscú. Recibo noticias secretas que contesto.

La luz recta de un reflector, con un aliento monstruoso, enfoca la ciudad. Mi cuerpo exhala, poro tras poro, aromas distintos y penetrantes. Estoy en la gloria. Desde el fondo de mi ser brotan aleluyas. Mi ánimo se resuelve en misticismo. No me entiendo. Tengo la certeza del otro espacio, del otro. El alma existe. Dios existe. Yo existo. Nada muere.

Un instante después me limpio la boca con una papa. Mis dientes están blancos, blancos muy blancos. ¿Qué más quiero? Sólo habría que comer papas. Mi amigo Berman estuvo un tiempo comiendo papas y dedicándose seriamente a reflexionar.

Soy feliz. La felicidad es mía. Tengo paz, seda, dulzura en mi sangre. Ya no soy pesimista.

En eso entra mi madre.

-¿Qué haces? –interroga.

-Mire, mire: ¡qué limpia tengo la boca!

-Es cierto –Y luego agrega: -¿Dónde has comido?

Yo por respuesta sonrío; sonrío misteriosamente. No, no; desde luego mi madre no sabe quien soy yo. Lo que me asombra en ella es su lenguaje de compasión y dulzura para conmigo:

-Bueno, vete a dormir- me ordena.

-Después.

Ella se va meneando la cabeza, pensativamente. Todo está en silencio. Me deslizo como una sombra y salgo. Tampoco dormiré más. Ni comer, ni dormir, nada de las dos porquerías.






Estoy en la calle. Camino. Recuerdo que debo estar en mi “soviet”. Mi “soviet” está compuesto por Pardo, Berman y Soria. Los tres ilustrados. Los tres son revolucionarios. Los tres son pesimistas. ¿Cuál de los tres es más pesimista? Pardo, porque ama el color gris y tiene ojos tristes; pero cree en el amor. Berman no cree en nada, pero tyi4ene pasiones con alternativas que dan miedo. Soria está casado. El pesimista soy yo. No; el pesimista es Enrique Pitzberg, un muchacho medio feo, con algunos dientes de menos y atacado del mal metafísico. No cree en nada; todo está mal; todo es inútil; los hombres son perversos, las mujeres son idiotas. El universo está mal construido. Tales de Mileto se equivocó en su teorema sobre la construcción del mundo. Todo es imperfecto. La perfección es inútil, porque Kant, porque Fichte; porque Descartes; pero Bacon, pero Sócrates, pero….

No, éste tampoco es pesimista. Y, aunque lo fuera, no lo entiendo. Pesimista es Tartessi. Tartessi es un muchacho que se le ha dado por usar barba. Es un temperamento apasionado, latino; y es neurótico. Lo es su madre, su hermano el violincelista y sus hermanitas. El está en pleno pesimismo. Lee a Leopardo, el Eclesiastés; pero estudia el yargón, porque se ha enamorado de una violinista judía. Ahora ya no está enamorado. Quiere irse a Norte América, a Italia o al campo.

No, tampoco Tartessi es pesimista. Pesimista es un ex -fraile amigo mío, un tipo erudito, vagabundo. Lee mucho; y come donde puede. ¿Dónde estará? Debe de estar también pero, porque dijo el otro día a voces:

-Moscú es la capital del mundo.

-Montenegro- le dije- cuando llegue la hora, habrá que matar, matar a muchos, sin miedo, sin piedad.

-¿Matar? Yo no sé matar- me contestó.

-El que no mata en la hora de la revolución, la hace fracasar.

-Yo sólo aspiro a ser comisario de instrucción pública.

He notado que casi todos los eruditos aspiran a lo mismo. Se creen que porque saben latín y griego deben regir los destinos de la cultura. ¡Qué bestias! Son los que dicen: “Hemos llegado demasiado tarde”, y quieren volver a la Edad Media o al Renacimiento. Son unas bestias. No tienen sentido histórico. No sirven ni para esta época ni para los tiempos de Maricastaña. Ah; pero Montenegro lee a Stirner y a Nietzsche. Es un tipo disolvente. Ha sido fraile y, desde luego, es un peligro para la revolución. El hábito de la hipocresía, de la simulación, no se saca así nomás; queda, está prendido de cada nervio, de cada arteria, de cada mano. Montenegro s una bestia. ¿Para qué usará esa capa y esa barba que lo hace semejante a Stendhal? Por economía. Por taparse la mugre: la capa; y la barba, efectivamente, por vanidad. Pero Montenegro entiende mucho de pintura. Es uno de esos tipos que hablan que hablan mucho de estética en los cafés y que tan bien han pintado los Goncourt. (Los Goncourt no hablarían mucho, pero escribieron mucho, demasiado.) Ah, pero el pobre Montenegro también busca algo. Es un atormentado. Tengo que iniciarlo en teosofía y estará salvado. ¿Pero dónde está Montenegro? ¿Y Kerchman, el pobre vagabundo judío, sin hogar, sin amigo, sin nada? Dicen que tiene talento. Su cabeza es blanca; sus ojos dulces y la cara rosada. En verdad, es inteligente. Kerchman es un pesimista, un doloroso, un atormentado. El es el único que no cree en la revolución ni en los revolucionarios. Los odia, los desprecia, los compadece. Kerchman se ha ido lejos, muy lejos. Quizás a pie, cantando una lamentación de las que oyó en las estepas.

Ya se inició el nuevo día y estoy en la calle. A eso de las 10 me encuentro con Boris Goldman, un muchacho de cara pequeña y movimientos bruscos. Toca el piano y está componiendo una sinfonía para mil músicos. Es un muchacho que, según el padre de mi amigo Alberto Berg, tiene mucha memoria; entonces es posible que no se olvide de componerla. Me habla y se me ocurre no contestarle. Se va disgustado. Ahora resuelvo, no sólo no comer ni dormir, sino también no hablar más. ¿Y para qué es, pues, mi lenguaje de los dioses? Soy el Super-hombre; el Mesías.

Después he visto a Berman, al padre de Berman, un hombre silencioso y bueno. Me habla y no le contesto. Encuentro a Soria, a Pardo, y a Muñoz, un muchacho anarquista con todos los defectos de tal; y encuentro a Tartessi. Todos me hablan y no les contesto. No debo hablar más el lenguaje vulgar y tonto. Soy, pues, el Super-hombre.

Llega la noche. Recuerdo unos terribles golpes sobre mi cuerpo, una comisaría, gritos, cantos, ¡qué se yo!.... Ah, es verdad, estoy en la casa de mi padre Jaime Berg.

El me había abandonado en Rumania; una de esas cosas que ocurren en el mundo: un devaneo, un amorcillo. Samuel Lejtman no es mi padre; él sólo me ha criado.

Mi madre adoptiva me sacó de la cuna. Con razón la que yo creía mi madre no tuvo hijos durante nueve años. Por eso me adoptaron. Todo termina bien. Estoy en la casa de mi padre Jaime Berg, mi verdadero padre. Pero a las tres de la tarde vamos a lo del psiquiatra José Ingenieros, a discutir posiciones revolucionarias. Veremos cómo se resuelven. Nos acompañan Samuel y Alberto; yo voy con mi padre Berg.

Entramos a lo de Ingenieros. Le hacemos unas señas misteriosas que comprende y contesta. Ya sabe quién soy y quiénes somos. Nos despedimos. Al despedirme pego un golpe con el pie, y grito:

-¡Yo soy el Cristo Rojo!

Ingenieros me golpea el hombro, diciendo:

-Epa, amigo, aquí no se grita.

Está bien, comprendo, es una orden parta las barricadas. Salimos. Toda la ciudad arde. Es el gran día. Pasamos por la escuela Roca. Oigo cantar el himno de los trabajadores. Veo piedras rojas: barricadas. Grito:

-¡Viva la revolución social!

-No grites- me interrumpe papá Berg.

Bueno, la revolución está hecha.

Hemos vuelto a la casa de mi verdadero padre. La casa está en silencio y triste.

-Ahora, a dormir -me dice mi “verdadero padre”, que me lleva al cuartito donde duerme Alberto. Allí me desnuda y me hace acostar en una cama plegadiza. El cuartito es oscuro. Hay muchos baúles. No hay dónde moverse.

-A dormir, a dormir -me dice por última vez y se va, bajando una escalerita de hierro.

Ya no oigo sus pasos. Duermo. A los pocos minutos me despierto, y me siento sobre la cama. Hace un calor insoportable. Tengo toda la sangre en la cabeza.

-¿Dónde estoy? -pregunto.

Nadie me contesta.

-¿Quién me ha traído aquí? -vuelvo a preguntar.

Anoche me pegaron en la comisaría, recuerdo; aquí tengo algo, adentro, en la cabeza. Me pesa y no me pesa. Todo es rojo. Veo mal, distingo mal las cosas. Vuelvo a acostarme, pero no me duermo.

Viene mi verdadero padre y me dice:

-Tienes que tomar esto- y me ofrece un líquido en una cuchara.

-No, no quiero.

-Toma, toma, te lo manda Ingenieros.

Miro el líquido que contiene la cuchara. Es rojo. Ah, si, debe de ser una receta “bolchevike” que me manda Ingenieros. Pruebo; es dulce. ¡Qué porquería! Ingenieros debe de haberme “tomado el pelo”. Ingenieros es una bestia. Debe de ser la cuchara que se les da a sus iniciados de “La Siringa”.

-Bueno, a ver si por fin te duermes- me dice papá Berg.

Duermo un rato. Oigo la voz de mi hermano que está abajo. Mi verdadero padre le pregunta a mi hermano David:

-¿Tenía muchos amigos?

-Yo no sé. Creo que sí. Del que siempre hablaba era de Berman. Berman de aquí Berman de allá. Para él no había mejor amigo que Berman.

Hablan de mí como si hubiera muerto. Vuelvo a dormir unos minutos.

Abajo hablan dos mujeres; la señora de mi verdadero padre y una que, por la voz, se me figura que está vestida de luto.

Dice la señora de luto:

-Y bien, ya que murió, que en paz descanse. ¡Qué lástima! Tan joven…

-Murió anoche. ¡Qué se va a hacer!-añade la señora de mi verdadero padre.

De manera que estoy muerto. He muerto anoche. La paliza que me dieron era para hacerme desencarnar. Ahora lo comprendo todo.

Oigo llorar a mi amigo Alberto. Verdaderamente estoy muerto. Me consuela, no obstante, pensar que estoy vivo, que la inmortalidad del alma es un hecho. Estoy flotando en el cuarto.

A media noche veo que mi hermano David está cerca de mi cama. Me está velando. Me duele el estómago. Bajo las escaleras. Vuelvo a subir.
-¡Jé! Mi hermano no se ha dado cuenta.

Ha estado velando mi cadáver. Ha bajado, y ha vuelto a subir “mi fantasma”.

Duermo. Me despierto preguntando por Rosa, una amiga mía.

-Yo soy David y no Rosa. Duerme –me contesta mi hermano.

¡Qué raro es todo! Este cuarto suspendido en el aire, no sé cómo, se sostiene. Los baúles son sospechosos. Ah, si: uno es para mí; y el otro es parta Alberto. Nos vamos en aeroplano a Moscú, porque el gobierno de aquí nos persigue. No, me iré con mi “padre”. El no se llama Berg; él es Trotski. Va y viene de Moscú cuando le place. Yo soy Lenin. Ahora todo se explica, se aclara.

De mañana viene a verme la señora de mi padre. Me habla con dulzura y me “ceba” mate.

-¿Está bien el agua? –me pregunta.

-¡Más caliente! –le contesto.

-Bueno, voy a calentarla.

Al rato vuelve.

-Y ahora, ¿le gusta?

-¡Más caliente! –le grito.

-¡Pero, si está hervida!

-¡Más caliente, más caliente! –le grito repetidas veces, lanzando terribles carcajadas.

Ella se va, o no se cómo desaparece. Todo pasa como en un sueño. Los dioses están contándome un cuento shakesperiano.

Sobre la mesa de mi cuarto hay una lamparita azul con el tubo roto. Reconozco la lamparita; Samuel Lejtman me la tiró una vez, porque nos enfadamos….
Instantes después viene Samuel. Me limpia la cara con un pañuelo que huele a tabaco, a miseria, a no sé qué.

-¡Fuera, fuera!- le grito.

Él llora, llora como un niño.

Vuelve a acercárseme; le doy un puñetazo. Se va.

Después viene Neje, la que me ha criado, mi madrastra.

-¡Fuera! Tú quieres plata, sólo quieres plata.

Ella llora. Aquí todos lloran. Todo el mundo llora. Se va. Este cuento de los dioses es muy triste. Es como la vida…..

Luego sube Rebeca, que viene con la sirvienta; pero no es la sirvienta, es Luisa, una amiga de mi infancia, que hace diez años que no veo y que ha venido de Norte América a visitarme. No, es Lina, una amiga mía de Mendoza. No, es Octavia. Rebeca me da los buenos días y se va. Se va Luisa o Lina u Octavia. Lina se parece a Cristo. Es rubia; tiene ojos azules. ¡Cómo cambia el tiempo hasta las finosomías!

Ya no están en mi cuarto. Se han ido. Se oye sonar el piano. Mi padre grita. Es la hora de comer. Alberto llora. No comprendo. La voz de Samuel me dice:

-Israel, ¿quieres comer con nosotros?

-No. Yo no bajo. ¡Yo subo! ¡Vivan las alturas!

-Mire, Berg. Nuestros hijos, nuestros, ya no son judíos; no nos sabrán rezar el “Kadisch”-le oigo decir.

-¡Cómo! ¿No dijiste tú que cuando murieras te levantarías de tu sepulcro para rezarte tú mismo el dichoso “Kádisch”? –le digo.

Todos ríen.

Ahora duermo. Duermo profundamente. Estoy en el Egipto. Me han encerrado en la Esfinge. Debo colgarme de los anillos de Saturno para salvarme. Ya estoy colgado. Soy un caldeo que observa las estrellas.

Ya estoy en el espacio. Los anillos de Saturno me han salvado. ¡Qué lejos está la tierra! ¿De qué encarnación me acuerdo? Estoy saturado de una luz azul. Sólo me falta la escala de Jacob. Me he salvado. Mi salvación es eterna. ¡Cómo canta el mar, un mar que debe estar lejos, entre unas nieblas de ensueño!

Ha pasado tiempo, mucho tiempo. ¿De qué? No recuerdo. ¿Para qué ha pasado el tiempo? Ya es tarde para volver, pero volver, ¿a dónde volver? No lo sé.

Deben de ser las dos o tres de la tarde. Me despierto para dirigir las barricadas.

-¡Yo soy el Cristo Rojo! –grito azuzando al pueblo enloquecido.

Desde aquí veo que Enriqueta Gómez lleva la bandera roja. Estamos en la plaza.

Dirijo la batalla. Hay olor a pólvora. Suenan las ametralladoras. Pisoteo y grito como un endemoniado.

Estoy otra vez en cama. Me han herido. Estoy agonizando. Viene a verme un médico. El médico me examina. Según parece, no sabe lo que tengo.

Ahora está a mi lado Alberto, que escucha mis aventuras.

-¿Te acuerdas?, me caí al agua, allí, cerca de la Asunción… Me salvó Tomás Mendoza, un militar, camarada del coronel Jara. Me sacó del agua por los cabellos. Mi canoa chocó contra un vapor. ¿Cuándo trajeron mi cadáver?

Alberto se desternilla de risa. Me habla de no sé qué cosa. Pero ahora descubro que yo estaba equivocado. Alberto Berg soy yo; él es Israel Lejtman. Yo tengo esa enfermedad del corazón; yo uso lentes; yo soy gordo; yo soy hermano de Rebeca. Yo he estado esperando que mi madre volviera de Europa, donde la ha sorprendido la guerra. He llorado mucho, mucho por ella. Me saco los lentes y los limpio. Me los vuelvo a poner. Israel Lejtman se va.

Ya es de noche. Sube mi “padre”.

-Vístete –me dice.

Y él mismo me viste.

-Vienen a buscarte unos amigos en auto.

-Será Pardo –pienso.

Estoy vestido con mi traje negro. Mi “padre” no encuentra mis zapatos.

-Vamos así, no importa. Total vas en auto.

Abajo veo un bombero. Una lamparilla eléctrica brilla en la joyería. El bombero está acompañado de dos amigos que han venido del puerto de Murtinho, del Brasil.

Le grito a uno:

-¡López!

-¡Wilhelm!

Me abrazan y me llevan fuera. Subo a un auto. En el pescante se sienta Israel Lejtman. Mi padre Berg se va. Creo que llora. Se cierra la puerta de la joyería. La ciudad tiene mucha sombra. Todas las sombras de la ciudad se mueven, se contraen. Canto trozos de ópera. Los tranvías se detienen al paso de nuestro auto. Por una larga avenida entra la ciudad de Asunción del Paraguay. De pronto el auto se desvía…

Pienso: “Nos han traicionado. ¿Quién? no lo sé”.

Estamos en el manicomio.

-¡Oh, miren, un loco! –grito señalando a un sujeto. Esta es la casa del loco Cabred. Allí está el árbol de la ciencia del bien y del mal.

El auto se detiene. Me bajan teniéndome de las dos manos.

Dice un policía:

-Aquí traemos a un individuo que dice ser el Cristo Rojo y que padece del mal de la anarquía.

En la puerta hay dos loqueros. Un médico ordena, tranquilamente:

-Pásenlo.

Me desvanezco. Estoy muerto…

Pero a media noche….




De Molino rojo

CANTO DEL CISNE

Demencia:
El camino más alto y más desierto.
Oficios de las máscaras absurdas; pero tan humanas.
Roncan los extravíos;
Tosen las muecas
Y descargan sus golpes
Afónicas lamentaciones.
Semblantes inflados;
Dilatación vidriosa de los ojos
En el camino más alto y más desierto.
Se erizan los cabellos del espanto.
La mucha luz alaba su inocencia.
El patio del hospicio es como un banco
A lo largo del muro.
Cuerdas de los silencios más eternos.
Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío.
¿A quien llamar?
¿ A quien llamar desde el camino
tan alto y tan desierto?
Se acerca Dios en pilchas de loquero,
Y ahorca mi gañote
Con sus enormes manos sarmentosas;
Y mi canto se enrosca en el desierto.
¡Piedad!


ALDEA

Mi blanca soledad
Aldea abandonada.
Revuelo de perezas
Sobre la torre de un anhelo
Que tañe sus horizontes.
Pintadas negras de la desolación.
Yunques abandonados y puentes solariegos.
Se ha sentado el dolor como un cacique
En el banquillo de mi corazón.
Las lluvias estancadas de mis sueños
Se han cubierto de musgo.
En el horno apagado del silencio
Mis frutos maduraron
Estérilmente.
Perdí mi itinerario en el desierto.
¡Hospedería triste de mi vida
en donde sólo se aposentó el azar!
En una pradería de cansancios
Balan estrellas mis ovejas grises.
Lugarón sin destino;
Las calles andariegas
Beatas de mi ser
Son manos
Contemplativas
Que van perdiendo soles...


CIUDAD SANTA

Tres gritos me clavaron sus puñales.
Paisaje de tres gritos
Largos de asombro.
¡bromearon los sudarios del misterio!
Fuga de embotamientos;
Suspiros
en la niebla inmovilizada.
Cipreses.
Bronce de los terrores
Informes, fragmentados.
Mueren caminos
Y se levantan puentes.
Un árbol se transforma
Cerrando sus pupilas.
Caen medrosamente las palomas
Angélicas del sueño
En las uñas heladas del espanto.
Un infinito horror
Manaba en mis entrañas
En un himno de muerte.


COPULA

¡Nos unió la mañana con sus risas!
En las rondas del sol
canciones de naranjas.
Danzas de nuestros cuerpos
Desnudos- rojo y bronce.
El olor de la luz era sagrado:
Música de horizontes,
Espacio de paisajes-
Rojo y bronce-
Ruido de melodías,
Himno de soles,
Eternidad
Y abismo de la dicha
En la alegría loca de los vientos.
Canciones de naranjos
En la piedad de los caminos.
¡Todas las aguas del silencio
rompimos en la danza!
Dicha de los abrazos y los besos;
Toda la gloria de la vida
En nuestros pechos
Jadeantes y ligeros;
Nuestros cuerpos: auroras y ponientes
En la alegría loca de los vientos.
¡El corazón del mundo en nuestra boca!


MORTAJA

Por dentro;
Atrás el rostro.
¡El pasado aniquila!
¡Es en vano que encuentre una herradura
en el estanque turbio de mi imaginación!
El árbol ha cubierto de palomas
mi soledad; pero es en vano.
Desnudo
Siempre estoy como una llanura.
Para buscar un cerro
Miro las multitudes.
Estoy siempre desnudo y blanco;
Lázaro vestido
de novio;
una mortaja viva
entre el ayer eterno
y el eterno mañana;
una mortaja viva
que llora en mi garganta.


EL "OTRO"

Tarde de invierno.
Se desperezan mis angustias
como los gatos;
se despiertan, se acuestan;
Abren sus ojos turbios
y grises;
abren sus dedos finos
de humedad y silencios detallados.
Bien dormía mi ser como los niños,
y encendieron sus velas los absurdos!
Ahora el otro está despierto;
Se pasea a lo largo de mi gris corredor,
y suspira en mis agujeros,
y toca en mis paredes viejas
un sucio desaliento frío.
¡La esperanza juega a las cartas
con los absurdos!
Terminan la partida
tirándose pantuflas.
Es muy larga la noche del corazón.


VÍSPERAS DE ANGUSTIA

Atmósferas de marasmo despedazan mis ademanes.
Pasos furtivos
en los malditos huecos de mi ser;
desolaciones alteradas.
Azar; ideas fijas.
Revolotear de músicas celestes.
¿vísperas de una nueva angustia?
Sospechas.
Soy de los que no vuelven, hermanos míos.
Atmósferas de marasmo
en torno del más fragante pino.
Amor, alégrame el camino.
¡los fuegos fatuos!
¡Quebrantaré la vida por mi vida
por el imposible contacto de la eternidad!
Pasos furtivos
en el hueco de mi ser;
yo soy el prometido, el anunciado.
Revolotear de músicas celestes.


SUB-DRAMA

Desolaciones.
Altos silencios
Que balancean sus cabezas truncas
esencialmente.
Han caído mis esperanzas
como palomas muertas.
Desbandes.
El canto de mi mismo se alucina.
Cristales rotos.
Murga carnavalesca.
¡las risas rojas!
Cifras desafinadas y arbitrarias;
¡el dolor más eterno!
Me trasvasa el espanto sus caminos.
Pavor de candelabros;
Romance de agonía.
¿Quién soy?
Ha perdido su espacio
completamente el universo.
Se cierran las estrellas en mis ojos.
Nadie y nada.
Terribles apariencias
aplastan el cristal de sus sarcasmos.
Pasa un convoy de brujas caprichosas;
cuelgan mis extensiones deformadas.
Mi corazón es una isla roja
en que destacan sus banderas negras
los días de mi anhelo.
Las miradas ardientes de mis ojos,
¿en qué se apoyarán mañana?
Canciones de mi ser,
hemisferios de dicha,
volúmenes de aromas
¿en qué tambor de soles
se agitarán mañana?
Orientes y occidentes.
Se quebrarán mis ejes.
Lo sé.
¡Llueve sin latitud el dolor más eterno!
Han caído mis esperanzas
como palomas muertas.
Pavor de candelabros; romance de agonía.

GABÁN

Soy una alforja
de lluvias.
Mi corazón regó en las primaveras
sementeras de espacio;
por ello mi cabeza
es una gorra remendada y parda
(genialidad)
o, un gabán roído,
pues he amado.
El pienso de mis días
desparramé en las sendas;
rompí todas las tejas
de los pesebres
humanos.
De mal en peor
tildaron mi locura;
merma mi audacia,
enflaquecen mis manos dadivosas
como las muelas viejas.
¡El gabán de mi ser se va pudriendo!

CENA

Cenas de mi soledad en hosco abatimiento;
eterna como Dios, profunda de universo.
¡He sido el más ausente: el juntador de formas!
Cenas de mi soledad...
El sudario más frío es uno mismo.
¡Buscar y qué buscar!
¿Encrucijadas puras donde zapatean los truenos
en un constante mediodía?
Cenas de mi soledad en hosco abatimiento.
Pan y sal. Lamentos.
Piernas que saltan; salidas de cortejo;
vacilación de luz que viene abajo.
¡Extremaunción de un armonioso herrero!
Ir; pero no ir nunca;
en algodón de olvido sumir todos mis días.
Anuncios que deslizan;
canción de gallos en la mañana azul de mi esperanza
continuación de tiempos fundamentados en dolor.
Fui un desaparecido, el más ausente:
el juntador de formas.
Amanecer desentonado...


De Hecho de estampas

POEMA I

Caía mi sueño en la otra soledad de los canales.
Regocígate, niño, la presencia graciosa de la muerte
reparte en sombras alternadas el olor de los ángeles
y levanta tus sordos desamparos.
Niño de paz,
han apagado las islas monótonas de los soles perfectos.
Niño de paz,
imito el mundo en un mi sueño ajeno a la claridad.
Un silencio de música se apacienta en las torres.


POEMA III

Está mi risa de niño
Con la abuelita ciega de la noche obscura.
Resuenan mis botas groseras de campesino
en la ternura de los caballos,
y he ido.
Al son de ríos lúcidos y puros
Tiemblan las curvas de los pozos como dulces
patas de corderos.
Encerrada en mis pasos sigue la noche obscura.


POEMA V

Yo estaba muerto bajo los grandes soles, bajo los grandes
Soles fríos.
A través de mi llanto
Oigo el agrio sudor de la precocidad.
Yo vuelvo sobre un musgo
Y las ciudades crecen a la aventura hasta la noche
Del estupor.
Miseria.
Dios pesa.
Me llaman vientos de mar.
Van y vienen en grandes cambios; se alargan
en saltos irritados
que apagan mi temblor, que exasperan los sueños.
Jamás podré seguir.
Yo me veo colgado como un cristo amarillo sobre
los vidrios pálidos del mundo.


POEMA VI

Ha caído mi voz, mi última voz, que aún guarda mi nombre.
Mi voz:
pequeña líneas, pequeña canción que nos separa de las cosas.
Estamos lejos de mi voz y el mundo, vestidos de humedades
blancas. Estamos en el mundo y con los ojos en la noche.
Mi voz fría y sucia como la piel de los muertos.


POEMA XII

Yo quería jugar.
Estaba el signo de mi naturaleza plena de llanto y
protección severa.
Bajo a mi obscuridad, y avanzo entre mis brazos
con una estrella niña.
Soplan olores de banderas frías
y resuenan tambores de infancia
en el mismo silencio, bajo la misma estrella.
Viene mi carne allende las transparencias.
Rodeo la luz fresca.
Ánimos de pavor yacen en mis profundas soledades.
No es el mismo silencio, no es la misma estrella.
Arranco vísperas de muros inclinados,
y más allá de todo se mueve el brillo opaco
de la agonía.


De Estrella de la mañana

I

Los ojos mueren en la alegría de la visión desnuda
de carne y de palabras,
en la tierra desnuda y en el cielo desnudo,
en el día desnudo y en la noche desnuda bajo los
cielos todo crecidos.
Es demasiado bella la noche de oro de muros y
banderas luminosas.
Corremos en la noche de plata bajo la noche de oro.
Tierra desnuda, tierra perfecta, cielo desnudo,
Cielo perfecto.
Voces desnudas de la voz eterna.
En la noche de oro nos llaman las acampanas,
Y oímos el vuelo de las aplomas desde la noche de
plata bajo la noche de oro.

V

En la misma belleza saborean las lunas su soledad
dichosa.
Caen todas mis muertes en el espanto
de la nada del mal de la nada irreal de la nada.
En las tinieblas puse mis manos cuajadas de llanto.
Arreó la gracia mis ojos perdonados,
y hecho he sido en lo interior de todo y nada.
He sido el que es de todo y nada en bella gracia.


XV

Ama tu alma mi alma, paz de los días, paz de las
noches nacidas en los espantos de muertes,
y en los gozos de muerte y esperanza de muerte.
Amor, Amor; Amor,
tu alma canta dolor de carne, dolor de vida, pavor
de muerte
bajo los cielos llovidos de esperanza.
Amor, Amor; Amor,
viste tu desnudez el agua capaz de las criaturas.


XVIII

Nos levanta la cruz hacia el río de los aromas.
Entre sí suben las criaturas mansas tendidas
en amor a Cristo.
Entre sí las criaturas fuertes sobre asientos
de paz
que cuidan las espadas en amor de Cristo.
Amor abre la luz, y se derraman soles y bailan los
corderos.
Tu alma canta, mi alma reza en los días cerrados,
en las noches cerradas,
en la vida cerrada, en la muerte cerrada bajo los vuelos
abiertos de los cielos.
Entre sí suben las criaturas mansa
en los asientos puros de olorosos maderos.
Amada,
afuera nos besaremos desnudos de tinieblas y pavores,
tendidos en amor de Cristo.


XXIV

Nace en mi llanto de oscuridad de todo
llanto,
oscuridad de soledad de todo llanto.
Vuelven las almas sobre mi alma de alma en alma,
de muerte en muerte.
Lloro con llanto de mi llanto
sobre mi alma de alma en alma, de muerte en muerte.
En soledad de soledad con soledad
en soledad, en todo, en soledad crecida en soledad.
Reposan los huesos en mediodías
en la soledad de mi alma desnuda en soledad.
Criatura de la quietud donde nacen soles.
Debajo del nacimiento
mi garganta solloza almas de alma en alma, de muerte
en muerte.


CANCIÓN DE LA VISIÓN REAL DE LA GRACIA

Niño, tú tienes el oído junto al amanecer
de la tierra y el cielo.
Amén el bosque, Amén el mar y Amén a las estrellas.
El signo de tus manos ata el secreto del mundo.
Amén el bosque, Amén el mar y Amén a las estrellas.
La tierra canta y el cielo, y la vida y la muerte.
Niño, tú tienes en el signo que trazan tus manos
el día y la noche, y la tierra y el cielo, y la vida y la muerte.
Amén, Amén, Amén,

niño de alba de la tierra y el cielo.

JORGE LUIS BORGES: LA CÁBALA

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De Siete Noches, conferencias magistrales de Jorge Luis Borges realizadas en el Teatro Coliseo de Buenos Aires, entre junio y agosto de 1977. El ciclo completo incluyó: La Divina Comedia / La pesadilla / El Libro de las mil y una noches / El Budismo / ¿Qué es la Poesía? / La Cábala / La ceguera.
Un recuerdo maravilloso que compartimos con ustedes.

JORGE LUIS BORGES: LA CEGUERA

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Una de las conferencias más sensibles y viscerales del gran escritor argentino. Borges recita su Poema de los dones, habla de Biblioteca Nacional, de los directores ciegos, de su timidez, de Paul Groussac, de José Mármol, de las escuelas literarias, de la poesía, Una fiesta de placer.
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